Dos veces Pablo, pues: pablopablo, casi como que quede claro que el nombre de pila va por delante del apellido en el inicio de un proyecto con aristas muy diferentes a las de su padre, aunque haya puntos en común.
Partiendo de que estamos hablando también de música de autor, los materiales y la sensibilidad que pablopablo proyecta en su homónimo álbum debut suena casi a una especie de crooner de una fragilidad nuevopopera más cerca de compañeros generacionales ya refrendados por el público, como Sen Senra o Rusowsky, con el piano como instrumento central desde el que parte la sonoridad, las armonías y melodías de su repertorio, con más puntos comunes con Bon Iver o Nils Frahm que con su padre.
Hay un clima de levedad y de tensión controlado en los poco más de 25 minutos y nueve canciones por las que transita el cancionero debut del artista madrileño. Tanto cuando se planta frente al piano en una especie de simulacro que conecta a Ólafur Arnalds y a Drake (“Agua y arena” o “Azul zafiro”, al borde del quiebre), cuando tiembla para cantar sobre excesos en una oda de indietrónica clásica (“París”), cuando deconstruye una especie de rumba mecánica (“Números rojos” y “Perfume”, quizá influenciados incluso por la deriva de C. Tangana, a quien acompaña en directo en la gira de “El Madrileño”) y hasta cuando recupera el espíritu de sus vivencias londinenses (“Mandela Place” y “The Mask”), estamos ante un artista que no va a la caza: ya ha cazado un estilo propio, muy lejos de patrones preestablecidos.
Alan Queipo.
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