Montuno in the Subway
La historia de Montuno Records es la historia del metro de Nueva York y de Record Mart. Gladys Palmera fue a buscar ese pasado al subsuelo de Manhattan.
Record Mart no siempre ha estado allí. En realidad su ubicación es muy reciente y no por una costosa licencia de funcionamiento, sino por el compromiso adquirido entre su dueño y la alcaldía de Nueva York para volver a instalarse en Times Square una vez concluyera la remodelación de la famosa estación. Casi diez años esperó Jesse Moskowitz para volver a funcionar a 50 metros de donde estuvo la anterior tienda durante casi medio siglo.
Pero antes de todo esto hubo una primera Record Mart en Union Square, en la calle 14, allá por 1958. En ese entonces a Moskowitz no le interesaba la música latina. Sólo quería vender discos. Fue la permanente presencia del comprador hispano del sector lo que picó su curiosidad. De modo que se fue a Puerto Rico y adquirió álbumes de bolero, guaracha, bomba y mambo. Y conoció a la que sería su esposa, y contrató a un gerente latino, Harry Sepúlveda, y alcanzó un éxito inusitado en el sector, y en la navidad de 1961 abrió la tienda de la mencionada Times Square.
Cuando llegó el tiempo de Fania Records en los años 70, el todopoderoso Jerry Masucci tuvo que reconocer que no había un mejor comercializador de la salsa en Nueva York que Jesse Moskowitz y su Record Mart. Para entonces él ya conocía perfectamente el negocio de la música latina y sabía que productos faltaban en el mercado. Por eso, cuando el veterano empresario Al Santiago le propuso crear un sello discográfico, no lo pensó dos veces. Así nació Montuno Records, destinado a dar cabida a una serie de agrupaciones que parecían no encajar dentro del criterio Fania.
La primera de ellas fue Tambó, dirigida por los percusionistas Louis Bonzo y Johnny Almendra, en un estilo cercano al de Tito Puente. Como Santiago era un productor tan conocido, el título de ese primer trabajo de grupo y de sello fue titulado “Al Santiago Presents Tambó”. Con el mismo criterio apareció ese mismo año de 1975 “Al Santiago Presents Yambú”, fabulosa orquesta fundada por el brillante pianista Milton Hamilton, inclinada hacia el funk y el estilo de Bobby Rodríguez y La Compañía. Le seguirían dos trabajos de tradición más caribeña como “Así empezó la cosa…”, de Armando Sánchez y su Conjunto Son de la Loma, y Totico y sus Rumberos, verdadera all stars de tamboreros afrocubanos.
Montuno Records alcanzó a grabar 14 LPs, teniendo la peculiaridad de que todos son muy diferentes entre si. La moderna charanga Son Primero no tiene el mismo formato y estilo que la tradicional charanga de Lou Pérez, ni tampoco es igual al sonido cool del grupo charanguero Bongo-Logic. Y eso que Montuno fichó verdaderos pesos pesados del jazz como Airto Moreira y una de las mejores orquestas que haya dado la salsa en toda su historia: el Conjunto Libre, que grabó Ritmo, sonido, estilo.
Todo eso dejó de producirse un día. Los números no cuadraron y el ambiente latino navegó hacia otros rumbos que ya no eran del agrado de Moskowitz y de su nuevo productor, el también famoso y respetado René López. Sobrevive la tienda, eso sí. Una tienda peculiar porque se mueve mucho con la vibración del metro y porque es la única en la que para comprar algo hay que tener ticket de transporte urbano.
En 2012 el sello madrileño Vampisoul, con Pablo Yglesias (DJ Bongohead) como productor, recogió las principales canciones de los artistas de Montuno Records en un disco triple titulado Subway Salsa: The Montuno Records Story.
En noviembre de 2013 Alejandra Fierro (Gladys Palmera) y yo fuimos a Record Mart en busca de ese pasado. Moskowitz ya no estaba. Todo lo controlaba Sepúlveda, convertido desde sus inicios en un ferviente coleccionista de vinilos, uno de los más respetados del gremio. Entre las leyendas que lo acompañan allá donde vaya, está la de que se reúne cada domingo en una plaza cerca de Union Square a escuchar cintas de cassette de grabaciones inéditas con un grupo selecto de coleccionistas.
La tienda es pequeña y en apariencia incómoda. Aún así tiene dos plantas y una escalera metálica azul y extensible de emergencias. Harry Sepúlveda atiende arriba, en tanto que un pequeño ejército de ayudantes (algo muy típico en las tiendas de música latina en Manhattan), está presto a atender cualquier necesidad de su jefe.
Pasamos horas mirando en medio de un calor infernal, primero CDs, luego reediciones en vinilo, más tarde DVDs. A la hora del pago volvió a emerger Sepúlveda para contar la historia del lugar y de como habían sido las costosas y eternas obras del metro. Tras las fotos de rigor y a una indicación muy sutil suya, llega un hombre con una carretilla de transporte. Sepúlveda nos acompaña hasta una “puerta invisible” cerca de las taquillas de acceso al público. Por unas escaleras que parecen de parking salimos por fin a la superficie, sobre la calle 42 entre Broadway y Sexta Avenida.
No lo volvimos a ver. Volvió al subsuelo de inmediato.