Fania Records comenzó su plan de expansión al año siguiente de haberse creado, o sea en 1965. Pero no fue por iniciativa de Jerry Masucci, aunque este ya tenía en mente llegar a tal nivel. Fue porque en la puerta de su oficina en Broadway se le apareció un promotor y vendedor puertorriqueño llamado Rafael Viera Figueroa y le ofreció ser su representante exclusivo en la isla. El primer disco de Fania que Viera promovió y vendió fue Heavy Smokin’ de Larry Harlow. Después de ello Viera sería el rostro de Fania en San Juan y no hubo un solo contacto, una filial, un estudio o un concierto de la compañía que se hiciera sin su supervisión.

Pero todo sello necesita un boom, un disco de impacto que facilite la labor de distribución posterior y te abra las puertas de la radio. Ese boom fue Asalto Navideño de Willie Colón. Lanzado al mercado en 1971 su éxito fue tan sorprendente que varió el enfoque musical de Fania, prestándole mayor atención a la música tradicional boricua, integrando a Yomo Toro al staff de la Fania All Stars, y permitiendo que se hiciera un Volumen 2 de la obra, lo que se volvería habitual.

Con el paso del tiempo en la musicalísima Calle Cerrra, y por iniciativa de Viera, se estableció la firma Allied Wholesaler, regentada por Charles Tarrab. Fue la oficialización de las distribuciones de Fania y otros sellos latinos de Nueva York en Puerto Rico. El negocio de Viera en la Calle Cerra, Parada 15 de Santurce, acabaría con el paso de los años convertido en la famosa Casa del Coleccionista, La Catedral de la Música Latina.

Pero así como se realizó este acuerdo en Borinquen, Fania estableció distribuciones en México a través de Sonido y Ritmo; en Honduras y Costa Rica por medio de Onda Nueva; en Panamá gracias a Fania de Panamá; en Venezuela a través del Palacio de la Música, en Ecuador con Discos Latinos; y en Argentina con Trova. John Magac fue el encargado de dirigir la oficina de Fania en La Recoleta de Buenos Aires, y Jerry Masucci aprovechó la circunstancia para buscar casa. Muchos años después se establecería allí definitivamente.

¿Y Colombia? Bueno, Colombia era un caos.

Con todos los sellos internacionales representados en el país y dos ciudades, Bogotá y Medellín, disputándose la supremacía de la industria discográfica nacional, Colombia le había demostrado a Morris Levy y Jerry Masucci que no se podía lograr una distribución exclusiva. Hasta finales de 1974, cuando Masucci le compró a Levy sus sellos latinos, el panorama colombiano era el siguiente:

Codiscos llevaba Inca, Philips llevaba International y Cotique, Fuentes tenía Alegre, Melser representaba Vaya y Discomoda publicaba todo lo de Tico. Otras firmas como Orbe y Victoria arañaban oportunidades con licencias puntuales, sobre todo en las temporadas decembrinas.

Pero a partir de 1975 Fania pasó a ser distribuida oficialmente por Philips, que tenía sus oficinas y fábrica en el sector de Puente Aranda en Bogotá. Codiscos encontró una buena opción distribuyendo la salsa de la casa Salsoul, Fuentes decidió explotar el catálogo de Seeco, y Orbe y Victoria mantuvieron su idea de recopilatorios con otros géneros tropicales. Quedaron dos en el aire, Discomoda y Melser, pero sus destinos serían diametralmente opuestos.

Fundada años atrás en la caraqueña Avenida Sucre por César Roldán y Carlos Esparragoza Vega, Discomoda llegó a ser la firma número uno de Venezuela, en gran medida por sus producciones de Los Melódicos. El inigualable olfato artístico de Roldán y los contactos y negociaciones de Esparragoza le servirían a Discomoda para abrirse camino en América Latina.

