Txarly Brown

Héctor Lavoe fue el gran ícono de la salsa, fue el Che Guevara de la clave y el soneo, fue el guapo que se creó y se auto destruyó, fue el hombre que convivió con el infierno y la gloria en 5-8 de estatura y por eso su nombre se hizo mítico, fue capaz de llegar a extremos que ni él dimensionó, para bien y para mal.

Su vida no fue una línea recta, fue una historia llena de recovecos y entre telones, que lo llevó desde Machuelo Abajo en Ponce, Puerto Rico, hasta cualquier barrio del mundo entero.

Acercarse para compilar su vida es un reto, su historia es como un espejo roto en mil pedazos que cada biógrafo debe comenzar a armar, porque dejó historia en África, pero también en Nueva York y ni qué decir de Latinoamérica y el Caribe. Pero también se puede contar la historia de su gesta artista en estricto orden, o de la persona, en estricto desorden, o la visión de sus amigos, o de sus compañeros de lides, o desde sus debilidades e inseguridades que lo acompañaron siempre, o desde su legado y la interpretación de su obra, y todas estas miradas poseen valor y dan cuenta de su grandeza.

Cada uno tiene uno tiene su propio Héctor Lavoe, de acuerdo a como lo vivió o lo soportó, o lo que le inspiró y le impregnó cada canción, cada soneo, cada una de sus frases memorables. Su mundo fue tan diverso y amplio que aún hoy estamos descubriéndolo.

Y henos aquí ante Héctor Lavoe: la voz del barrio, un acercamiento de Sergio Santana y sus colaboradores por la vida del Cantante de los Cantantes. Primero diré lo que este texto no es. No es un libro carroñero enfrascado en los caminos más oscuros del ídolo a pesar de su convivencia con el bajo mundo, historias callejeras entre las que se cruzan verdades y exageraciones, datos sin verificación y chismes sin valor. Sergio trató de ser cuidadoso para no presentar un Héctor en su lado B y sin ocultar sus vicios, impuntualidades, inmadurez y demás defectos, tampoco se ensañó en hacerle lupa a lo peor del ser humano.

En contraste, tampoco es un texto de exaltación y descarga de adjetivos, algo en lo que quienes escriben de músicos y artistas suelen caer con tanta facilidad. Y mucho menos es un libro que trae la verdad revelada sobre el ídolo de Ponce.

A mi parecer es un libro sincero, sin pretensiones más allá de tratar de hacer un relato lo más fiel posible desde una persona que como el autor ha vivido inmerso en la rumba desde hace varias décadas, pero que no se quedó ahí, sentado desde el recuerdo con las historias que ha intercambiado entre disco y disco sino que además recurrió a fuentes primarias de la información y despojado de orgullos literarios abrió la puerta para que otros también nos dieran a conocer ese Lavoe que les tocó vivir.

El libro comienza con un rastreo de lo que es Ponce, con los primeros años de Héctor en esas calles, lleno de ausencias y necesidades, criado por sus familiares, porque de niño mamá se murió y solito con el viejo lo dejó, historia sustentada a través de la entrevista que el autor le hizo a Priscilla Pérez, hermana del cantante, y de la conversación con otras personas del lugar que aún recuerdan ese Ponce de los años 40 y 50.

Posteriormente la historia nos va llevando por los años adolescentes cuando Héctor encuentra en la música su motivo y razón para salir adelante, hasta el día que decide que Nueva York es su mundo y con una mano adelante y otra atrás y más flaco de la cuenta, llegó a la Gran Manzana.

A partir de entonces comienza la historia más conocida del artista, cuando de toque en toque, tratando de abrirse un espacio en la fiesta y la farra latina conoció a Willie Colón, mancuerna que fue proyectada para poco tiempo y que terminó durando toda la vida.

Nunca sabremos qué hubiera sido de Héctor sin Willie, porque él no sólo lo puso a brillar al frente de su orquesta sino que después, cuando terminó oficialmente la vinculación artística, Colón siguió como su productor, el hombre detrás del mago del micrófono. Fue su gran soporte, al lado de un puñado de músicos que tuvieron que soportarlo.

El libro nos habla de la época de oro con Fania, y la manera como Héctor se volvió la mascota de la orquesta, al que le perdonaban o permitían los excesos, el hombre que siempre cerraba los shows con su clásico Mi Gente. Fueron momentos en los que tocó el cielo con sus manos, a fuerza de talento, gracia y soneo.

Pero Héctor tuvo un designio, estar condenado a vivir lo que cantaba y muchas de sus letras fueron verdaderas sentencias que Santana logra recopilar y sin aspaviento nos va llevando también por la vorágine que fue su final, producto del vicio, la mala suerte, el destino, los empresarios y un alma de niño llena de fragilidad.

Luego de esta interesante biografía viene en el libro un refrescante intermedio fotográfico que nos ayuda a ubicarnos en la historia, después Santana hace un acercamiento al Héctor bolerista, para luego pasar a la parte de cómo se vivió a Lavoe en diferentes ciudades y países latinoamericanos. Como decía, cada uno tiene un pedacito del Lavoe que le tocó vivir y este me parece un mérito importante del libro, pues recoge los pedazos de su historia por Latinoamérica, para armar el gran collage que nos da dimensión del artista.

