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Hecho a mano y con número de serie. Plomo, níquel, plata y cobre con baño en oro de 24 quilates. 34 cm y poco más de 3 kg. Oscars, esos iconos del éxito, marca registrada del glamur cinematográfico. El más grande, el tío Alfred, nunca pudo recoger uno. Contó hasta con un repóker de ocasiones. Ni con esas. Sí que pilló un premio, en memoria de Irving Thalberg. Doce veces fue nominado Fellini, y Bergman, unas nueve, tampoco ellos lo consiguieron, ni siendo genios.

Y es que el arte es muy caprichoso. Por suerte, las obras maestras no entienden de galas. La cultura avanza y el mundo sigue, gracias a filmografías coherentes fieles a la voz interior. Hijo de los tiempos, el clasicismo se reinventa. Ahí está El hilo invisible de Paul Thomas Anderson o el Dunkerque de Christopher Nolan.

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En la gala de 1975, la todopoderosa Elizabeth Taylor, amiga de don Michael, recordó el principal de los propósitos: “las películas de Hollywood han ayudado a llevar el sueño americano a todo el mundo”. Sí, ese mismo que con ética y estética vilipendiaba más tarde John Waters y Gus Van Sant —hasta cuándo otro Elephant—, esa América profunda que Clint Eastwood azuzó desde Un mundo perfecto y que Terrence Malick y la saga indie han seguido desmiticando, llegando hasta los terrenos del gótico americano, con y sin matanzas en Texas.

A lo Guillermo… de Baskerville

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Pesadillas aparte, en esta nueva edición, otro peso pesado, Guillermo del Toro, aparece en escena con trece nominaciones a los Oscars, Globo de Oro como mejor director por La forma del agua, León de Oro del 74 Festival de Cine de Venecia. Del Toro ya había desparramado neorromanticismo en la preciosa La cumbre escarlata.

En el cine mexicano de los 60, los extraterrestres convivían con los vampiros y la lucha libre. Esta vez el amour fou entre una limpiadora muda y una criatura submarina rescata la estampa de La mujer y el monstruo de Jack Arnold. Todo es posible para las historias prohibidas y con misterio, un cuento de hadas para estos tiempos extraños —como diría el propio Bob Dylan—, oscuros entre tantas guerras frías sin apenas fecha de caducidad.

Entre bandas y canciones

Las bandas sonoras compiten a tope. La forma del agua de Alexandre Desplat y El hilo invisible de Jonny Greenwood son emotivas partituras para el lirismo, el buen gusto, el detalle y la belleza. Tres anuncios en las afueras de Carter Burwell apuesta por la sugestión de los ánimos. Y la épica para la pantalla grande, continúa con las firmas de dos de sus padres contemporáneos: Star Wars. Los últimos Jedi de John Williams y Dunkerque de Hans Zimmer junto a su innovadora atmósfera sonora.

Tras el fenómeno La La Land, el revival de las canciones se postula menos arriesgado y todavía más caprichoso. Sin pasar por OT, Andra Day con Stand up for something, Mary J. Blige con Mighty river, Sufjan Stevens con Mystery of love, Miguel y Natalia Lafourcade con Remember me, Keala Settle y su This is me —ya con el Globo de Oro—, tararean los predecibles estribillos para esta edición. Muy poco bajo el sol.

Siempre la sorpresa

Los Oscars están cada vez más repartidos. Lejos queda eso de aglutinar los premios principales. Sucedió una noche de Frank Capra fue la primera que lo consiguió. Y, con permiso de las 21 de miss Meryl Streep, nunca tan concentrados como en la figura de Walt Disney, 59 veces nominado y 26 de ellas con el ansiado premio.

Ojo no se quede nadie con el casillero a cero. La loba, Quo Vadis?, Lo que queda del día o El hombre elefante, por citar algunas, arrancaron como favoritas y terminaron en blanco. Y es que la escena indie siempre es candidata para las sorpresas, tras el pertinaz paso por el laboratorio de las series. The Florida Project, Call me by your name, Déjame salir, Lady Bird o incluso Tres anuncios en las afueras —un nuevo Mystic River capitaneado por la McDormand con 7 nominaciones a los Oscar, si nos mantenemos fieles a la dramaturgia de su gore realizador Martin McDonagh, fan de la novela negra— pueden rascar más de una estatuilla, arrebatándola a los potentes estudios en liza.

En los Oscars de Casablanca, Bogart llegó a levantarse a recoger su premio, sin darse cuenta de que Paul Lukas era el ganador por Alarma en el Rhin. A ver qué pasa con Gary Oldman en El instante más oscuro. No habrá sorpresa para Margot Tonya Robbie y su desmitificación de los 90s, ¿o sí?

Derechos y más causas

Quizá las películas con causa siempre laten con mas fuerza desde el apartado de mejor película extranjera. Tras su recorrido europeo, The Square (Suecia) y Una mujer fantástica (Chile) son las favoritas, en una edición donde The Insult (Líbano), On Body and Soul (Hungría) y Loveless (Rusia) también pudieran dar la sorpresa. Derechos sociales que siguen estando presentes en la reivindicación de los premios.

En 1940, Hattie McDaniels, una afroamericana ganaba el Oscar. Era Mammy en Lo que el viento se llevó. Para compensar, la propia actriz no fue invitada a la premier de su peli en Atlanta. No fue hasta 2002 cuando el color manifestaría todo su esplendor con el triplete a Halle Berry, Denzel Washington y Sidney Poitier. Por mucho estreno blaxploitation de Marvel a lo Black Panther en el balanceo del top de la taquilla, a casi treinta años de Do the Right Thing, siguen vivas las palabras de Spike Lee: “los negros siguen en el gueto del cine.

A comienzos de año, sus women lanzaron su campaña para combatir el acoso sexual de los estudios. “Se acabó el tiempo del silencio. Se acabó el tiempo de la espera. Se acabó el tiempo de tolerar la discriminación, el acoso y el abuso“, tuiteó la productora Shonda Rhimes. ‘Más mujeres’, recordaban estos derechos en la estela nuestros Goyas y Feroz. Ya veremos en la gala los colores y adhesiones al #Timesup que ya alentó a las mujeres a vestirse de negro en los pasados Globos de Oro.

Sigan por el camino de baldosas amarillas

Lejos ya de alfombras rojas, el Oscar de Vivien Leigh gracias a su señorita Escarlata fue comprado en una subasta por el propio Spielberg por más de medio millón de dólares. Tras las pantallas, quizá los antihéroes del sueño americano sigan siendo el lado más honesto de la industria en esta nueva moneda del Jocker. Como en ese comienzo de Ed Wood, travelling más allá de las mayúsculas de un Hollywood entre montañas, donde el entusiasmo del arte no entiende de baños de quilates, y sí de la belleza y la pasión por las historias, de los textos iluminados del celuloide. Siempre nos quedará París, y también la videoteca más cavernícola que tímidamente preside el rincón de nuestra casa.

 

(*) Carlos Gurpegui es miembro asociado de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España y miembro de la Asociación de Informadores Cinematográficos de España que organiza los Premios Feroz.

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