Cien años de Tito Puente
Sacamos a la luz buena parte de nuestros archivos del legendario músico neoyorquino, símbolo de la grandeza de la música latina.
Tito Puente fue conocido como “El rey del timbal”, y si hubiese sido sólo por ese apelativo habría pasado a la historia como una fenomenal intérprete, pionero en la popularidad de este instrumento, y como gran “influencer” de la música latina desde mediados de los años 50 del siglo XX. Pero resulta que Tito Puente fue mucho más que eso. Su música alcanzó niveles de creación e interpretación que difícilmente otros músicos en la historia han alcanzado. El marcó el mambo y el chachachá en los años 50, detonó las carreras de grandes voces como Celia Cruz y La Lupe en los 60, fue estrella del espectáculo y el show business en los 70, llevó el jazz latino a todo el mundo con su Ensemble en los 80, ganó todos los premios habidos y por haber en los 90, y se convirtió en símbolo de la música en el Siglo XXI.
Así como Pelé fue el rey del fútbol, Tito Puente fue el rey de la música latina. Y se codeó con la realeza, tocó para presidentes y papas en eventos privados, uno de sus discos está en la Biblioteca del Congreso señalado como uno de los más importantes de la historia, sus apariciones en The Muppets Show y Los Simpson lo convirtieron en icono para el público infantil, y algunas de sus canciones están en cámaras del tiempo viajando por el espacio junto a las de Louis Armstrong, Miles Davis, Elvis Presley y Los Beatles, como representación de lo que el ser humano es capaz de hacer armando de melodía, armonía y ritmo.
Su obra, representada por más de cien LPs y una cifra similar de 78s, 45s y discos de 10 pulgadas, está en Colección Gladys Palmera. Pero no es lo único, también tenemos fotografías, carteles, pinturas, bocetos de carátulas, entrevistas, libros, revistas, cintas, vídeos y grabaciones muy poco conocidas. Hoy queremos rendirle homenaje con este artículo acompañado por piezas únicas atesoradas en nuestros archivos. ¡God Save the King!
Para recordar quien fue en detalle, transcribimos aquí un fragmento del libro Oye Como Va: El mundo del jazz latino, de José Arteaga (La Esfera de los Libros, Madrid, 2003), que relata uno de los momentos vitales en la vida de Tito Puente y de la música latina en general: sus comienzos en la música y en el club de baile Palladium de Nueva York en los años 50, meca del mambo, donde Puente fue conocido como “El rey del timbal”.
LOS PICADILLY BOYS
…Ernest Anthony Puente Junior tenía en aquel entonces, 26 años. Había nacido en el East Harlem el 20 de abril de 1923. Era músico desde los seis, cuando sus padres, Ernesto y Ercilia le pagaban 25 centavos por lección a un profesor de piano. A los ocho solía cantar baladas y estándares de swing en la escuela y en las fiestas del barrio con su hermana Annie. A los 13 ya se sentaba ante una batería, pero a los 15 descubrió en la percusión de la Orquesta Casino de la Playa, que el camino que debía seguir era por ahí.
Lo curioso es que no lo hizo por lo que escuchó en la orquesta cubana, sino por lo que no oyó. La Casino de la Playa, heredera del sonido tipo jazz band habanero de la de los Hermanos Castro, carecía de timbales. Tenía en su lugar una conga y los bongoes, y a Puente le pareció que tal carencia bien podía aprovecharla él. Si a semejante sonido rítmico se le sumaba los timbales, su propia orquesta, de tenerla algún día, podía estar a la altura de las mejores. En los timbales estaba el secreto del éxito.
Con tal sueño en mente y dotado de una habilidad innata para el manejo de las baquetas y el golpe sobre los tambores, Ernest Puente salió del barrio en busca de trabajo. Corría el mes de diciembre de 1939 cuando se presentó para una audición en el Sindicato de Músicos de Nueva York. Lo escucharon, le abrieron una ficha y le dijeron que ya lo llamarían, pero para un músico recién llegado de La Habana, la audición no pasó desapercibida. José Curbelo quedó asombrado con el chico, pero como ya tenía baterista y un contrato con el club La Martinique, no le hizo ninguna oferta.
A mediados de 1940 Curbelo aceptó irse a trabajar tres meses en el Brook Club de Miami, en una orquesta que requería con urgencia un baterista. Curbelo le dijo al director que conocía un chico en Nueva York con un talento sin par y la premura del tiempo hizo el resto. Curbelo revisó su ficha en las oficinas del sindicato y fue en su busca hasta la calle 117. Allí lo halló, en una modesta casa de inquilinos y allí le ofreció un contrato para tocar en Miami. Cuando volvió, ya tenía un curriculum, unas referencias y una experiencia que le permitieron vincularse a la orquesta de Noro Morales. El pianista tocó con Puente para un cortometraje y lo llevó al Stork Club, donde fue descubierto por Machito y Mario Bauzá.
