Este no es país de envenenadoras, al menos no disponemos de suficiente material literario para generar un corpus de acción. En España las mujeres mataban a sangre fría, por apuñalamiento trapero y con la daga escondida entre los ligueros. Hasta que el rotativo El Caso no apareció en circulación, eran muchos los rumores y pocos los hechos probados de mujeres que, animadas por la animadversión, dispensaban unas motas de veneno camufladas en la taza de café de sus fervientes maridos. Noten la ironía.
Entre los escasos crímenes probados que fueron cometidos mediante tóxicos siempre existía un denominador común: esos polvitos mágicos se utilizaban para acabar con las alimañas que mordían y atacaban las cosechas. Y es que el móvil de tamaños asesinatos también tenía frecuentes nexos de unión: en su mayoría eran esposas cansadas de infidelidades, broncas diarias y sometimientos. Pero también hubo quien se ensañaba, quien aún sin motivos aparentes, decidió deshacerse de sus consortes para quitarse de encima la briega diaria.
Contra lo aparente, esta sesión está formulada en grado de tentativa y entiendan bien lo que pasa: DJ Andy Grey se las arregla para poner música a intentos furiosos de envenamiento colectivo. Está clínicamente probado que la música suaviza las tensiones y despeja la mente ante procesos iracundos de rabia. Además, el compuesto del que deriva la sesión, la estricnina, es demasiado visible. Para otros emolientes menos cantosos, busquen en el ya denso vademecum de esta selectora de partículas ocultas.
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