En su mayor parte, un diario es una confesión íntima y privada sobre cuestiones triviales para el gran público pero, a veces, existen diarios comprometidos con recónditas y letales confesiones para la reputación de su dueño. En la historia ha habido grandes diaristas que se empeñaban en relatar sus avatares cotidianos; hechos intranscendentes que, en su gran mayoría, no pasaban de la vaga terapia nocturna: “hoy A. no ha venido a verme. Ni me ha llamado. Juro que nunca más volveré a pronunciar su nombre.” Pero, seamos claros, ni todos los diarios esconden inocentes confesiones de señoritas discretas ni todos son un soliloquio egoísta, algunos han debido convertirse en una arma de fogueo para sus dueños.
Imaginemos la siguiente situación: un cajón desvencijado de un mueble calcomido, heredado por algún familiar sin nombre, que esconde un cuaderno amarillento con notas sobre venenos. La perversión nos ha llegado mientras investigábamos sobre el talio en la publicación de cabecera nos inspira en Don’t Kill My Vibes, La Historia de los Venenos de Adela Muñoz Páez.
Pero sigamos con nuestro personaje. La imaginación nos lleva a determinar que tiene que ser una mujer, un ser en apariencia cándido y servil, probablemente hija ilegítima de algún señorito, que decidió recluir a este error amoroso de loca juventud en casa de algún familiar lejano. La doncella jura que su nombre será recordado y se hace con un arsenal de raticidas y productos tóxicos, camuflados entre sus pertenencias personales. Como ven, este personaje pudo haber existido, seguro que muchos de nuestros oyentes conocen algún caso parecido o quieren seguir estimulando nuestra perversa fantasía. Queremos saber más sobre envenenadoras, reales o de ficción, así que mientras escuchan la sesión que ha preparado DJ Andy Grey, intenten dar vida a este personaje y escriban cualquier pensamiento en la pestaña “comentarios”.
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