Fueron años fértiles, donde se hacían discos con rapidez y eficiencia. Hay trabajos de superestrellas (Aretha, Wilson), grabados con los mejores instrumentistas disponibles, pero también artistas de popularidad regional o local, fogueados por el directo, con ganas de zamparse el mundo. Son canciones con mensaje y canciones con instrucciones para el mejor uso del cuerpo.
Todavía hoy, esta música suena tan incandescente que hemos sentido la necesidad de bajar la intensidad justo a mitad del programa. Escribe Bob Stanley en su monumental Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno (Turner) que Barbara Lewis quizás fue “la artista más infravalorada del sello Atlantic”. Que tenía una voz de jade pulido y que Hello stranger está entre la música de feria de atracciones y la música de dormitorio: “moriría feliz el afortunado a quien, siquiera una vez en la vida, le canten directamente esta canción.”
Pero ¿quién habla de morirse? Está prohibido hacerlo mientras Willie Rosario explica las aventuras del Watusi por Nueva York o Wilson Pickett ruega a la locomotora nº 9 que le devuelva a casa, a los brazos de la amada.
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