No sabemos si era la intención de Rosario dejar esa metáfora en el título, pero todo indica que es una afirmación de la sevillana de su transformación de Tremendita en Tremenda. Y es que, aunque en su anterior placa (“Delirium Tremens”, de 2018) ya dejaba patente un estilo en el que su conexión tanto con la tradición como con sonidos que van del jazz y el funk a una suerte de quejío progresivo; su ya cuarto álbum de estudio es su punto de equilibrio más logrado y una manera perfecta para poner por delante sus propias credenciales, más allá de referentes y tendencias.
La fusión de la tradición con la vanguardia es absoluta en un álbum que cocinó junto al multiinstrumentista Pablo Martín Jones (un nombre indispensable en la canción ibérica del siglo XXI), con quien salta a un vacío en donde las texturas electrónicas se mezclan con una suerte de flamenco fusión progresivo (“Serneta”), parece forjar una identidad a tientas entre el Bowie más espacial y el espíritu del Mario Pacheco más flamen-jazz (“Un mundo nuevo”), se erige levitante en una especie de taranta voladora (“Mi voz”), genera un encuentro entre Chambao y Morente (“Oye mi voz”), entre Niña Pastori y Holly Herndon (“Dime”), entre Lola Flores y Caetano Veloso (“Abuelería”) o sale a la caza de un groove casi funk en medio de la deconstrucción del quejío (“Tremenda Valeriana”), entre otros saltos al vacío que deberían celebrarse como icónicos ante una gran dama del flamenco contemporáneo. Tan enorme como tremenda.
Alan Queipo.
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