Como Esparragoza era colombiano, barranquillero para más señas, Discomoda decidió abrir Discomoda-Colombia, con sede en Medellín. Su gerente fue Eusebio Estrada Duque y su director artístico Rodrigo Soto Restrepo. La fabricación de los acetatos se hizo en las instalaciones de Discos Fuentes y el resultado fue un éxito. Los salseros de aquel tiempo, que pagábamos con monedas bien contadas, acabábamos siempre eligiendo los discos de Discomoda-Tico porque allí estaba la melodía que uno quería escuchar.

Tras el acuerdo entre Jerry Masucci y Alfonso Escolar, gerente de Polygram-Philips en el 75, Discomoda vio sus días contados para la explotación del catálogo de Levy. Aprovechando que el acuerdo original tenía vigencia por unos años más, realizó recopilaciones de gran calidad. El paso del tiempo, los nuevos enfoques discográficos colombianos y la llegada de nuevos formatos minaron el poder de Discomoda hasta que fue absorbida por otra firma.

La firma cerró sus puertas en Colombia, pero se mantuvo en Venezuela. Esparragoza se convertiría en hombre fuerte de la industria al crear la Asociación Venezolana de Intérpretes y Productores de Fonogramas, Avinpro, a imagen y semejanza de la colombiana Acinpro.

El fundador de Melser también era barranquillero, Sergio Useche, y la razón social de la firma era un apócope de Mélida, su esposa, y de su propio nombre, Sergio. Las oficinas de Melser funcionaban en pleno centro de Bogotá, en la carrera 10 con calle 19, y absolutamente todo el catálogo de Vaya (Brujería, de Markolino Dimond, por ejemplo) pasó por sus manos. En los prensajes utilizaba un vinilo grueso y en las carátulas un cartón brillante de poco grosor, muy distinto al de las otras compañías.

Tras el acuerdo Fania-Philips, Melser tuvo que dejar de fabricar y distribuir los discos de Vaya, pero hizo sólo lo primero. Sus discos siguieron pululando por toda la ciudad, y cuando los almacenes le cerraron las puertas para no meterse en problemas, negoció con los vendedores no oficiales, que ya comenzaban a ser bastantes en ese centro de la ciudad.

No se sabe (y posiblemente no se sabrá) si siguió prensando discos de Vaya, pero si que Melser en lugar de caer en picado, se sostuvo en la cima del negocio. Como en los años precedentes había firmado contratos con artistas populares no colombianos como el venezolano Ray Pérez y el panameño Bush, Useche mantuvo su estatus de gran productor fuera del país, donde no se conocían sus problemas legales. Al final sucedió lo inevitable: fue conminado a pagar una multa millonaria por sus ventas ilegales, y como no pagó fue a la cárcel.

A partir de aquí todo lo que tiene que ver con Sergio Useche hace parte de la leyenda. Esa leyenda, narrada por quienes lo conocieron y/o supieron de sus andanzas, es la siguiente:

“Useche entra y sale de prisión en diferentes ocasiones y siempre con los mismos cargos: distribución y venta ilegal de productos con derechos de autor. En una de esas temporadas en la cárcel conoce a un estafador y atracador local apodado El Conejo, quien lo convence de ampliar el negocio y dedicarse, de paso, a traficar con otros productos. Los nuevos socios alquilan una finca en las afueras de la ciudad, y mientras El Conejo se dedica a todo tipo de “vueltas”, Useche pone sus ojos en la música más vendedora en Colombia en ese momento: la balada.

“Useche consigue hacer copias piratas de discos de Sergio y Estíbaliz y Julio Iglesias, entre otros, y logra hacerse con los masters de los grandes éxitos de Nelson Ned, originalmente grabados en Brasil para Discos Copacabana. Los álbumes de Melser se negocian más baratos al por mayor fuera de Bogotá y las grandes firmas ven un hueco en sus ingresos. Estas se quejan ante la Asociación Colombiana de Productores de Fonogramas, Asincol, y esta a su vez lo denuncia ante el Departamento Administrativo de Seguridad, DAS.

“A Useche le siguen la pista por todo el país, pero se trata de una acción rutinaria, una detención más, sólo que esta vez la condena será larga. Detectan la finca y van para allá y ¡oh, sorpresa!, se encuentran con El Conejo, un delincuente muy peligroso y ante el que hay que obrar de otra manera. Este huye por un sembradío, mientras Useche se esconde. El DAS lo considera en ese instante tan peligroso como su secuaz y en algún momento de la búsqueda se intercambian disparos. Useche muere en un closet”.

