Un programa de José Arteaga
Había una vez un hombre llamado Arturo O’Farrill que llegó a Estados Unidos intentado sobrevivir en el implacable mundo de una academia militar en Georgia. Allá lo habían mandado sus padres a ver si se le quitaban de una vez por todas las ganas de convertirse en música. Pero Arturo, hijo de un irlandés y una alemana radicados en Cuba, no hizo en la academia otra cosa que entusiasmarse por la trompeta, por la música y por el jazz. Años después el mundo se lo agradecería enormemente, pues la contribución al jazz latino no sólo fue fundamental. Fue imprescindible.
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