Tejano de 1897, cuentan que perdió la vista cuando su madrastra le lanzó lejía a la cara, en venganza por alguna infidelidad de su padre. Aceptó su destino: los intérpretes ciegos llamaban la atención y despertaban la simpatía de los espectadores. Resultó que, además de ser un cantante de voz poderosa, dominaba la guitarra, incluyendo la técnica del bottleneck. Y aprendió a grabar discos, llevando una voz femenina como refuerzo.
Se hacía oír en las calles y, según aumentaba su fama, también actuaba en iglesias e incluso en ciudades del Norte, como Nueva York. Su carrera, sin embargo, se interrumpió cuando se hundió la industria discográfica, con la Depresión. Mantuvo una existencia modesta hasta que, en 1945, se incendió su casa de Beaumont y se vio obligado a dormir al fresco. Puede que falleciera de pulmonía pero en su acta de defunción especifica que la causa fue la malaria, entonces utilizada como (brutal) remedio contra la sífilis.
Murió con 48 años y ni siquiera se sabe dónde está enterrado; apenas dejó una foto y poco más de dos docenas de canciones grabadas. Eso sí: lo bastante poderosas para que, comenzando con Samuel Charters, abundantes investigadores se lanzaran a peinar los barrios negros y los archivos, localizando documentos y testimonios que rellenan algunos vacíos de su biografía.
Su música se ha ido reeditando en LP y en CD; ha impactado en artistas muy alejados de sus miserias, de su visión apocalíptica de la vida y la religión. El programa de hoy alterna las grabaciones originales con algunas de las versiones incluídas en God don’t never change, el disco de homenaje editado por el sello Alligator en febrero de 2016. Interpretaciones audaces de Tom Waits, Lucinda Williams, Luther Dickinson, Rickie Lee Jones, los Blind Boys of Alabama o los Cowboy Junkies.
Inicia sesión con tu usuario Gladyspalmera o con una de tus redes sociales para dejar tu comentario.
Iniciar sesión