Lou Rawls tuvo una vida intensa (1933-2006), con casi medio siglo como cantante de éxito y con más de sesenta álbumes bajo su nombre. ¿Su único problema? Pues quizás lo que también era una de sus principales habilidades: su eclecticismo, su capacidad para desenvolverse en diferentes contextos. No encajaba en los cajones habituales y, de hecho, a día de hoy no existe una recopilación panorámica que refleje todos sus giros musicales.
Hubo un tiempo en que estaba claro: en 1967, cuando Arthur Conley lanzó su homenaje a la Sweet soul music, el primer vocalista mencionado era precisamente Lou Rawls. Pero había diferencias con el resto de cantantes allí citados: Sam & Dave, Wilson Pickett, Otis Redding, James Brown habían picado piedra en lo más áspero del negocio, en aquel “chitlin’ circuit” donde se explotaba a los artistas negros. Mientras que Lou, con su voz suntuosa y sus modos elegantes, se integró sin problema en los clubes nocturnos, con frecuentes apariciones en los programas de variedades de TV.
Sin embargo, cuando se trataba de grabar, Lou Rawls no bajaba el nivel. Imperioso, se atrevía con todo tipo de repertorio, desde éxitos del rock a standards. Sin renunciar a sus raíces: una especialidad suya eran los “raps”, parlamentos elocuentes donde evocaba la aspereza de su Chicago natal o ironizaba sobre la vida en cualquier ghetto. Era conocido como el Brotherman, un tipo auténtico entra la fauna del show business.
Así que sus discos todavía suenan deslumbrantes, por su sublime voz y por los fondos musicales. Tuvo a productores como David Axelrod, Nick Venet, Rick Hall, Michael Cuscuna, la pareja Kenny Gamble-Leon Huff. Y no olvidemos a los arregladores: Benny Carter, H.B. Barnum, Benny Golson, Thom Bell, Billy Vera. Ellos están detrás de los gloriosos temas que hoy escuchamos.
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