El rap de los ghettos argentinos
En las calles de los barrios populares de Argentina el rap se transformó en la banda sonora de todos los días.
La provincia de Buenos Aires es prácticamente un país dentro de Argentina. Allí se concentran 17 millones de habitantes, el 40% de la población de todo el país. En esa provincia con 24 partidos que conforman el conurbano bonaerense, el polo industrial y económico más importante de Argentina, es el territorio con las desigualdades sociales más grandes. Un 28% vive bajo la línea de pobreza, con un ingreso que no alcanza los 16.000 pesos argentinos, alrededor de 160 euros por mes. El desempleo alcanzó el 13% en el segundo trimestre de este año. Es como si todos los habitantes de Eslovenia estuvieran desocupados.
La violencia en las calles, las villas, el hambre, los comedores populares, el narcotráfico y el consumo de drogas crecen. El rap, como antídoto a esos males endémicos, también, crece. En toda la provincia miles de jóvenes se agrupan en crews de artistas, estudios de grabación, centros comunitarios y encuentran en las rimas otro horizonte, o por lo menos un espacio de catarsis y de identidad barrial. El paisaje de ciudadelas hacinadas al lado de un riachuelo contaminado por fábricas, las casillas de chapa, los pasillos angostos y las calles de tierras pegadas a barrios cerrados con casas con piletas y lagunas artificiales, los monoblocks de cemento, los enfrentamientos entre los pibes “chorros” y la policía, forman parte del imaginario del rap del conurbano: un territorio con sus propias leyes.
Sobre barras de métrica veloz y respiración entrecortada, que suenan como disparos de bala, aparece la escenografía cotidiana, la vida en esas calles: el evangelista que sale de traje, los pibes fumando y tomando en una esquina, los altares al aire libre de santos populares como el Gauchito Gil, los grafittis recordando en las paredes de los barrio a los nombres de los “wachines” (chicos) caídos en un asalto, pero también la solidaridad entre vecinos, las noches de jolgorio, amor y amistad con el telón de fondo del conurbano.
El rap es uno de los géneros urbanos que más creció en la última década, ganando entre jóvenes y adolescentes de villas, asentamientos y barrios humildes, una popularidad que históricamente fue de la cumbia y el rock. Las batallas de freestyle en plazas y esquinas, a partir de la película 8 Mile del rapero Eminem, creo una ola imparable. Todos los días sale una nueva figura del género, una revelación que suma millones de visualizaciones en Youtube, con un video grabado con una cámara full HD en una zona caliente del gran Buenos Aires. En cambio, a inicios de la década de los años 80, el panorama de la cultura hip hop era muy diferente.
EL BIG BANG
En 1983 el estreno del video de la canción Thiller de Michael Jackson en la cadena MTV generó un impacto mundial. En Buenos Aires un programa de televisión llamado La Hora de Michael Jackson en Canal 9, conducido por un crítico de cine mayor llamado Domingo Di Nubila y que se presentaba de smoking, alimentaría el fenómeno desde la pantalla local haciendo circular videos y nueva información. Un grupo de adolescentes de familias clase media y trabajadoras de la zona oeste y sur de Buenos Aires sintieron el llamado de ese nuevo mundo del breakdance que se abría frente a sus ojos, a través de las escenas de películas como Flashdance y, principalmente, el efecto que causaron los estrenos de films americanos como Breakdance, dirigida por Joel Silberg, y Beat Street, de Stan Latham, que mostraban la cultura hip-hop de Los Ángeles y Nueva York.
El baile ocupó las calles en pleno comienzo de la primavera democrática, tras salir de la dictadura militar (1976 -1983), y se convirtió en el eje de un cambio cultural: ese fue el germen del rap en Argentina con adolescentes que querían imitar los movimientos de breakdance -el robot, el paso lunar y el molino sin manos- sobre las bases del rap de Ice T, Afrika Bambaataa, Herbie Hancock con su hit Rockit y Break Machine que gracias al tema Street Dance, llegaron a hacer tres recitales en el estadio Luna Park. Los primeros grupos fueron de baile como Dinamycs Breakers con Mike Dee, Mr. Funky y Marcos Vincent, o el grupo Morón City Breakers, donde se pasaban información -vinilos, cassettes y videos copiados- para expresar una cultura nueva, que primero se insertó a través de los pasos y técnicas del baile, el grafitti y los DJ, y que poco tiempo después cobró fuerza como movimiento musical.
El rap empezó como una copia de una cultura extranjera que empezó a buscar su propia identidad en aquellos pioneros como Mario Prietuzka (Jazzy Mel), Frost (Sindicato Argentino del Hip-Hop), Mike Dee (Bola 8), Dj Black (Encontra del Hombre), Derek, Los Adolfos Rap, Club Nocturno, Presa del Odio, The Coprofagos Rap, Sindicato Argentino del Hip Hop, La OZ, IKV y Actitud María Marta, que marcaría un quiebre en el discurso social y político del rap a mediados de la década de los años 90. Además de hitos como el compilado Nación Hip-Hop en 1997 y el Grammy que ganó el Sindicato Argentino de Hip Hop en 2001, que le empezaron a dar forma a una nueva escena musical sostenida en el tiempo.
