La tropa rebelde que se congrega en torno a Kendrick Lamar, el nuevo rey del hip-hop, es generacional —todos rondan la treintena—, dispar —asimétrica en la forma del quejido, valiente en el acercamiento musical—, enganchada en la demostración de que la raza afroamericana es el santo grial del ritmo y el color y, sobre todo, falta de prejuicios. Te presentamos uno a uno a esta pandilla revoltosa y delicada en la segunda parte de este informe. A partir de ahora nadie se atreverá a sostener que los raperos no saben tocar.

 

* * *

Lee parte 1 aquí

Los discos de Kendrick Lamar funcionan como un nodo que interconecta a una generación de creadores angelinos —como gustan de ser llamados los habitantes de la insufrible mega ciudad californiana—. Están edificando una nueva forma de jazz, que unifica una ambivalencia: si bien en lo formal es respetuosa con el legado del género, comete travesuras para alejarlo del envoltorio purista y enloquecerlo con la suma del vitalismo del hip-hop y el diálogo con las máquinas de los productores del recorta y pega —todos adoran los mixes instantáneos del genio de la amalgama, James Dewitt Yancey, alias Jay Dee o J Dilla, muerto en 2006 a los 32 años de una infrecuente enfermedad degenerativa—. En el fondo de este nuevo jazz , presiento el desarrollo de una ósmosis con  la calle y la sociedad civil. Estamos frente a una generación de músicos negros que entienden agotada la fórmula del jazz como música de cámara para eruditos de saldo alto y pasión en quiebra.

Enumero y presento en una somera ficha —todos los incluidos, por cierto, están implicados en Black Lives Matter (Las vidas negras importan), la red descentralizada de acción directa que combate desde 2013 la violencia mortífero-racista de las policías de los EE UU— a los más notables de esta tribu de músicos audaces:

  • Robert Glasper (1978). Hijo de una cantante profesional de jazz, pianista prodigioso, compositor-productor reclamado —es el supervisor de la banda sonora del biopic Miles Ahead (2015) sobre Miles Davis—, Glasper dejó planchados a los conservadores cuando grabó los dos volúmenes de Black Radio (2012 y 2013), donde aplicaba artesanía de jazzman improvisador sobre voces de raperos y bases electrónicas. No establece distinciones. “Mingus, Miles y J Dilla eran genios del mismo calado. Yo solo quiero seguir abriendo puertas”, dice.
  • Kamasi Washington (1981). El mejor intérprete de saxo tenor del momento es también un productor y compositor de bravos planteamientos: en el dramático The Epic (2015) puso a una sinfónica con masa coral y a un sexteto a rondar por la atonía, el afrosoul , el latin jazz y una docena de estilos más. “Si eres el primer humano en viajar hacia Marte, la intención es llegar. Gente como Coltrane o Pharoah Sanders nos indicaron el camino, pero los que vinimos después tenemos que explorar. Eso hago: exploro”, ha comentado.
  • Terrace Martin (1978). Hijo de un batería y una cantante. Fue de los primeros productores de la crema del jazz en reconocer que raperos tan maltratados por la incomprensión como Snoop Dogg estaban labrando el lenguaje del futuro. Adora a Herbie Hancock, Sonny Stitt, y Dr. Dre.Algunos creen que las cajas de ritmo, secuenciadores y otras máquinas te obligan a alejarte de ti mismo. Yo lo veo a la inversa: dejo que las máquinas entren en mi alma y desde allí las controlo”, dice.
  • Flying Lotus (1983). Sobrino nieto de Alice Coltrane, música de vanguardia y viuda de John Coltrane, el único jazzman que trazó un camino que conducía al sincretismo religioso a través del sonido, Flying Lotus es astral por ADN y también el más arrebatado del grupo. Su disco You’re Dead (2014) es un manifiesto de lisergia afrofuturista. Va camino de ser un referente pivotal de la música negra. “Cada vez que entro en un estudio quiero que la experiencia sea un viaje psíquico”, señala.
  • Thundercat (1984). Bajista imprevisible y de técnica siempre esplendorosa. Es uno de los músicos más cortejados de su generación: ha acompañado a Erykah Badu, los Red Hot Chili Peppers y a los trash Suicidal Tendencies. Enciclopédico y dueño de una colección de decenas de miles de discos, fue quien hizo escuchar por primera vez a Lamar a los grandes del jazz. Su lema: “Una canción es un lienzo vacío. Da igual qué tipo de técnica uses si el cuadro te emociona”. Es el rey del arte de rebuscar en las cajas de discos usados —d igging in the crates —. El álbum Drunk (2017) le ha llevado a colarse en los hit parade .
  • Ambrose Akinmusire (1982). El trompetista con más futuro del momento. “¿Por qué debo tocar siempre en formaciones de jazz? Quiero indagar en el pop, el rock, el hip-hop y la música experimental”, ha declarado.
  • Anderson .Paak. Productor desde su habitación de adolescente solitario, marcado por ser testigo del ataque a cuchilladas de su padre afroamericano a su madre coreana. Carece de prejuicios, toca la batería y sus dos últimos álbumes, Venice (2014) y Malibu (2016), son transportes emocionales de amplios matices.
  • Badbadnotgood. Muchachos de Toronto enamorados de la impovisación y anhelantes de alcanzar la misma gracia creativa que los negros. Son espásticos en lo musical y nunca repiten dos veces el mismo arreglo.

