En Santa Bárbara (California) nació en 1984 Katheryn Elizabeth Hudson (Kate Perry para el mundo) de padres estrictamente religiosos. Pero por lo que se va viendo, no se siente muy identificada con ninguna religión. Katy Perry es la expresión pop de un fenómeno sociológico y demográfico que puede comprobarse desde hace más diez años en las fiestas pop y gays jóvenes.

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Frente a una Madonna siempre dispuesta a buscar el escándalo o frotándose las partes íntimas y poniendo crucifijos o vírgenes en su ambientación y estilismo, Kate Perry es la nueva “girl” de la canción en formato conservador. Dicen de ella que maneja un pop no apto para diabéticos. Sí, Kate Perry pone demasiada azúcar a sus letras, y en ocasiones provoca comas diabéticos, pero es la reina de las ventas. La “experimentación” no es lo suyo.

Singer Katy Perry arrives at the 73rd Golden Globe Awards in Beverly Hills, California January 10, 2016. REUTERS/Mario Anzuoni - RTX21RXY

Al contrario que otras reinas del pop, Perry aplana lo gay sumándolo al arcoiris inocente de la diversidad. Sin casi sexo. O incluso cae en algo parecido a la homofobia que ella tamiza con su dedicación a la defensa de los derechos del mundo LGB.

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No es reivindicativa como Beyoncé, ni posee la voz de Adele pero Perry ha demostrado que no necesita ponerse trascendente para defender su lugar en el mundo, sino que es la mejor embajadora de un estilo que nunca renuncia a pasárselo bien pase lo que pase. Incluso estando contra Trump, se atreve a disfrazarse de Hillary sin que ella le demande. ¿Será por que ha puesto mucho dinerito para su campaña?

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Sus vídeos, lejos de la estética de peleas de pandillas de moteros, nos ofrecen un paseo por películas icónicas de los 80, comedias románticas, aventuras en la selva y un mundo de “chuches”. Un mundo de mucho color con batidos rosas, animales que bailan y niños con distracciones sanas. ¿Es quizás su mundo el de la era Trump, ese que ha votado al muñeco rubio? Sin embargo, detrás de ese mundo de entretenimiento sano su éxito puede ser leído también como una suerte de reacción: un retorno a los orígenes del pop como la versión lavada y especialmente diseñada para consumo de las masas blancas, de la música demasiado sensual de los negros.

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Comparada con sus antecesoras, pero también con algunas de sus contemporáneas (Lady Gaga, Rihanna, la Minaj), Perry es una especie de turbolavadora dedicada a sacarle al pop todo lo que podría tener de oscuro, peligroso, disruptivo, desobediente y perturbador.

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Sin embargo, al día siguiente de que llegara el fenómeno circense a la Casa Blanca, Perry expresó su enojo por las redes sociales. “Nunca vamos a estar callados. No te sientes todavía, no llores. Muévete. No somos una nación que se dejará manejar por el odio”. Y por si esto fuera poco, hay que sacar también el mínimo lado oscuro de la chica porque está y no está, de novia de Orlando Bloom.

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Kate da siempre con la canción o por lo menos eso se ve en las listas que hacen los listos -o quizás los tontos- y ha batido records inigualables: ha estado las mismas semanas en el top ten que Michael Jackson, ha superado en ganancias a las chicas del pop star, ni Beyoncé, ni Adele, ni Britney ni ninguna, le alcanza según la lista de “money is gorgorito” de Bloomberg.

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Partidaria de un estilismo que no es que sea desenfadado, sino que llega a desenfundado y bizarro, es una ayuda inestimable a la hora de salir en los papeles. Sus letras pasan de inesperadas a concienciadas y mientras tanto, no hay fiesta nupcial en la que no se baile con un disco de Kate. Sin embargo, a su matrimonio con Russell Brand, le puso final sin música en apenas catorce meses, por considerarlo “vacío y superficial.”

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Su vídeo, en el que interpretaba el personaje de Katy Pätra y que mezclaba estilismo egipcia con un ambiente de la escena hip hop de Memphis, es un tema aparte: si se calcula que actualmente unos 4.000 millones de personas tienen acceso a internet, este vídeo se acerca peligrosamente a los 2.000 millones de visitas. Hagan cuentas.

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