Con una salvedad: David no se conformaba con imitar los modismos de vocalistas negros (aunque podía entenderse perfectamente con un Luther Vandross, como muestra el documental Five years). Prefirió dar una vuelta de tuerca al soul y al funk, integrar su muy británica voz en fondos musicales desarrollados junto a instrumentistas, coristas, arregladores negros. Lo hizo en 1974 al viajar a los Sigma Sound Studios, donde se elaboró buena parte del triunfal Sonido de Filadefia.
Allí tenía a su lado a un músico puertorriqueño, Carlos Alomar, que incluso había sobrevivido a los rigores de girar con James Brown. Durante los años setenta, Alomar sería la toma a tierra de Bowie, cuando el inglés necesitaba bases de funk o soul. En 1983, otro guitarrista negro, Nile Rodgers, sería el cómplice de Bowie para su más decidido asalto a las listas de éxito, con el LP Let’s dance.
Y luego está otro tipo de atracción por la negritud. Una afinidad con nombres propios: Ava Cherry, Claudia Lennear, Tina Turner, Iman. Pero ahí, de momento, no vamos a entrar.
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