El chico genio del East Harlem entró casi de inmediato al staff de los Afrocubans en 1941, pero no lo hizo como baterista sino como timbalero. Llevaba un buen tiempo practicando los golpes adecuados, y por eso recayó en él la responsabilidad del ritmo profundo que Bauzá trataba de imprimirle a la banda cuando fue a realizar su larga y exitosa temporada en La Conga. Un año estuvo allí viendo desfilar por su lado a los mejores músicos de jazz y sonidos latinos del mundo. En ese año aprendió mucho más de lo que había soñado, aunque Bauzá siempre le insistía que una buena base académica era fundamental. Y en ese año vio llegar por primera vez una conga a una orquesta afrocubana en Nueva York, cuando grabó con Miguelito Valdés.
Pero ese año se fue muy rápido, porque con 18 años cumplidos y en plena efervescencia del conflicto armado mundial, acudió a prestar servicio militar en la Armada de los Estados Unidos. Tres años pasó a bordo de un portaviones en la guerra del Pacífico. Era corneta y en las largas y tensas horas de descanso aprendió a tocar el saxofón, aunque aún así le tocó vivir lo más cruento de la guerra. Combatió en las islas Salomón, en las islas Marshall, en el Pacífico Central, en el mar de Filipinas y en el golfo de Leyte hasta que cayó Japón. Regresó victorioso, condecorado y convertido en héroe, sano y salvo y con deseos de volver a tocar todo lo que llevaba por dentro.
Tenía trabajo, pues según la ley, los veteranos de guerra debían ser readmitidos en sus antiguos empleos. Pero cuando se presentó ante Machito, éste le dijo que el actual timbalero, Ubaldo Nieto, tenía cinco hijos que alimentar y que debía ser comprensivo con una situación así. Puente, a pesar de todos los golpes sufridos en el frente de batalla, sintió ese desengaño de manera muy honda. Se encerró en su casa y tras un par de semanas salió de su depresión con el Acta de Veteranos bajo el brazo para inscribirse en la Escuela de Altos Estudios Musicales, Juilliard y estudiar allí conducción, orquestación y teoría musical.
En 1946, cuando todavía estaba recibiendo clases, la orquesta de José Curbelo estaba tocando en el Bill Miller’s Riviera antes de dar su paso definitivo a las noches radiofónicas del China Doll. Como la amistad entre Puente y Curbelo se había mantenido a pesar del tiempo, el director llamó al veterano de guerra para que hiciera parte de la banda, sin que con ello descuidara sus estudios. Fue en ese reencuentro con la música y con Curbelo que Puente conoció a Tito Rodríguez, un cantante, sin duda, extraordinario, que bien podía ser una versión remozada de Miguelito Valdés por su estilo elegante y su prodigioso sentido del ritmo.
Pero la fuerte personalidad de Rodríguez no era del agrado de Curbelo. El director no quería estrellas en la banda, sólo trabajadores que supieran cumplir bien su papel y era evidente que el sonero puertorriqueño se robaba el show en cada presentación nocturna. Puente, en cambio, no se mostraba tanto ante el público, aunque tenía una influencia decisiva en la gran orquesta. Por recomendación de Curbelo se encargaba de los arreglos, sobre todo de las viejas rumbas gallegas que ahora necesitaban estar en tiempo afrocubano. Y de vez en cuando, incluía sus propias creaciones. Estas si para su lucimiento personal como Toca mi timbal.
De manera que no pasó mucho tiempo sin que saltaran los problemas entre el cantante y el director, y la cuerda se rompió por su lado más delgado. A mediados de 1947 Rodríguez fue despedido de la banda, mientras que Puente siguió en ella conformando un brillante trío de percusión con el bongosero Chino Pozo y el conguero Carlos Vidal. Rodríguez se alejó de la orquesta de Curbelo renegando de su antiguo jefe, no sin antes decirle que su trato no era equitativo, pues el timbalero Puente si podía destacarse como solista, en tanto que él no.
Para entonces a Puente ya lo conocían como Tito y sus arreglos, tan impactantes como su espectacular estilo para tocar los timbales, no pasaron desapercibidos en el ambiente latino y jazzístico. Su fama se incrementó noche a noche por el vigor que le imprimía a los temas de la tradición puertorriqueña y cubana, siempre con un toque de swing y siempre con un crescendo constante. Por eso no fue extraño que otros directores de banda pidieran su ayuda, al comienzo como arreglista y luego como timbalero.
