Hoy viene Bola, el monseñor
Bola de Nieve, que hace muchísimo tiempo dejó de ser Ignacito, respira el temblor de dos mundos que se complementan, antes de entrar a montarse en la magia del piano.
Tal vez venga vestido con su elegante frac, como ha hecho siempre en las ocasiones solemnes, así que hoy esperamos aquí, en la esquina de la calle O con 21, casi frente al Hotel Nacional, la llegada de un ser de otro mundo al restaurante Monseigneur, que será su casa a partir de esta noche de octubre de 1964.
Él se llama Ignacio Jacinto Villa y Fernández, pero el mundo, a sus pies, lo conocerá para siempre como Bola de Nieve. Y el Monseigneur está como hecho a su medida, un rincón parisino en el barrio más moderno de la capital, instalado en un sótano, que no ha perdido elegancia o clase.
Bola de Nieve, o el Bola, como se refieren a él quienes le quieren y admiran, se detiene a respirar el aire de la noche habanera, como antes lo hiciera en su natal Guanabacoa, pues a los trece años comenzó a trabajar en el Cine Carral, acompañando al piano el movimiento de las películas silentes. Esta noche está lejos del hogar de su niñez, y el viento de esa hora trae su voz, casi doliente y pícara:
Por el monte carulé,
que me lo dijo mi pare,
que había mucho animale
por el monte carulé.
Iñale bambulé, iñale bambulé, / iñale bambulé, eh, iñale bambulé
iñale con su sati iñale su sati iñale bambulé.










Esta será su primera actuación en el Monseigneur, y Bola de Nieve, que hace muchísimo tiempo dejó de ser Ignacito, respira el temblor de dos mundos que se complementan, antes de entrar a montarse en la magia del piano: Por un lado, la vida intensa de La Rampa, con sus luces, restaurantes y clubes. Del otro, el oscuro mar, el malecón donde rompen las olas, con su muro interminable, al que alguien ha calificado como “El sofá más largo del mundo”.
A lo lejos está el cabaret Tropicana y aquel año 1949 donde se presentó una temporada cantando y tocando el piano. Allí la noche era distinta a esta, pero él arrancaba igualmente aplausos del corazón, aunque era fiel a su máxima: “La ovación final no es lo que interesa, si no el silencio en medio de la canción”.
Cabalgando ya por las teclas negras y blancas, Bola de Nieve se concentra en los sentimientos y evita oler o mirar la comida que pasa a su lado. Hay una razón de peso para ello: “Su adicción desmedida a los frijoles negros le provocaba continuas crisis de asma que su madre Inés y su tía abuela Tomasa Bertemati, Mamaquica, conseguían curarle con inhalaciones de humo de cigarros de chamico o frotándole la espalda con un cepillo”.
Por eso atrapa y dibuja en el aire el sonido de la rumba, cuando continúa:
-Mamá Perferta, deja su yijo bailá.
-Que no.
-Mamá Perferta, deja su yijo bailá.
-Que no;
porque utede lo muchacho cuando se juntan, / utede lo muchacho cuando se juntan,
utede lo muchacho cuando se juntan…
la la la li la li la la la…





Se han contado mil historias sobre el origen de su apodo, ese que le acompañó por los sitios más exclusivos del mundo. Algunos dicen que se lo endilgaron algunos condiscípulos. Otros afirman que fue a Rita Montaner, a quien le hizo gracia verlo rapado y tan negro, y en público lo llamó Bola de Nieve y a la gente presente le gustó. “En la Escuela Pública No. 1 José Martí, imitaba a cantantes y pianistas en el alféizar de la ventana”. “Los alumnos empezaron a llamarlo Bola de Nieve por un personaje de cine de la época”. Lo dijo después con orgullo y cierta pena: “Yo de niño”, llegó a decir alguna vez, “no jugué más que a tocar. Yo no jugué a los trompos ni nada”.
Ahora se hacen más suaves los sonidos de su piano. Más íntimos y dolorosos, y el hijo pródigo de Inés Fernández, ama de casa, y Domingo Villa, cocinero de una fonda, estruja su inmenso corazón, para susurrar, con su voz de “Vendedor de mangos” un dolor que hizo canción:
No dejes que te olvide / por favor.
De rodillas, esperando siempre tus palabras / he de estar.
No dejes que te olvide / por favor.





















Le costó mucho llegar a ser quien es. Tuvo que labrar mucho en su interior, tallarse él mismo hasta encontrar el personaje que iba a pasear por el mundo, que se convertiría en leyenda, en ese sonido que un ser humano va a llevar en su sombra para siempre. En 1932, compuso su primer éxito de audiencia, la nana negra Drumi mobila. Y en 1944 escribió un hermosísimo canto de dolor, en Buenos Aires, que sigue lastimando el corazón. Esta noche lo canta en el restaurante Monseigneur y las aceras brillan con las lágrimas:
¡Ay, amor!
si me dejas la vida
déjame también el alma sentir
si solo queda en mi dolor y vida
Ay! amor no me dejes vivir.
Tal vez por eso el poeta chileno Pablo Neruda dijo de él: “Bola de Nieve se casó con la música y vive con ella en esa intimidad llena de pianos y cascabeles, tirándose por la cabeza los teclados del cielo. ¡Viva su alegría terrestre!¡Salud a su corazón sonoro!”
En 1970 le diagnosticaron una cardiopatía arterioesclerótica. Era asmático y diabético. Murió en medio del sueño en la Ciudad de México, el 2 de octubre de 1971. Tal vez un día despierte. Quizá nunca se vaya de nosotros.
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