A los cinco años, Lamar —hijo de un matón de pandilla— fue testigo de un homicidio callejero a tiros. A los ocho asistió al segundo. Creció en la certidumbre de que estaba destinado a perpetuar la maldición de Caín en un bucle eterno. Se sentía víctima inevitable, según narra en las letras vivenciales, de enorme densidad y gran calidad poética de To Pimp a Butterfly —ya se estudian en las clases de Literatura de algunos institutos de los EE UU— , perseguido por Lucy — alias de Lucifer , una presencia idealizada de lo diabólico que invitaba a la maldad, el peligro y la desesperación.

Sufrió dolorosas depresiones de las que también da testimonio con una desnudez emocional muy poco frecuente entre los músicos de hip-hop. Dice que todavía hoy, desde la fama, siente la “culpa del superviviente” y no se crece en el triunfo sobre las tentaciones: “fui un pecador y no puedo asegurar que no vuelva a serlo.

La abuela de un amigo tiroteado le convenció, frente a una de esas quincallas de esquina que nos muestran las noticias y las teleseries como puntos de mercadeo de tóxicos, para que diese una oportunidad al mensaje tolerante del cristianismo más limpio. El trayecto no fue suave, pero Lamar ha tomado el testigo de ser un evangelizador —“la palabra de Dios es mejor que el mejor hip-hop, yo solamente soy un transmisor, un mal imitador”—.

No fuma, no bebe alcohol, vive con su primera novia, a la que esconde de las cámaras —“no tengo porque exponer inocentes a la basura del espectáculo”—, no usa ropa de marca, se atiene a una disciplina que la prensa ha definido como “rigurosa y monástica.

En el estudio, trabajando con amigos, Lamar construye puzles mestizos con citas no textuales de los Isley Brothers, el nigeriano Fela Kuti, Michael Jackson, Coltrane, Sly Stone, Davis, Ornette Coleman, George Duke, Herbie Hancock, Debussy, Marvin Gaye… Ha contado Tony Visconti, el productor de confianza del fallecido David Bowie, que el músico, otro creador desacomplejado y abierto, escuchaba en ciclo To Pimp a Butterfly mientras grababa Black Star (2016) , el disco de jazz oscuro que nos regaló mientras caminaba hacia la tumba. Hay sentido en el engarce: el gran predictor se estaba dejando enseñar por uno de sus herederos.

Cuando escucho a este gente, la minoría estereotipada como peligrosa, los invisibles que sólo tienen el derecho de aparecer como imágenes de televisión en protestas callejeras o ceremonias de los Grammy, me abandono y en pie, dejándome mecer por la corriente espesa de collages caóticos de la música y la red de confesiones íntimas de las letras, repito otros primeros encuentros musicales de veneración y transporte epifánicos, vuelvo a sentir que el jazz, la música más moral y, al tiempo, licenciosa, está de nuevo en mi vida. Confirmo que las líneas rectas no importan cuando leo el ansia central de Lamar, citada en una entrevista en el New York Times , el diario del sistema de la hipocresía liberal: “Quiero que te sientas rabioso, quiero que te sientas feliz, quiero que mi música te disguste, quiero que te haga sentir incómodo.

El nuevo disco de Kendrick Lamar —la recién publicada banda sonora de la película de Marvel Black Panther— es otra prueba de ductilidad y sorpresas. Encargado de armonizar el álbum como si de un curator artístico se tratara, el músico de Compton ha congregado a algunos de sus incansables cómplices. La playlist incluye parte de las canciones del largometraje y algunas otras descargas colaborativas de Lamar durante los últimos años. 


Playlist

1. Kendrick Lamar- Black Panther
00:00:31
2. Kendrick Lamar & Travis Scott - Big Shot
00:02:25
3. Jay Rock, Kendrick Lamar, Future & James Blake – King’s Dead
00:05:54
4. Kendrick Lamar - All The Stars (ft. SZA)
00:09:34
5. SZA - Dove in the Wind (ft. Kendrick Lamar)
00:13:23
6. Vince Staples - Rain Come Down
00:17:22
7. Future – Incredible
00:21:58
8. Anderson .Paak – Celebrate
00:25:54
9. The Weeknd - The Hills
00:29:08
10. Robert Glasper –Black Radio (ft. Yasiin Bey) (Pete Rock Remix)
00:32:50
11. SZA - Babylon (ft. Kendrick Lamar)
00:37:30
12. Danny Brown - Really Doe (ft. Kendrick Lamar, Ab-Soul & Earl Sweatshirt)
00:41:21
13. Jay Rock - Easy Bake (ft. Kendrick Lamar & SZA)
00:46:40
14. Jorja Smith – I Am
00:49:15
15. ScHoolboy Q - Ride Out (ft. Vince Staples)
00:52:41
16. Ab-Soul - Blood Waters (ft. Anderson .Paak & James Blake)
00:57:26
17. Zacari - Redemption (ft. Babes Wudumo)
01:01:55

Deja tu comentario