La señora Hamlisch estaba harta de Yomo Toro, harta. Tantas noches en vela la habían llevado a odiar a esa banda de puertorriqueños que no hacían otra cosa que ponerse a tocar sus canciones interminables al pie de su ventana. Estaba hasta la coronilla de aquel hombre gordito y de la ineficacia de la policía que no podía garantizar la tranquilidad de los vecinos de la Avenida Amsterdam en el Upper West Side de Manhattan. ¿Porqué demonios, se preguntaba la señora Lilly Hamlisch, no tocan otra cosa, a otra hora y en otro lugar?

Corría el verano de 1970, y ante la imposibilidad de frenar aquellas serenatas de Yomo Toro y sus amigos que se repetían noche de tras noche, pidió ayuda a su hijo Marvin.

-Tal vez a ti te hagan caso. Parecen de tu edad y a ti se te dan mejor estas cosas que a tu padre.

En efecto, el señor Max Hamlisch, aunque acordeonista y director de orquesta, no había podido hacer nada, pero al chico, en cambio, se le ocurrió una idea.

Marvin Frederick Hamlisch Schachter era un genio. Tocaba piano desde los cinco años y a los siete se había convertido en el alumno más joven de la prestigiosa escuela Juilliard. Graduado con honores, Marvin encontró trabajo muy rápido como autor de bandas sonoras para cine, y en aquel entonces con apenas 26 años ya había hecho la música de cinco películas y trabajaba en tres proyectos paralelos.

El que más lo entusiasmaba, aunque no había podido encontrar el tono exacto para su tema central, era la segunda cinta de un joven director amigo suyo llamado Woody Allen. La película iba a ser titulada Bananas, y en tono de comedia narraba una serie de equívocos que habían llevado a su protagonista a pasar de ser probador de artilugios para oficina a dictador de la república bananera de San Marcos. Y el rodaje se había hecho en Nueva York y, ¡mira tu por donde!, en Puerto Rico.

Así que Marvin Hamlisch bajó y habló con Yomo Toro. Le dijo que estaba haciendo una película y que si quería participar tocando la versión latina de un tema que había compuesto y, por supuesto, Toro le dijo que si. A lo que Hamlisch le contestó:

-Trato hecho, pero con una condición: que no vuelvas a tocar más al pie de mi ventana.

Bananas se estrenó en abril de 1971 y aunque pudo haber tenido un éxito más duradero, la capacidad de producción de Woody Allen hizo que en menos de un año presentara dos obras más, entre ellas Todo Lo Que Usted Quiso Saber Sobre El Sexo Y No Se Atrevió A Preguntar. Lo que si trascendió fue la banda sonora de Hamlisch con el bolero rítmico de Yomo Toro y su Trío, Quiero La Noche, como tema central; un tema mezclado con efectos de disparos y bombas, y acordes filarmónicos. La versión original, Cause I Believe In Loving, también fue incluida en el filme, pero no tuvo el mismo impacto.

Marvin Hamlisch seguiría su cadena de éxitos, alcanzando la consagración tres años después con la música de The Sting, y Yomo Toro entraría a finales de 1970 en las altas esferas de la música latina al firmar un contrato con el sello Fania Records, integrar la orquesta del joven músico que lo había re-descubierto para ello meses atrás, Willie Colón, y hacer parte en agosto del 71 de la orquesta líder de una música que habría de llamarse salsa, la Fania All Stars.

Su primer gran show con la Fania fue en el ballroom Cheetah en agosto del 71, show que fue grabado para cine por el documentalista y fotógrafo Leon Gast, y que acabaría convertido en base argumental de la cinta Our Latin Thing. Cuando se celebró la premiere un año más tarde, Bananas todavía estaba en cartel, siendo Yomo Toro el único músico latino que tocaba en la mayoría de salas de cine de Nueva York.

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