El primero en tenerlo entre sus filas fue Fernando Álvarez, antiguo músico de la vedette Carmen Miranda, y el segundo Pupi Campo. El showman prácticamente dejó la banda en las manos de quien era considerado el mejor arreglista joven de la ciudad. Con Campo, Puente recibió el año de 1948 haciéndose a sí mismo la promesa de tener muy pronto su propia orquesta. Mientras lo podía hacer, se encerraba en su apartamento de la 53 este con la 110, se sentaba ante su piano y repasaba uno a uno los encargos que le llegaban desde diferentes agrupaciones. El que requirió más inmediatez fue el de Gabriel Oller, que necesitaba para su sello discográfico, Coda records, un tema instrumental para la mañana siguiente. A Puente no le costó trabajo escribir Picadillo, pues era una tonada que venía tarareando durante semanas.
Una tarde recibió la visita de Federico Pagani. El veterano músico, ya retirado, buscaba arreglos novedosos para algunas de las bandas que promovía, pero en medio de la conversación surgió la oportunidad de realizar el sueño de Puente. De acuerdo con los consejos de Pagani, Puente subcontrató a nueve músicos de la orquesta de Pupi Campo y fundó una banda que denominó Picadilly Boys. Pero no dejó al showman. Siguió con Campo y con su banda trabajando al mismo tiempo. De hecho, a Pagani no le interesaba que lo hiciera pues también representaba al crooner latino.
Y el debut de los Picadilly Boys fue, por supuesto, en el Palladium una tarde de domingo. Puente y sus compañeros se destacaron en seguida, pues el timbalero le imprimía a cada tema una fórmula tan sencilla como eficaz: comienzo en forma de montuno, con una percusión bastante fuerte, y en seguida, juego de riffs entre los metales. Así hasta sus solos y luego de éstos, más de lo mismo. Al escuchar eso, un bailarín, literalmente, no podía quedarse sentado. Sin embargo, Puente no duró mucho en el salón de baile de Max Hyman. En marzo de 1949 dejó a Campo y al Palladium, y se fue con seis músicos a tocar al club El Patio en New Jersey durante todo el verano. Allá estaba todavía cuando Pagani se acordó de él.
La Orquesta de Tito Puente, como fue conocida a partir de entonces, fue la que más atractivo despertó entre los asistentes al Palladium, por encima, incluso de las ya consagrada de Pupi Campo y Noro Morales. El timbalero se impuso gracias a su fórmula simple basada en una especie de swing latino y se convirtió en el rey del salón de baile, pero por un período muy breve, pues a finales de julio, la SLA, entidad reguladora que controlaba el expendio de licor y los escándalos públicos, le volvió a quitar la licencia al club de baile.
Según la denuncia de Frank Mangrella y Michael Catalano, Tommy Morton había tenido palabras injuriosas para con ellos e intentos de sabotaje en los clubes que estos regentaban. La SLA retrasó el levantamiento de la sanción hasta el 18 de enero de 1950, pero para evitar represalias, Hyman y sus socios optaron por mantener cerrado el local, hacer reformas en su interior y abrirlo al público el 17 de marzo de 1950. Fichado Tito Puente, la reapertura fue con su banda y la del bajista Julio Andino esa misma noche de viernes. Así transcurrieron seis meses, otra vez con Puente en el pináculo del lugar.
Pero a mediados de septiembre, Tommy Morton, embebido con el éxito de un negocio que consideraba suyo y en el que intentaba comprar acciones, le propuso a los dueños que el club bien podía dejar de llamarse Palladium Ballroom para ser Morton Ballroom. El empresario estaba convencido de su vital importancia como regente artístico del local y de la fama de su nombre. Hyman pensaba una cosa bien distinta y a partir de ese momento, Morton dejó de ser el hombre fuerte del Palladium y el veterano sastre asumió las riendas del negocio.
De entrada, a Max Hyman no le agradaron las cosas que las veía en el escenario y decidió hacer cambios. Tito Puente era muy bueno, sin duda, pero las noches eran largas y las pocas bandas de la ciudad que podían estar a su altura para entablar duelos sin interrupción, siempre andaban de gira. Por eso se le ocurrió contratar a una orquesta juvenil, que pudiera atraer a un público joven y al mismo tiempo alternar con Puente de manera continua. Se le ocurrió que para tal efecto el hombre más indicado era el ya muy popular Tito Rodríguez…