Por supuesto, la leyenda se ha alimentado por años con todo tipo de especulaciones sobre lo que pasó realmente en esa finca y sobre el verdadero papel de las entidades involucradas.

Mucho tiempo después de todo esto visité un apartamento en la calle 45, entre carreras 13 y Caracas, justo al lado del Teatro Palermo. Era una vivienda común y corriente, pero los baúles, los bajos de la mesa y del chiffonnier, y los altillos estaban llenos de discos fabricados por Melser y sobre todo varias joyas de la salsa, algunas de ellas promocionales con la etiqueta de esta firma trágica sobre fundas de la disquera London.

El caso de Useche no fue el único, aunque si el más novelesco, en una época en que la venta no formal de discos estaba a la orden del día en todas las capitales latinoamericanas. En Bogotá, incluso, el negocio del hoy llamado “top-manta” proliferó en forma de cassettes a la salida de todas las universidades y tabernas, y la venta de discos de segunda mano o importados “por debajo de cuerda” acabó en las famosas Casetas de la 19, aún en funcionamiento, y ahora con total legalidad, en locales de un centro comercial.

Pero fue en esta época en que cobra protagonismo un viejo asociado de Masucci, el dueño de una firma que popularizó Fania en el continente: el Palacio de la Música.

Fundado por Ernesto Aue Ewald, un veterano empresario musical venezolano, el Palacio de la Música era un sello más en la agitada Venezuela del primer lustro de los 70. En su trabajo lo respaldaban Doris González, Luis Arismendi y el Señor Piña, quienes se encargaban de la promoción local, mientras Aue buscaba nuevos sellos para firmar por todo el Caribe. Su competencia era Velvet, dirigida por José Pagés, y la Discomoda de Roldán y Esparragoza; aunque estaban también las restantes firmas internacionales y ya empezaban a dar pasos de gigante Rodven de Rodolfo Rodríguez Miranda y TH de Wilhem Ricken.

Lo cierto es que en 1982 Aue y Masucci acordaron que el Palacio de la Música sería el rostro de Fania en Latinoamérica y Masucci le vendió el derecho de fabricación de todos sus discos en territorio americano fuera de Estados Unidos. En tal sentido Aue se vio beneficiado por el cargo directivo que tuvo en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, ALALC.

Es por esta razón que nosotros (hablo de mis compadres y yo) nunca conocimos, por ejemplo, El Baquiné de Angelitos Negros de Willie Colón con carátula doble que se abría, o sea el original de la edición estadounidense. El Palacio de la Música hizo las ediciones de Fania más sencillas y, por ende, más baratas.

A comienzos de la década de los 80 Fania y sus filiales representaban el 50% de los sellos distribuidos por Aue. Los demás estaban representados por Motown, Decca, London, UA, Seeco y Peerless. En ese tiempo (gobierno de Luis Herrera Campíns) un bolívar equivalía en la frontera a diez pesos colombianos; y en Cúcuta la gente iba a hacer mercado a San Cristóbal, ciudad donde se conseguía de todo. Y entre ese “todo” estaban los discos de Fania del Palacio de la Música.

Convertidos por obra y gracia de la libre frontera en productos de la canasta familiar colombiana, los discos del Palacio de la Música ayudaron sin querer al mercado no formal de Bogotá. Todo el mundo tenía posibilidad de venderlos y su mejor sistema de promoción era el boca a boca en las salsotecas y tabernas de la ciudad (yo compraba discos en una casa de grandes ventanales en el Park Way de la carrera 24 con 39).

Y de la misma forma sucedió en otras ciudades. En mis viajes a Pasto todavía recuerdo a obreros peruanos de las petroleras venezolanas, y beneficiarias, llenar los buses de Flota Magdalena y Expreso Bolivariano con cajas de discos del Palacio de la Música. La empresa de Aue tenía el derecho de explotación de Fania en todo el continente, pero fue justamente esta condición la que lo acabó perdiendo.

