Argentina, el ritmo mundial
Un cronista musical convertido en fanático futbolero reflexiona sobre el triunfo de la Selección Argentina en el Mundial de Qatar y la relación entre fútbol y música, pasiones desbordantes ambas.
“¿Y vosotros los argentinos, qué? ¿Estáis todos locos, no?” es la pregunta más recurrente que me hacen mis amigos y amigas españolas desde la noche del domingo 18 de diciembre cuando la selección argentina de fútbol venció a Francia en los penales y se consagró campeona del mundo en Qatar luego de treinta y seis años. Una simple pregunta que tiene varias respuestas no tan simples pero que casi siempre termino respondiendo con un “es muy difícil explicárselo a alguien que no nació allí”. A raíz de esto y a medida que fueron pasando los días me puse a reflexionar sobre lo ocurrido con el equipo dirigido por Lionel Scaloni en este último mes en el que convivieron el fútbol, la pasión, el sufrimiento, la argentinidad y el ingenio popular para crear canciones de cancha.
Siempre que uno intenta buscarle explicaciones a hechos que tienen altos componentes sentimentales y emotivos la cuestión se complica más de la cuenta. En los años 90 cuando Los Redonditos de Ricota eran la banda más convocante de la Argentina, en sus masivos recitales en estadios se podía ver una bandera con la inscripción: “lo único posible para entender es participar”, y quizás esa sea una buena síntesis de lo ocurrido en estos días. Los argentinos empezamos a palpitar esta Copa del mundo durante la pandemia de 2021 cuando en julio de aquel año Lionel Messi levantó su primera Copa América luego de derrotar en la final a Brasil.
Ese fue el puntapié inicial para una ilusión que fue creciendo día a día y que, por primera vez en mucho tiempo, hermanó como nunca al equipo nacional con sus hinchas. La energía positiva que se gestó durante este ciclo tuvo su punto culmine en tierras árabes en este 2022 y fue acompañada durante todo el certamen con la pegadiza melodía de un viejo hit y una letra adaptada a la ocasión. La canción Muchachos, esta Noche me Emborracho, de La Mosca –editada originalmente en el disco Tango Latino (2003)–, fue re-escrita vía Twitter por Fernando Romero, un profesor de teología oriundo de la zona oeste del Gran Buenos Aires, y se volvió tan viral que desde las tribunas llegó al campo de juego y los jugadores la adoptaron como himno propio.
Luego de años y años en que el cántico preferido y casi único para alentar a la selección fue “Vamos, vamos Argentina / vamos, vamos a ganar / que esta barra quilombera / no te deja, no te deja de alentar”, recién en el Mundial de Brasil 2014 el ingenio de los hinchas –que en sus clubes está a la orden del día–, se trasladó al combinado nacional. Aquella vez en tierras cariocas, los seguidores adaptaron la melodía de Bad Moon Rising, de Creedence Clearwater Revival con una letra que les recordaba a sus hermanos brasileños el mítico partido en Italia 90 y la victoria albiceleste gracias a Diego Maradona y Claudio Caniggia. Ocho años después la cosa encontró un eco mayor –viralizándose a través de las redes sociales–, con Muchachos y tal fue el éxito que hasta el propio grupo La Mosca incorporó a Fernando Romero como co-autor de la letra y grabó esta nueva versión en estudio.
Pero la historia entre la música popular argentina y el fútbol claramente no es nueva. A comienzos de la década del 40, el destacado equipo de River Plate apodado “La máquina” tenía entre sus integrantes a asiduos concurrentes a conciertos de tango (caso de José Manuel Moreno, el mejor jugador argentino de aquellos tiempos). Incluso el eximio bandoneonista Aníbal Pichuco Troilo les dedicó uno de sus creaciones más famosas: Pa’ que Bailen los Muchachos. En su última película El Hincha (Manuel Romero, 1951), otro referente del 2×4 como fue el poeta, actor y compositor Enrique Santos Discépolo, dejó inmortalizada una frase que pasó a la posteridad: “¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones en las tribunas hinchando por un ideal? (…) ¿qué sería del fútbol sin el hincha? El hincha es todo en la vida”.
