Un programa de Diego A. Manrique

Blues para bailar

8 de julio de 2016

Ay, aquellos tópicos. Los libros, las películas, las notas de contraportada de los LPs nos insistían que los blues eran gritos de dolor, expresiones destiladas del sufrimiento, incluso cantos de protesta. Resumiendo: música muy seria, a escuchar con solemnidad.

Pero algo no encajaba. De repente, por casualidad, te encontrabas con fotos de un club de blues en el South Side de Chicago, incluso de tugurios del Delta del Mississippi…¡y los clientes estaban bailando! Bailando desenfrenados con músicos que, sí, también parecían disfrutar. Otras veces, se desmelenaban con los discos que sonaban en un jukebox.

La realidad: había blues para conjurar las penas, igual que blues para celebrar la vida. Los blues no respetaban las conclusiones de aquellos estudiosos que acudían con ideas preconcebidas (y una agenda política en el bolsillo interior de la chaqueta). Los artistas de blues no eran necesariamente griots o activistas: generalmente, aspiraban a ejercer de entretenedores. A priori, no tenían nada contra la perspectiva de llegar al público blanco;  más bien, todo lo contrario.

Los discos que suenan hoy buscaban alborotar las pistas. Y colarse en las emisoras. En muchos casos, procedían las urbes del norte: Chicago, Detroit, Nueva York. Pero otros tenían origen sureño: se suponía que los bluesmen rurales debían conservar las esencias pero nadie les había preguntado y, caramba, ellos también querían su parte del pastel que había creado el rock & roll.

Son grabaciones de la segunda mitad de los años cincuenta, principios de los sesenta. Y funcionaban: sonaban (esencialmente) en las emisoras negras.
Eran adquiridos por su público natural pero, de forma creciente, por chicos listos blancos. Los artistas hasta tocaban en fraternidades de universidades segregadas. Y en el Reino Unido provocaban pasiones entre unos jóvenes llamados mods y en los margenes más desinhibidos  de la secta del blues.

Escuchados hoy, todavía suenan bárbaros: dance music hecha por y para gente brava. Incluso  en las producciones más toscas, transmiten picardía, erotismo, complicidades. Llegan cargaditos de metáforas misteriosas, referencias a creencias añejas (¿qué demonios es el mojo?, nos preguntábamos), guiños a modas como, uh, las zapatillas deportivas con tacones altos. Un mundo asombroso que se abre tentador ante nuestros sentidos. 

Playlist

1. Little Walter - My babe (1955)
01:47
2. Sonny Boy Williamson - Help me (1963)
05:03
3. Howlin´Wolf - Smokestack lightning (1956)
09:00
4. Muddy Waters - Got my mojo workin’ (1956)
12:56
5. Etta James - I just want to make love to you (1960)
16:28
6. Tommy Tucker - Hi-heel sneakers (1964)
20:29
7. Sugar Pie DeSanto - Soulful dress (1964)
24:11
8. B. B. King - You never know (1963)
27:34
9. Freddy King - Driving sideways (1964)
30:24
10. Willie Mabon - I’m the fixer (1963)
33:44
11. Jimmy Reed - Big boss man (1960)
37:49
12. John Lee Hooker - Dimples (1956)
41:11
13. Lightnin´Hopkins - Mojo hand (1961)
44:08
14. J. B. Lenoir & his African Hunch Rhythm - I feel so good (1963)
47:51
15. Homesick James - Crossroads (1963)
51:16
16. Buster Brown - Fannie Mae (1960)
54:29
17. Rosco Gordon - Just a little bit (1959)
58:05

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