En febrero de 1983 el bolívar se devalúo en el famoso Viernes Negro de febrero de ese año, y todas las empresas que negociaban en dólares se vieron afectadas. El Palacio de la Música tendría que aprovecharse de sucesivos salvavidas bancarios para seguir adelante. Lo que prometía ser la salvación de la industria salsera acabaría sin querer en el declive de la salsa, al menos de la salsa como se conocía hasta aquel entonces.

¿Y que pasó después?

En 1994 Jerry Masucci intentó volver al negocio y creó una firma llamada Música Latina Internacional. No funcionó, pero en su momento auspició conciertos de Celia Cruz, Tito Puente y demás estrellas del RMM de Ralph Mercado. En 1997, como ya se ha dicho, murió (ver parte 2).

Tras su fallecimiento, su familia y el entonces gerente Víctor Gallo buscaron un comprador. Tardarían años en encontrarlo y mientras tanto renegociaron con otras firmas en cada uno de los países de habla hispana. En Colombia Fania dejó de ser una exclusiva de Philips y pasó a manos de Discos FM de la familia Montoya, quienes se encargaron de reeditar el catálogo en ediciones especiales. Aún recuerdo las tardes de viernes en la sede de FM de la 15 con 92 cuando Carlos Eduardo Hernández, el popular Alita, y yo nos entregábamos a lo que era menester en aquellos tiempos del vinilo: sumar el tiempo de las canciones para que cupiera la mayor cantidad de ellas en los 25 minutos que permitía cada lado de un LP.

En realidad todo fue cambiando paulatinamente en Colombia. Fania terminaría en manos de una asociada de FM, G&M; Philips ya transformada en Polygram fue absorbida por Universal; y la vieja Discomoda fue a engrosar el amplio stock de Sony Music.

Mientras tanto en Nueva York Fania se mantuvo de la venta de licencias y algunas reediciones, hasta que en 2005 apareció Emusica Entertainment Group y lo compró todo. Bajo la batuta de Giora Breil, esta empresa de Miami inició la remasterización de todo el catálogo Fania y de los sellos que llegó a controlar Masucci. Fue una tarea titánica y millonaria pues enfrente tenía cerca de 3.000 grabaciones.

Sin embargo, en medio de ese proceso sucedió un hecho curioso. Un comentario casual de la antigua secretaria de Fania, Maggie Burbano llevó a Breil a la casa de veraneo que Jerry Masucci en Monticello, 80 millas al noroeste de Nueva York, y allí se encontró con 1.800 cintas multitrack de grabaciones originales que nunca habían salido a la luz. Emusica dio inicio así a la serie Masterworks, y de esta salieron tomas falsas de discos como Indestructible de Ray Barretto, aunque también problemas. Willie Colón nunca estuvo de acuerdo con la reedición ampliada de Siembra.

Lo cierto es que Emusica sólo pudo publicar el 20% del catálogo, y en cuanto al descubrimiento muchas joyas como canciones inéditas de Lebron Brothers y Daniel Santos siguen a la espera de una segunda oportunidad sobre la tierra.

Breil no llegó a cumplir los plazos de amortización de semejante inversión y Fania salió de nuevo a oferta. En 2009 fue adquirida por Código Music Group, donde el equipo al mando de Michael Rucker busca darle una nueva dimensión a la firma que alguna vez fue el imperio discográfico más grande que la música latina conoció.

José Arteaga.

Bibliografía impresa y digital consultada:

Arteaga, José. La Salsa. Intermedio Editores Bogotá, 1990.
Soto Restrepo, Rodrigo. Con nombre de canción: memorias. Editorial Lealon, Medellín, 2004.
Tablante, Leopoldo. De la salsa de barrio a la de la industria multinacional del disco. Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2003.
Varios. Rhythm and Business: the political economy of black music. Akashic Books, New York, 2002.

Billboard, Herencia Latina, La Calle Loaiza.

Agradecimientos: Carlos Eduardo Hernández y Sergio Santana.

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