La Lupe se desencadena
Jean Paul Sartre la describió como un “animal musical” y Ernest Hemingway la llamó “creadora del arte del frenesí”.
Quien vio cantar a La Lupe, no la olvidará jamás.
Porque Guadalupe Victoria Yolí Raymond era un ser de otro mundo. Una mujer que acumuló en su cuerpo todo el sol de Santiago de Cuba, y eso, ligado con la música que llevaba en las venas, produce pasión, una pasión arrolladora, que la cegaba y deslumbraba a los demás.
Por eso, esta noche de 1959 bajamos los escalones del club La Red, en la calle 19, casi esquina a M, en El Vedado, para que el demonio que vive en el cuerpo de La Lupe nos marque para siempre.
Está muy lejos de marcharse a New York, de morir, de convertirse a la religión evangelista y cantar cosas a Dios. Hoy, esta noche, Guadalupe Victoria tiene aún el diablo en el cuerpo, y ella lo sabe y no se asusta. Lo proclama a los cuatro vientos:
Hoy tengo el diablo en el cuerpo
Me abraza la fiebre de tu amor
Hoy me atormenta al consuelo
Me abraza la fiebre con ardor
Este delirio por ti
Me consume
Me fatiga
Me emborracha a la vez.
Ella no sabe, siente. Adivina con sus ojos y con su cuerpo, y entonces sale a flor de piel ese sentimiento en forma de remolino de fuego que se extiende, iluminando la penumbra de La Red. Allí cantaba antes -dicen- con el Trío Tropicuba, junto a su primer marido, Eulogio “Yoyo” Reyes, y la otra componente, Tina, a quien prefirió su hombre, tal vez alejándose de aquella hoguera incontenible que crecía y crecía.
Cuentan los que vivieron aquellas noches que Yoyo la sorprendió con el barman del club, y celoso, corrió con un arma en la mano. Pero era Yoyo quien castigaba y engañaba, y un buen día La Lupe, que todavía era Guadalupe Victoria, como cuenta un cronista “no pudo más y se salió de aquella agrupación, se quedó sola… Buscó un pianista que le fuera montando un repertorio y se quedó al amparo del Club La Red”. Nunca atrapada en esa red, porque nadie atrapó jamás a La Lupe.
Ahora está sola. Es ella y nadie más, y le basta para que el mundo tiemble. Tal vez lo hace por amor, por pasión, o para desquitarse de aquella madrastra que según algunos la trataba “como a una cocinera” y la retaba burlándose de su vocación por la música diciéndole “¿Quién ha visto a una negra cantando en español?”
Esta noche, la santiaguera que vino a La Habana en 1955 con su familia, y que fue obligada por el padre a estudiar magisterio, va a cantar en español y en inglés, y anunciará que la fiebre no la abandona, porque no quiere que ese ardor se vaya de su cuerpo.
Me das fiebre
cuando me besas.
Fiebre cuando me abrazas fuerte.
Fiebre en la mañana
y fiebre toda la noche.
La prensa de la época describió aquel fenómeno de este modo: “Era un colapso nervioso con cuerpo de mujer. Sobre el escenario, la mulata de fuego parecía poseída”.
Y transmitía aquel ardor a los espectadores que también creían haber sido poseídos por el diablo, un diablo muy personal que no creía en exorcismos. La Lupe estaba consciente de eso. “Se arrancaba la ropa y los cabellos, aullaba y lanzaba al público collares, zapatos, peluca, anillos y lo que tuviera a mano”.
Todo el mundo tiene fiebre.
Eso es algo que sabrás.
Estaba lejos de imaginar su intenso futuro, rodando por New York, alcanzando otra vida gracias a Mongo Santamaría y a Tito Puente. Y subiendo más tarde al universo de los dioses, quedando como una huella en nuestra memoria con las intensas letras de Catalino Curet Alonso, “Tite” Curet, que la hizo La mala de la película para que lanzara su Carcajada final.
Esta noche que cierra una década es ella. Solo ella. Y en la siguiente, también será ella con todo su esplendor, sin adivinar que tras su muerte física, le daría nombre a una calle en el Bronx de New York.
Hoy, en La Red, enseña a la concurrencia asustada que hay otras formas de amar, de querer, de vivir, aunque sea golpeando al pianista, que es como lanzar al agua a Caronte cuando te lleva al infierno. Ella es ya La Lupe. Bajo la inmensa noche de La Habana no hay otra.
Ya estaba naciendo aquella noche la que Jean Paul Sartre describió como un “animal musical” y Ernest Hemingway llamara “creadora del arte del frenesí”.
Benditos quienes se estremecieron con aquel inicio de su vida, que luego fueron muchas vidas, y subiendo las escaleras de La Red, bajando a la calle Línea o subiendo hacia La Rampa, llevan hasta hoy incrustado en el alma ese mensaje:
Delirio de amarte,
deseo constante de ti,
lujuria de versos sin fin.
Hoy tengo el diablo, jajaja,
sí, tengo el diablo, ay.
Hoy tengo el diablo
dentro de mí.
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