Hubo, hace no pocos años ya, un tal Thomas De Quincey que escribió una controvertida obra que llevaba por título Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes. En sus sardónicas páginas, el eminente escritor ponía todo su énfasis en despreciar aquellas abominables innovaciones venidas de Italia y prefería sin temor a dudas la más vieja, y a su juicio, honrada manera de liquidar a un enemigo: rebanar con una fría lama. Las sustancias que el señor De Quincey reprobaba eran, como ya muchos lo habrán adivinado, los venenos.
De todos los tósigos empleados para envenenar, el más terrible, por su relativa facilidad de adquisición, ha sido por antonomasia el arsénico. Incoloro, inodoro, miscible en bebidas y pasteles (como el que la señora Lafarge hacía comer a su maridito) y de venta en boticas. Cómo no debió de ser que las autoridades británicas tuvieron que dictar el Decreto del Arsénico para controlar al llamado "poudre de succession".
Por su parte, la toxicología clasifica el arsénico como un veneno depresor del sistema nervioso por lo que DJ Andy Grey ha creado este antídoto eficaz contra los envenenamientos, que facilita una completa eliminación sin rastro a base de estimular al cuerpo con mezclas rítmicas sintetizadas en su laboratorio de sonido. No se trata de un revulsivo universal ya que no actúa en pacientes que sean inmunes a la música de baile.
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