La realidad: la onda expansiva de la psicodelia y el hipismo impactó en una black music que disfrutaba de un subidón de público y una creciente autoestima. Suponía un permiso para delirar y experimentar. Incluso en estructuras tan jerarquizadas como Motown Records: se suele olvidar que, antes de que Marvin Gaye y Stevie Wonder se emanciparan, el productor Norman Whitfield ya hacía discos para los Temptations con orquestaciones alucinadas y letras “sociales”. Todos aprovecharon para ganar libertad. En I’ll bet you se puede disfrutar de una pareja bien chocante: el jovencito Michael Jackson cantando una composición de George Clinton, el mayor freak del Detroit negro.
Y muchos más. Trompetistas de jazz como Miles Davis o Dizzy Gillespie se electrificaron. The Bar-Kays, recompuestos por los supervivientes del accidente que acabó con la vida de Otis Redding, facturaron un LP titulado Black rock. Los Isley Brothers guardaron entre naftalina sus uniformes de fantasía y se vistieron de calle para la portada de Givin’ it back, la primera de sus deslumbrantes aproximaciones al cancionero del rock.
En general, la psicodelia negra se reconoce por el protagonismo de los guitarristas, armados con pedales de fuzz y gua-gua. Pocos se atrevían por entonces a reflejar la apabullante fuerza de Hendrix pero las guitarras se muestran mandonas hasta en los discos del James Brown imperial. Una vez que se despendolaron las seis cuerdas, le tocó el turno al bajo eléctrico, que muestra sus poderes en los temas de Curtis o Sly.
La psicodelia funky terminaría asfixiada por la avalancha de la disco music pero antes surgieron tipos genialoides, más interesados por la expresión personal que por el éxito comercial. Pensemos en Shuggie Otis, capaz de grabar canciones fantasiosas donde tocaba y cantaba todo. Un estudiante de Minneapolis, un tal Prince Rogers Nelson, tomó buena nota.
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