Ya saben los resultados: lo han contado películas, series de TV, libros. Un desastre que provocó envenenamientos masivos, la expansión del gansterismo, la corrupción de muchas autoridades, el hundimiento de la industria del alcohol, la ruptura con la legalidad de millones de ciudadanos (incluyendo muchos congresistas y senadores que habían votado a favor de la Decimoctava Enmienda). Y la extensión del “vicio” a la mitad femenina de la población, hasta entonces alejada de tabernas y saloons, establecimientos nítidamente masculinos.
La Ley Seca, como experimento de ingeniería social, fracasó de manera tan catastrófica que, trece años después, la citada enmienda fue derogada. Con matices: a nivel local, un Estado, ciudad o condado podía vetar la fabricación y venta de bebidas alcohólicas; son las llamadas zonas secas. El consumo de alcohol volvía a ser una elección propia, un asunto de libertad individual (verán que la mayoría de los temas que hoy suenan se expresan en primera persona).
Toda esta situación creó la épica del bootlegger, el fabricante de licor clandestino. Unos brebajes conocidos como moonshine, “luz de luna”, debido a que se elaboraban de noche y en lugares remotos para evitar ser detectados por los agentes federales.
Aparte de alguna pieza country, casi todas las canciones pertenecen al rhythm and blues más exuberante. Con un capricho final, una parodia de Ray Davies sobre esas historias moralistas de hombres echados a perder por la dipsomanía y las pelanduscas.
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