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Va a caer la noche sobre la ciudad de La Habana. Es el año 1951 y en la radio acaba de cantar Ignacio Villa, el gran Bola de Nieve, en su programa “El show de Bola de Nieve” de los Estudios de CMQ Radio, su personal versión de Babalú, el llamado a San Lázaro que compuso Margarita Lecuona, que comienza diciendo:
Babalú
¡Babalú!
Babalú Ayé
Babalú Ayé.
Ya etá empezando lo velorio
que le hacemo a Babalú.
Dame 17 velas, ja-ja-ja-ja
pa’ ponerlo en cruz.
Margarita es una de nuestras grandes desconocidas, tal vez opacada por los nombres de sus primos lejanos, Ernestina y su hermano, el inmenso Ernesto Lecuona. Pocos saben que tomó clases de guitarra y declamación, que fue bailarina, y que cuando aún era una veinteañera, Margarita Lecuona compuso los dos temas suyos que han alcanzado más fama: Babalú y Tabú, dos clásicos del repertorio afrocubano, al cual también aportó Negro gangá y Mersé la mulatita, que estrenara en su voz con el Trío Babalú.
La voz de Bola recorre la noche desde su natal Guanabacoa, “Tierra de aguas”, y esa invocación entra en cada casa, como buscando el sitio donde se venera a San Lázaro, el santo cristiano, que es Babalú Ayé, el orisha milagroso, gracias al sincretismo. Muchos esperarán al 17 de diciembre para ir en procesión al santuario de El Rincón, cerca de Santiago de las Vegas, una pequeña ermita que posee al lado una fuente bendecida por la deidad.
Resuenan nuestros pasos y se escuchan pies que se arrastran por las aceras de la ciudad, y el jadeo de los perros que acompañan al viejo con muletas que ayuda con los problemas de la vida a los cubanos pues se le atribuyen milagros, la curación de enfermedades graves o incurables.
Tal vez por esa adoración otro grande, Antonio Machín, hijo de Sagua la Grande, “el cubano más español y el español más cubano”, grabó el canto a Babalú Ayé en el Madrid de 1941, un tema que no le dio la fama de otros, pero que mantuvo en el aire su rezo cruzando el Atlántico.
Y dame un cabo de tabaco, mamengue,
y un jarrito de aguardiente.
Y dame un poco de dinero, mamengue,
pa’ que me dé la suerte.
Pero esta noche de 1939, anterior a Bola de Nieve y Machín, otro grande va a lanzar a la eternidad ese reclamo mágico al orisha, que es también en la sombra el doble del mendigo y leproso, que tenía llagas, andaba harapiento y con muletas. Es Miguel Ángel Eugenio Lázaro Zacarías Izquierdo Valdés y Hernández, Miguelito Valdés, nacido en una humilde casa del Callejón de Velazco, ubicado en la calle Fundición entre Picota y San Isidro, en el populoso barrio Belén.
Hoy Miguelito se apresta a grabar Babalú para el mundo, acompañado por la Orquesta Casino de la Playa, donde las manos indetenibles de Anselmo Sacasas serán luz y redoble de tambores, oscuridad inmensa y abismo donde cae la certeza de que un santo o un orisha vela por nosotros.
El micrófono del estudio vibra con la voz de Miguelito, y el fervor que pone en su canto, tal vez viene de la pasión que le transmitió su madre, Norberta América Valdés Torres, oriunda de Yucatán, México, con finos rasgos mayas.
Miguelito pronto será conocido en Norteamérica, gracias a el canto que graba esta noche en La Habana, como “Míster Babalú” y saldrá a los escenarios tocando su tambor, haciendo vibrar a los espectadores y agolparse la sangre de creyentes y no creyentes. Porque en este canto hay veneración, pero también razones humanas:
Yo quiero pedir
que mi negra me quiera,
que tenga dinero
y que no se muera.
Ay yo le quiero pedir, a Babalú
una negra frentona como tú,
que no tenga otro negro
pa’ que no se muera.
Así la noche de La Habana lleva el aire de su voz, y allá, a lo lejos, se divisa un anciano con muletas, seguido por tres perros que le acompañan y protegen.
© 2025 RADIO GLADYS PALMERA
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