A eso aspira el grupo, al alcance masivo que desde sus inicios han logrado con varios de sus canciones, estirando el concepto de indie-rock hacia la psicodelia, el pop, los ritmos de la tradición latinoamericana o la electrónica. Pero persiste todavía en la formación esa mirada transgresora que hizo inmensos y únicos a The Clash, capaces de coquetear con la vanguardia sin dejar de sonar auténticos, de proponer algo más allá de lo meramente musical.
Alejados de estereotipos y prejuicios, es fácil de rastrear la influencia de su relación con México -ya va para una década que se mudaron allá-, en canciones que resuenan a clásicos de Zoé o, más atrás, de los míticos Caifanes. También hay ecos a Bunbury, ídolo confeso, y a tantos otros artistas que han transitado el camino menos complaciente del rock. Pese al título, una obra no tan caribeña pero sí disfrutable por las audiencias globales pop-rockeras, si es que esa etiqueta todavía hoy tiene sentido.
José Fajardo.
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