Si Chuck D (el vocalista de Public Enemy) definió al rap de Estados Unidos como la CNN de los barrios marginales, para la nueva generación nacida en el gran Buenos Aires, el rap se convertiría en el noticiero de los barrios populares.
EL PAISAJE DEL CONURBANO COMO POSTAL DEL RAP
Los cambios sociales y culturales que sucedieron desde aquellos pioneros del rap de vieja escuela hasta la generación actual, están muy ligadas a los destinos económicos del país en las últimas tres décadas. Martín Biagginni, investigador del rap en la Universidad de la Matanza y autor del libro Historia del Rap de Acá, traza un paralelo entre los primeros raperos de los años 80 y la nueva generación del Siglo 21.
La vieja escuela del rap surge en barrios humildes del conurbano pero todavía tiene rezagos de un Estado de bienestar. Una amplia mayoría de los padres de esos pibes eran obreros, trabajaban en fábricas y frigoríficos, mientras que ahora sus padres son cuentapropistas, o cartoneros: la realidad socio cultural de las familias cambió. La otra diferencia es la tecnología. En los años 80 y 90 para grabar un cassette tenías que tener una porta estudio y los pibes que eran de las clases bajas no podían acceder a grabar. Después de 2005 la democratización de las tecnologías, los celulares y programas del Estado como Conectar Igualdad, permitieron que cualquier pibe pueda distribuir y grabar su música. Hasta el rapero de menores recursos, o que vive en cualquier barrio de emergencia tiene acceso a la tecnología, por eso tenés caso de raperos como Lucas de Puerta de Hierro en La Matanza, que vive de la música y arranco grabando con un celular, o el caso de El Melly en Fuerte Apache, que le dieron el botón de platino de Youtube por superar los 100.000 seguidores sin salir del barrio.
Ese nuevo acceso a la tecnología, que permitió grabar en celulares, bajar música con programas como el Ares, o armar estudios de grabación caseros con software de música pirateados, cambió las reglas del juego en los barrios populares y creo nuevos ídolos de los ghettos cantándoles a los ghettos como Lucas de la villa Puerta de Hierro, que debido a su popularidad se cambio el nombre a Fili Wey. Dicen que no soy real, dicen que no se cantar, mientras vivo en una villa, vos en un barrio bacan, tira barras en la canción Le Canto a los Pasillos de 2012, con más de tres millones de visualizaciones en Youtube. Sus temas retratan con crudeza la vida en uno de las villas más peligrosas de la Matanza, donde se vende y produce pasta base en las viviendas precarizadas, donde no se anima a entrar la policía, y donde los niños y adolescentes del barrio mueren tempranamente por la delincuencia, o por el consumo de “paco”.
Tambien de la zona oeste es El Melly, un rapero social con una historia parecida a la de Fili Wey, Creció en el barrio de Fuerte Apache, un complejo habitacional de torres de monoblocks, donde viven familias de clase trabajadora y bandas de pibes chorros, que se disputan el territorio del narcomenudeo. Su trabajo en la crew Gansters, que se ganó el respeto de los raperos más veteranos del barrio, le dio paso a una etapa solista que no hizo más que sumarle popularidad en los barrios de la zona oeste. Subí niveles sin copiarme de los yankees. Argentino como Diego, Charly y Cerati, canta en el rap M23, filmado en una de las torres de Fuerte Apache.
LAS CALLES DONDE JUGÓ CARLOS TÉVEZ
En una de las barras de Queridos Amigos, uno de sus temas más populares, cantaban: a esta altura de la vida, me queda una moraleja, el que no termina muerto, acá termina tras las rejas. Ese destino cambió para los cuatro integrantes de F.A. La primera formación se juntó el año pasado y están todos vivos y bien, dice Biagginni. Uno se hizo evangélico y trabaja en una empresa de camiones. El resto sigue en la música. Inspirados en la escena del gangsta rap de la Costa Oeste de Estados Unidos con referentes como Tupac y Notorious Big, el rap testimonial de Fuerte Apache prendió la mecha en otros barrios populares como Ciudad Oculta, donde surgió la crew de raperos de Clan Oculto, una agrupación bien under, que desde canciones como Noches Negras, incorporan la ironía sobre la clase política y la reivindicación de la vida en la Villa 15.
