¿Está seguro de eliminar este elemento?
¿Está seguro de eliminar este elemento?
Estás a punto de eliminar tu perfil. ¿Estás seguro?
Recuerda que siempre puedes volver.
Si deseas recuperar antes tus datos, no te borres todavía.
Haz clic en la opción existente en tu perfil o escríbenos a info@gladyspalmera.com y en el plazo máximo de 30 días, te lo mandaremos vía mail.
Luego, podrás darte de baja del servicio.
Si quieres que te enviemos una copia de los datos que disponemos de tu perfil, confirma este mensaje y en el plazo máximo de 30 días, te lo mandaremos vía mail
Suena en Gladys Beats by Alex García
Suena en Vintage by Alejandra Fierro (GP)
Suena en Latin Fresh by Andy Grey
Suena en Salsa & Latin Jazz by José Arteaga
Suena en Músicas del Agua by Julio Moreno
Él supo ver, como nadie, la sensibilidad de una mujer en el lenguaje misterioso de sus ojos.
Pero esta noche siente que la muerte le ronda. Está solo. Hay gente en el bar Jaruquito, en la playa de Marianao, pero la juerga acabó para él. Siente frío y se oculta en el pequeño cuarto del fondo, donde guardan los envases vacíos y las cosas que ya no sirven.
Es la noche del 9 de enero del año 1950 y los dueños del bar le han dado permiso para que duerma allí. Pero sabe que es su última noche, y quiere mirar a la muerte directamente a los ojos.
Hay frío, su cuerpo tiembla, y aunque la compuso para otra, una mujer llamada Aurora, se le ocurre, en medio de la oscuridad que le invade, cantarle a la muerte, como en un susurro, estos versos:
Ay, Aurora, me has echado al abandono
yo que tanto y tanto te he querido;
con tu negra traición me has engañado
y en el fondo del alma me has herido.
A esta altura es imposible saber qué pasaba por la mente del trovador agonizante. El cuerpo se tensa, sus ojos se cierran, posiblemente se humedezcan y una lágrima corra en la oscuridad por sus mejillas. Pasan por su cerebro muchas muertes. La de su hija pequeña, fallecida a los cinco años por esas enfermedades que se llevan para siempre a los niños. Y también la mayor, que se quitó la vida en la flor de su juventud, a los 17.
Vienen también a su memoria sonidos y luces. Y rostros de mujer, y olores que le deslumbraron. Y sus nombres. Porque Corona dejó en el firmamento de la música algunos nombres de mujer y los hizo inolvidables: Mercedes, Cecilia, Aurora y Longina, la más cantada, la más divulgada y conocida.
Todas suenan ahora en su cerebro. Entran a su sangre alterada y enferma, porque decir adiós duele, y es muy difícil para quien ha amado tanto a la vida.
Tiritando en la oscura humedad que se le clava a Manuel Corona como un puñal esa noche, sus labios susurran otro canto:
Mercedes la que a mi alma consuela sin cesar
que siempre me ha querido con perdida pasión
que sólo por mí vive que siempre me querrá
con todo lo que siente su amante corazón.
Su amante corazón, que, contrario a lo que muchos suponen, vibró siempre por su esposa Eulogia Real, “Yoya”, se acelera, pero no es el corazón quien le va a matar, sino sus heridos pulmones. La tuberculosis se metió en ellos y fue debilitándolo. Por esa terrible enfermedad estuvo ingresado en el sanatorio anti-tuberculoso La Esperanza, desde el 17 de agosto de 1940 hasta el 6 de diciembre de 1941.
Allí lo visitaba su anciana madre, y sus amigos, entre los que estaba María Teresa Vera, que cantó sus creaciones y lo quiso con devoción de hermana. Allí Manuel Corona llevó un pequeño diario, donde anotaba su vida día tras día, y ponía cosas como esta:
Día 31 de noviembre. Salí a La Habana de pase para hacer una colecta para comprarme inyecciones de Anafilaxol.
Era pobre y estaba enfermo. Si la gloria sirviera para vivir, Manuel Corona no hubiese muerto nunca, pero no. Muchos lo recuerdan así: “deambuló por los bares de mala muerte y fondas baratas en busca de unos centavos para sostenerse y poder llevarle a su anciana madre lo poco que lograba conseguir”.
Era ya un fantasma. Una sombra. No el mulato achinado y vital que llegó a La Habana en 1895 con su familia, desde su Caibarién natal. El que en 1908 comenzó a ser popular con su canción Mercedes, que dice:
Por ella canto y lloro, por ella siento amor
por ti Merced querida se extingue mi dolor.
No me desprecies nunca, pedazo de mi vida,
para vivir tranquilos queriéndonos los dos.
Manuel Corona no va a morir de amor. Esta noche, su última noche en el mundo, también recuerda la belleza serena de la mujer que también sacudió una vez su vida, pero no sabe que ella estará a su lado en su tumba muchos años después, Longina O´Farrill. Sus labios temblorosos y pálidos, casi sin fuerzas ya, dicen su nombre mágico, el nombre de una de las canciones más hermosas que soñaría en componer cualquier trovador, y de quien dijo cosas que hoy pueden parecernos muy cursis: lira, voz argentada y cristalina, ignota idealidad, lira.
En el lenguaje misterioso de tus ojos.
Hay un tema que destaca sensibilidad,
En las sensuales líneas de tu cuerpo hermoso
Las formas que se admiran despiertan ilusión.
Era un espectro. Un ser donde solo quedaba música y poesía. Y candor, y ganas de vivir. Y pienso que hasta mucha bondad. De él también dijeron:
“Algunas noches se iba para la playa de Marianao donde abundaban los bares y cabarets. Allí con su vieja guitarra cantaba las canciones que lo hicieron famoso: Longina, Santa Cecilia, Aurora, Mercedes… pero nadie podía imaginar que aquel trovador sucio y andrajoso era el autor de tan bellas canciones”.
¿Qué le habrá dicho Manuel Corona a la muerte a esa hora, desamparado, y temblando de frío y soledad? ¿A dónde se marchó su alma cuando abrieron la puerta de aquel sucio cuarto lleno de botellas y trastos? Prefiero imaginar que no se rindió, que se enfrentó a la muerte, o que le pidió una tregua. Y que en el aire de aquel bar de mala muerte se escuche cada día de la eternidad su voz diciendo:
Tú has tratado de engañar el alma mía.
Castígala, gran Dios, con mano fiera,
que sufra mucho pero que no muera.
Ay, Aurora, yo te quiero todavía.
© 2025 RADIO GLADYS PALMERA
¿Está seguro de eliminar este elemento?
Añade o selecciona algún podcast a tu Lista y vuelve a intentarlo.