Embale pregunta dónde estabas anoche
Las de Carlos Esteban Embale, fueron unas de las cuerdas vocales mejores dotadas del panorama sonoro cubano de todos los tiempos.
Acaba de grabar por primera vez y lo ha hecho sustituyendo a otro, que muy pronto será grande, y se ha quedado en México, llamándose, por poco tiempo Bartolomé Maximiliano Moré, y que luego entrará en la eternidad con el de Benny Moré. Ha salido esta tarde de la sede de la RCA Víctor, ubicada en la calle Neptuno #405, cerca de la calle Prado, y ahora espera la llegada del resto del Conjunto Matamoros, que a veces se llama Baconao, a la entrada de la emisora Mil Diez, para cantar en el programa de siempre.
Carlos Embale no sabe que un día será la voz de oro del Septeto Nacional Ignacio Piñeiro, al que entrará y saldrá, pero que más allá de ese honor, será también un referente de la rumba y el guaguancó.



Pero esta noche Carlos Esteban Embale, que ganó dos veces el premio de la Corte Suprema del Arte de la emisora CMQ, donde se presentó por vez primera en 1938, y nunca fue contratado por el color de su piel, siente que a partir de ahora se le abrirán nuevas puertas, aunque siempre haya más de una piedra en su camino.
Por suerte hoy la voz del joven Carlos ha quedado grabada en disco con un tema de Miguel, que se adelanta a lo que pasará en la Cuba futura, y que también había sucedido con el crack de 1929, con una letra que duele y divierte a la vez. Se titula Salcochando, y dice:
Se acabó el aceite, / ya no hay manteca.
Mira, negro, cómo sufro, / yo quiero que tú me digas
si esto, mi negrito, es vida, / pero dímelo enseguida,
cómo, cómo voy a cocinar…
Ahí entra la inesperada respuesta al grave problema, donde Embale dice:
salcochando, negra, salcochando,
que, salcochando, papito, no puedo comer…
salcochando, negra, salcochando…
que no hay aceite, que no hay manteca, papá.
Ahí nadie lo reconoce, nadie distingue su voz entre otras, de músicos ya consagrados como Miguel y Siro. Y nada más y nada menos que llenando el puesto que ocupara el Benny. Carlos Embale nació para la rumba, para el guaguancó, el yambú y la columbia, para las sonoridades que vienen de África y hoy sobreviven en los solares y en los toques de santos. Pero él no lo sabía, o no sentía ese fuego todavía. Una vez dijo que hasta que no le convencieron Odilio Urfé e Ignacio Piñeiro de que la rumba era lo suyo: “lo que más hacía eran boleros, canciones y el son. Yo sabía muchas rumbas porque tenía un hermano que murió joven, que cantaba como nadie el guaguancó”
Carlos Embale cantó de todo, imprimiéndole su corazón y su estilo. Él no lo sabe todavía, pero hasta hará un éxito de un corrido mexicano de José Alfredo Jiménez, que dice:
Me invitas una copa, o te la invito,
tenemos que brindar por nuestras cosas;
no vamos a llegar a emborracharnos,
no más nos tomaremos cuatro copas.







Lo afirmó la prensa de los años 50 y la de otros años: “Las de Carlos Esteban Embale, fueron unas de las cuerdas vocales mejores dotadas del panorama sonoro cubano de todos los tiempos”. Pero su voz espléndida no le garantizaba entonces nada en la vida: “Por eso muchas veces tenía que irme hasta la playa de Marianao para conseguir una peseta y comerme una frita…cuando no encontraba nada, tenía que irme al muelle a trabajar de barrendero”.
Por él no quedaba. Carlos Embale lo gritaba a los cuatro vientos sin haberse tomado ni una de aquellas cuatro copas:
Avísale a mi vecina que aquí estoy yo
que venga para que aprenda dulce cantar.
Después no quiero que diga / que di la rumba y no la invité.
Que venga para que aprecie sonoridad.
¿Dónde andabas anoche? / Que bien te busqué, / recorrí La Habana y no te encontré.
A finales de 1954 Embale entró al Septeto Nacional, al que regresaría de nuevo en los años setenta. De esa aventura intensa nos dejó versiones inigualables de temas de Ignacio Piñeiro: Mayeya, no juegues con los santos, Bardo y Échale salsita. Además de hacerlo con grupos de guaguancó, Embale cantó con otras agrupaciones, y nos dejó otros temas grabados, como las que hizo en 1956 con el Grupo Afrocubano Lulú Yonkori de Alberto Zayas, llamado “El Vivebien”, donde pudo vengarse de la discriminación que tuvo que soportar en aquella Corte Suprema del Arte. En ese tema dijo bien clarito que a él nadie lo detenía:
A la corte suprema del arte yo quiero ir (bis)
y allí se va a cantar un guaguancó.
Todo aquel no sea bueno le sonaran la campana (bis)
Que vengan los rumberos, que el güiro ya se formó (bis)
Digan como digo yo sin hacerme ilusión vana,
en la ciudad de La Habana y en esta Corte Suprema
estando la rumba buena no me tocaran campana
Coro: A mí no me tocan campana, no.






Sólo la muerte pudo tocarle la campana y pararle los pies, no su garganta. En sus últimos años, enfermo y envejecido, deambulaba por la vieja ciudad pidiendo unas monedas. “En el Hostal Valencia, ubicado en pleno casco histórico de La Habana Vieja, hay una tarja para atraer turistas que certifica: “Aquí tomaba el desayuno Carlos Embale, sonero mayor. 1923-1998”.
Quien camine hoy y en el futuro por la calle Obispo sentirá un viento frío en el rostro. Y al caer la noche, ese viento se convertirá en la lejana voz de Carlos Embale, que lanza su dolor al ritmo de los cueros, diciendo:
Consuélate como yo, / que yo también tuve un amor y lo perdí.
Y por eso digo ahora/ ya yo no vuelvo a querer…
Y un coro desconocido repite un eco: Por eso ahora, ya yo no vuelvo a querer.
Es Carlos Embale, que canta en su tierra para siempre.
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