Comida y música
Una galería de Colección Gladys Palmera
Música y gastronomía siempre han ido de la mano. En las cortes medievales los banquetes de los señores feudales eran actos de celebración amenizados por trovadores que cantaban grandes gestas, y en las villas los juglares llenaban de humor musical los concurridos momentos de precaria alimentación. Sólo la religión impuso una separación de tales actos, destinando un momento para la comida y otro para el canto.
Sin embargo, la idea de combinar en un mismo lugar comida y música se extendió por los siglos en todas las sociedades. Las tabernas, o lugares públicos para el consumo de alimentos y bebidas, albergaron músicos y comensales a partes iguales en los puertos, en los caminos y en los pueblos.
El siglo XX trajo la especialización de los establecimientos, aunque no una separación propiamente dicha. El Swing, quintaesencia del jazz orquestado, pobló al barrio de Harlem de locales nocturnos acondicionados para cenar y luego beber presenciando conciertos de Big Bands. La Rumba, música referente de la primera ola migratoria latina a Nueva York, se movió en locales como La Conga, China-Doll o Havana-Madrid, que eran restaurantes con cocina cubana, mexicana y española, que se transformaban en salas de baile para las actuaciones Xavier Cugat, Nano Rodrigo, Alberto Socarrás o Enric Madriguera.
Así eran las cosas hasta el advenimiento de la música grabada. Entonces los Jukebox (rockolas, gramolas o velloneras) poblaron las cantinas, bares y restaurantes, mientras que la música en directo pasó a ser terreno exclusivo de las salas de baile. Sin embargo, la comida siempre estuvo allí; quizás ya no con platos fuertes y a la carta, pero sí como platos ligeros y acompañamientos. Nunca se pudo desligar.
Ahora bien, la infinita creatividad de los compositores latinos tuvieron también un referente natural en la comida, desde los productos frescos (frutas, verduras, carnes, pollos o pescados) a los secos (pastas, arroces o harinas), pasando por los condimentos (sal, azúcar o pimienta). La música colombiana, cubana y mexicana, por su gran variedad, enriqueció esta temática en canciones vallenatas, guajiras o rancheras. Perú también aportó lo suyo en el tiempo de las Sonoras, y Venezuela en la época de las orquestas de baile.
Y, claro, paralelo a ello surgieron las referencias a las comidas tradicionales de los países, a esos platos típicos que son fuente de memoria popular en culturas como la caribeña: “Está caliente el ajiaco, la yuca quema en la boca, si me la tibias un poco podré comerla sabrosa, ¡malanga!”, decía Eddie Palmieri. Y así un largo menú de cuchifritos, mofongos, asopaos, tostones o picadillos.
Cuando llegó la salsa como un Boom que lo empapó todo en los años 70, su nombre le vino como anillo al dedo a los creadores de canciones. La salsa de tomate dio para infinidad de referencias, hizo que se inventaran muchas carátulas alusivas, y hasta terminó identificando a uno de los músicos importantes de la expresión: Julio Ernesto Estrada, a quien se le conoció como Fruko por su parecido con el símbolo de esa marca de Ketchup.
También es verdad que la terminología gastronómica en el Caribe hace que las palabras tengan varias acepciones. La propia palabra salsa es un género musical al tiempo que un aderezo líquido o cremoso. La sexualidad se ha apropiado de palabras como picante, caliente, rico, sabroso o comer, convirtiéndolas en expresiones. Eso ha generado confusión, pero también ha incentivado la creatividad de los diseñadores de carátulas.
Esta es una muestra de ese ingenio creativo artístico en todas sus formas: diseño, fotografía, ilustración, tipografía y color, en carátulas que hacen parte de Colección Gladys Palmera y que hemos separado por temáticas. Disfrútenlo.
COCINAS Y COCINEROS














SALSAS KETCHUP Y TABASCO









LATAS Y TETRABRIKS






PANES Y RESTAURANTES








LECHONES Y VENDEDORES






FRUTAS



























Playlist