Inicialmente nos traslada a Venezuela, en un momento en el que el país era potencia, y las orquestas, los cantantes y el espectáculo estaba a la cabeza del continente. Gherson Maldonado Moncada, licenciado, melómano, productor musical, presentador e investigador nos cuenta lo que significó el paso de Héctor por ese país, haciendo un recuento cronológico de sus presentaciones y la relación estrecha que tuvo con la movida musical, como los encuentros con los músicos de la Dimensión Latina y la manera como Venezuela se convirtió en uno de sus principales mercados en la venta de discos.

Después, de la mano de Diógenes Iván Riley, docente universitario, coleccionista e investigador musical, viajamos a Panamá, el país que inmortalizó con su murga, uno de los primeros destinos musicales con la orquesta de Willie Colón y la manera como se volvió un constante invitado para los carnavales de su capital.

Otra historia interesante fue el paso de Lavoe por La Habana, relatado por Rafael Lam, periodista, cronista, comentarista radial y escritor, que nos narra la trascendencia que tuvo el Habana Jam de 1979, un importante intercambio musical de la salsa de Nueva York con una de las generaciones más brillantes de la música cubana, cuando se fletó un avión lleno de músicos desde Estados Unidos a La Habana y sólo hubo una ausencia, adivinen, Héctor Lavoe, quien finalmente arribó a La Habana antes de comenzar la presentación de la Fania, sin que nadie supiera cómo apareció, anécdota que ha producido más misterio que certezas y cuya verdad Héctor se llevó a la tumba.

Y ni qué decir de Lavoe en Colombia, donde incluso vivió, fue protagonista del desarrollo salsero de Cali y hasta actuó para la mafia paisa. El escritor y periodista Umberto Valverde nos cuenta la historia de Héctor en Cali, llena de detalles, de anécdotas buenas y malas, de excesos, y cómo fue necesario enviarlo de nuevo a Nueva York, antes de que se destruyera en Colombia, lo que a la postre sólo fue un cambio de domicilio para la misma tragedia.

El periodista y escritor pastuso José Arteaga se encargó de reconstruir el paso del cantante por Bogotá, que no empezó nada bien, con disparos y hasta la suspensión de conciertos, y que también puso a Héctor en los musicales de la televisión colombiana.

Y Medellín tampoco se queda atrás. En un texto preparado para el libro Medellín tiene su salsa, Santana y el periodista Octavio Gómez relatan lo que fue la llegada de la salsa a Medellín y las historias alrededor de Lavoe, cuando se relacionó con la mafia de los años 80 en la ciudad y protagonizó una famosa anécdota por cuenta de esos encuentros, que Santana y Gómez reconstruyeron en el texto con testigos presenciales que narraron lo sucedido.

Otro investigador y amigo de la casa, el ingeniero y productor de radio Rafael Bassi, hizo la recopilación histórica de Lavoe en Barranquilla, una ciudad salsera por excelencia, en la que llenó estadios y también mostró su decadencia cuando se cerraban los años 80.

Eduardo Livia Daza, ingeniero, escritor y productor radial, nos trae el paso de Lavoe en Perú, un país que cautivó desde el comienzo, tanto con Willie, con Fania y como solista.

Y finalmente, el comunicador y hombre de radio, el dominicano Alexis Méndez, describe las actuaciones de Lavoe por Santo Domingo en franco reportaje con sus amigos y culmina con el paso por Guayaquil y otras ciudades ecuatorianas del jibarito con paseo incluido en prisión.

El libro finaliza, como debe ser, con una completa discografía que termina por ubicar al lector en la obra musical de Lavoe para darle un cierre a este esfuerzo investigativo que reúne interesantes datos de una vida tan rica como triste.

Felicito a Sergio por el sexto libro de esta camada, luego de la publicación de Pérez Prado: qué rico el mambo; Tito Rodríguez: en la vida hay amores; Mi salsa tiene sandunga y otros ingredientes; Lucho Bermúdez: Cumbias, porros y viajes y Benny Moré sin fronteras.

La suya es una pasión por la clave y sus protagonistas que muy seguramente nos ha contagiado a muchos de los que nos ha reunido hoy y que esperamos seguir compartiendo desde la cercanía de una conversación o desde el tono amable y juicioso de un libro.

Gracias por acercarnos al más díscolo de los protagonistas de la salsa, al infaltable sonero que no le faltó nada por vivir, al hombre que respiraba por debajo del agua al genio y figura que aún nos sigue llenando con su ingenio y sabor.

Y ahora, no sólo que cante, sino que también lo lea su gente.

Juan Carlos Mazo, comunicador social y periodista, ha escrito en El Espectador, Publicaciones Semana y El Colombiano. También ha sido productor de radio y televisión. Actualmente es el Jefe de Comunicaciones del Teatro Metropolitano de Medellín.

Sergio Santana y otros: Héctor Lavoe: la voz del barrio. Ediciones Santo Bassilón. Medellín, 2018 (+ información: santobassilon@gmail.com).

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