MALAJUNTA
Si para muchos de estos jóvenes raperos la escuela fue la calle, las batallas de rap se convirtieron en la universidad. En 2005 el rapero argentino Frescolate se consagró como el primer campeón internacional de la Batalla de los Gallos ganándoles a MC’s de España e Hispanoamérica. Esa noticia, que contagió de otra energía el rap local, se derramó en el entusiasmo que despertaron certámenes históricos de freestyle como el Halabalusa en Claypole, organizado por D-Toke (campeón internacional de la Batalla de Gallos en 2013), y A Cara de Perro de la crew Sudametrica de Mustafa Yoda (otro de los pioneros de rap con La OZ), además del fenómeno que generó el Quinto Escalón en parque Rivadavia, desde 2012 hasta 2017, cuya viralización en las redes, impactó en toda una nueva generación de raperos.
La gente se identifica conmigo porque le canto al barrio con sus amores, berretines, jolgorio, engaños, alegrías, peleas, enojos, fiestas. Desde ahí compongo y escribo mis canciones, como una persona que se crió en un lugar humilde y con esa cultura. En su estilo se mezcla un slang del conurbano con el hip-hop, la cultura de la cumbia y el rock, teñido por el sentimiento romántico y popular del cantante de baladas Sandro. La movida del hip-hop me llega entrando en el 2000. En esa época estaba inmerso en la cumbia y el rock and roll. Es cuando nace la cumbia villera que es un estilo de cumbia de barrio. Cuando conozco el hip-hop siento que era lo mismo, pero con otra música y no me hacía falta cantar, sino recitar. Así empecé a rapear en 2003 y en 2006 ya grabé mi primer mixtape, cuenta Malandro, que aprendió el rap escuchando a Cypres Hill, Control Machete, Tupac, Wu Tang Clan, y que tiene un repertorio de más de 400 temas. Decenas de esas canciones son himnos del arrabal como Jolgorio y Jarana, Chito Calavera, Bonito y Barato, Quiquito Trampa, De la Risa, que pasaron del millón de reproducciones en Youtube.
En sus letras aparece la marginalidad, el camino sin salida de la droga y el futuro. En los últimos años este sobreviviente de la segunda generación del rap, admirador de pioneros como el Sindicato Argentino del hip hop y Bola 8, vio como su popularidad creció haciendo featurings con artistas de la cumbia argentina como Néstor en Bloque. A mí lo popular me encanta. La música tropical tiene canciones que baila tu mamá, tu abuela o tu tío en un asado. Siempre me sentí parte de eso y por eso me gusta colaborar con un artista de cumbia o reggaetón. Igual XXL Irione, no baja la guardia, está trabajando con Nahuel Herrera, un artista de Burzaco, que viene de abajo y se crió en calles de tierra, para recuperar un sonido de rap más crudo. Si soy rapero no me voy a quejar. Ese es mi rol.
Lo testimonial es otro de los puntos fuertes de Big Buda, un rapero donde se pueden ver las historias de otros pibes como él que sufren discriminación y aprietes de la policía bonaerense. El tema Que se Pudra, recuerda al himno Fuck the Police, de NWA y es el resultado de diferentes situaciones donde Big Buda fue detenido y sufrió el abuso de la policía. Esto arranca en 2017, un día para ir a rapear a un evento nos para la policía en Temperley. Nos sacó las zapatillas, las medias, la campera, las remeras, estuvimos una hora y media en cuero sobre la avenida Alsina en Temperley. Me volví loco. A las tres semanas me pasó la misma secuencia cuando iba al trabajo. Desde los 16 años vivo situaciones así por ser de Villa Fiorito.
Sin embargo, el joven rapero dice que a pesar de las desigualdades sociales no cambiará su barrio por nada. Vivir en Fiorito, es un antes y un después de cualquier persona. Es cuna de campeones y además las situaciones que se ven acá son insólitas, gente que toda la vida se estuvo peleando, deseando la muerte y de repente se ayuda; los chicos jugando a la bolita, andando en bici, o jugando a la pelota en un potrero, los mates en la vereda, las tortas frita con mate cocido en un día de lluvia, la lluvia que te cae en el techo de chapa y la policía reventando la casilla de alguno. Eso es Fiorito.
En las villas el rap es otra puerta de salida, un escape de un destino como transa (vendedor de droga), o pibe chorro, como en su momento fue el fútbol. También el rap se convirtió en un espacio de pertenencia, el orgullo de cantarle a la propia comunidad, ser un héroe reconocido en la propia aldea, empoderando la propia identidad. El rap puede cantar la vida en los barrios, desde las rimas descarnadas sobre casos de gatillo fácil de la policía, la violencia de género, la falta de techo y trabajo hasta los momentos de jolgorio entre amigos, la solidaridad entre vecinos y la esperanza, que es lo último que se pierde. Es el lado B que no cuentan los noticieros. Ahora son los raperos y raperas del gran Buenos Aires, los que cuentan su propia historia.
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Impresionante toda la data. Felicitaciones!!!