Con el correr de los años, las hinchadas comenzaron a tener cada vez más protagonismo y la música fue una aliada a la hora de acompañar a cada equipo. Ya en 1964 el cantante porteño Carlos Argentino Torres, quien tuvo un paso por la mítica orquesta cubana La Sonora Matancera, editó con gran éxito el disco La Pachanga del Fútbol y su ritmo alegre contagió a los seguidores del tablón. Un poco más acá en el tiempo, entre las décadas del 80 y el 90, la adaptación de letras de canciones populares se hizo moneda corriente.
Artistas de distintos géneros como Los Auténticos Decadentes, Los Fabulosos Cadillacs, Turf, La Mona Jiménez, Rodrigo, Grupo Katunga, y Los Calzones rotos, entre otros, aportaron sus melodías al fervor popular de las canchas argentinas. Hasta esta nueva consagración en Qatar, Zapatos Rotos, de Los Náufragos era una de las melodías más coreadas en los mundiales con su letra transformada en “volveremos, volveremos / volveremos otra vez / volveremos a ser campeones / como en el 86”. Incluso el folclor –como el caso de Candombe para José, del salteño Roberto Ternán– y autores extranjeros como el venezolano Hugo Blanco y el brasileño Benito di Paula también vieron replicadas sus canciones en las tribunas del país austral.
Así como Discépolo a comienzos de la década del 50 ya hablaba de hinchas en busca de ideales en los equipos de fútbol, la pauperización económica, social, política y cultural de Argentina hizo que desde finales de los 80, el público de recitales de rock buscara allí a referentes que los identificaran. De esta forma, ya no sólo el fútbol tomó prestado cosas de la música, sino que el propio público incorporó parte del ritual de la cancha a su comportamiento. De pronto comenzaron a aparecer banderas, bengalas y una cultura del “aguante” que, por momentos, también contagió a ciertos músicos que dieron vía libre para que ese folclor se desarrollara. Las referencias futboleras se hicieron presentes en letras de canciones y portadas de discos de Attaque 77, Los Caballeros de la Quema, Los Piojos y Divididos, entre otros.
Por toda esta historia detrás, no sorprende entonces que en este final de 2022 los argentinos hayan repetido como un mantra la letra de Muchachos tanto en las tribunas como en el vestuario. Algo parecido a lo que había ocurrido en el Sudamericano Sub-20 de 1995 cuando la selección argentina dirigida por José Pékerman escuchaba antes de sus partidos la canción Vasos Vacíos, de Los Fabulosos Cadillacs a modo de cábala. Por esas vueltas de la vida y casi como justicia poética, algunos de los jugadores que se formaron y educaron bajo la figura paternal de Pékerman –como Scaloni y Pablo Aimar– se coronaron en Qatar cerrando así un círculo abierto hace más de dos décadas.
Consumada la gesta heroica –como muchos medios denominaron al triunfo argentino–, tras la llegada del equipo nacional al país y una caravana en autobús que movilizó a casi cinco millones de personas, las preguntas de mis amistades españolas se volvieron a repetir pero ahora con más énfasis. Y las respuestas otra vez se multiplicaron. En ese interno “divague intelectual” por intentar racionalizar las cosas, me volví a quedar con más incógnitas. Porque ¿cómo hacer para que un extranjero entienda que los argentinos somos desmedidos en todo si muchas veces no lo entiendo ni yo? Porque así como somos capaces de dar el mayor afecto del mundo también podemos justificar cualquier cosa en nombre de la pasión.
Somos capaces de crear las canciones de cancha más ingeniosas, pero a la vez caminar por una fina línea que puede mezclar el deseo de ser campeón con el doloroso recuerdo de la Guerra de las Malvinas. A veces, incluso, intentamos romantizar carencias para así sentirnos parte de un mundo desigual en el que queremos encontrar nuestro lugar, o sino que alguien me explique por qué durante el Mundial se repitió hasta el hartazgo eso de que “si no consiguiéramos las cosas con sufrimiento, no seríamos argentinos”. Por eso lo único que puedo decirles es que nos permitan disfrutar esta consagración al ritmo de nuestra música. Porque las escasas alegrías populares argentinas son como una de esas siestas de veinte minutos: uno no quiere despertar porque sabe que, al abrir los ojos, la realidad le volverá a pegar duro en la cara.