Enseguida va a llegar El Trovador Codina
Es extraño que todavía no haya llegado, porque él es un ejemplo de puntualidad. De todas maneras, hay tiempo, y de seguro se le fue la guagua, aunque casi siempre El Trovador Codina anda a pie, apurado, con su guitarra en el hombro.
En el futuro no van a saber de quién hablo. Nadie recordará a aquel manzanillero con un mechón de canas en la cabeza, que cantaba a veces en dos o tres estaciones de radio de La Habana. Lo mismo en emisiones de la mañana, que en las de la tarde, o en la noche, aunque cuando caía la oscuridad sobre la ciudad, andaba más nervioso, con la prisa en el cuerpo, porque de aquí, de la emisora C.O.C.O, Joaquín Codina, o El Trovador Codina, volaba hacia algún club de la ciudad donde lo estaban esperando para que a la gente se les apretara el corazón escuchando un bolero.
¡Y qué boleros canta El Trovador Codina! Qué manera de tocar la guitarra, que la gente se maravilla pensando que no es un hombre solo, sino un dúo o un trío. Y su voz, una voz serena y bien modulada, sin aspavientos ni artificios. Una voz que no quiere impresionar a nadie, pero que conmueve porque uno se da cuenta de que está sintiendo lo que canta. Una voz que muchas damas querrían cerca de su ventana, entonando cosas como las que acaba de grabar para discos Gema: En falso, de Graciano Gómez; Ojos tristes, del yucateco Guty Cárdenas, o esa joya que es Mujer perjura, de Miguel Companioni, y que dice:
Si quieres conocer mujer perjura
los tormentos que tu infamia me causó,
eleva el pensamiento a las alturas
y allá en el cielo, pregúntaselo a Dios,
pregúntaselo a Dios.
En el futuro, ya digo, cuando alguien pregunte quién es o quién fue El Trovador Codina, o Joaquín Codina, todo el mundo se va a quedar en blanco. Solamente habrá por ahí un par de fotos suyas, donde se le ve clarito el mechón de nieve en la cabeza, el bigotico fino que se usa ahora en los años 50 en Cuba y dos dibujos más o menos parecidos a él, en la portada de cada disco. Un total de 25 canciones. Solo eso.




Es triste para un hombre que nació allá en Manzanillo, en el oriente de la isla, el 2 de julio de 1907, que se hizo tenedor de libros y que aprendió a tocar la guitarra vaya a saber con quién. No compuso nada, no estuvo en ninguna agrupación. Solamente él con su guitarra.
Ya está a punto de llegar, porque nunca falta al programa donde ponen canciones cubanas y cosas de amor, sobre todo del flaco de oro Agustín Lara. Codina canta dos o tres temas del mexicano y lo borda. Si Lara lo escuchara, se lo lleva para México a cantar con él. Igual si lo oye en esa versión de Bajo un palmar, de Pedro Flores, que dice:
Yo tuve un sueño feliz,
quise hacerlo una canción
y mi guitarra cogí,
puse todo el corazón,
concentré pensando en ti.
Volaron las palomas del milagro
y escucha dulce bien lo que escribí:
Era en una playa de mi tierra tan
querida a la orilla del mar,
era que allí estaba celebrándose
una cita debajo de un palmar…
Dentro de veinte, treinta o cincuenta años, su nombre no le dirá nada a nadie. Ya se habrán muerto los que se enamoraron con sus canciones. Y si se busca su nombre, o El Trovador Codina, como le gusta que lo anunciemos en la radio, lo mismo en la Mil Diez, en Radio Salas, o aquí en la C.O.C.O, quedarán solamente, por suerte, esos dos discos suyos, y alguien dirá que “Como guitarrista, poseía un estilo muy particular caracterizado por hacer la armonía con las cuerdas más agudas mientras ejecutaba la melodía con los bordones”.



Alguien se acordará que se fue de Manzanillo en 1932, y que llegó a La Habana, y se buscaba la vida cantando aquí y allá, solo, sin esperar por nadie o sin que alguien lo esperara.
Posiblemente haya ido a cantar, o a escuchar, al café Vista Alegre, allá en la caleta de San Lázaro, y se haya rodeado de trovadores más viejos y famosos como Sindo Garay o el mismo Graciano Gómez. Quién quita que le haya cantado al mismo Companioni su hermosísima canción, a la que Codina le salía como a muy poca gente, cuando decía:
Tal parece que estás arrepentida
y que buscas nuevamente mis amores.
Acuérdate que llevas en la vida
una senda cubierta de dolor,
cubierta de dolor.
Ya está a punto de caer. El Trovador Codina nunca ha llegado tarde a este programa. Y siempre trata de estrenar su versión de algún lindo bolero, lo mismo Veinte años, de María Teresa Vera, que Silencio, de Rafael Hernández. O esa sobrecogedora canción que, cuando suena, uno piensa enseguida en el amor, en Cuba, y en buscar un cuchillito para dejar el nombre de la amada en el tronco de un árbol, de cualquier árbol.
Es la joya que nos dejó Eusebio Delfín, que se llama en realidad Y tú, qué has hecho?, pero que nadie anuncia con su verdadero nombre.
Solamente les digo que, cuando El Trovador Codina muera acá en La Habana, el 4 de mayo de 1975, desconocido y sin haber sido portada de ninguna revista, su voz saldrá de uno de esos dos discos de Gema, y los ojos de toda la gente se empezarán a poner húmedos cuando oigan:
En el tronco de un árbol una niña
grabó su nombre, henchida de placer.
Y el árbol conmovido allá en su seno,
a la niña una flor dejó caer…



Ahí viene ya y viene con la guitarra en la mano. Será llegar y ponerse a cantar, y sólo dará tiempo a que el locutor lo anuncie y él deje en el aire de la noche en La Habana, la canción que ningún cubano debería olvidar:
Yo soy el árbol conmovido y triste.
Tu eres la niña que mi tronco hirió.
Yo guardo siempre tu querido nombre
¿y tú qué has hecho de mi pobre flor?
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