Como sucede con los jóvenes que se vuelven ateos tras haber ido a colegios de curas, Samuel Azorín y Mario Vidal, tras años de estudios en el Conservatorio Profesional de Música de Zaragoza, rompen con la ortodoxia de la formación más hermética que, a buen seguro, mamaron en partituras y clases sobre Bach y Beethoven, y plantean en su música una ensalada de sabores imposibles, rompiendo su propia mátrix y abriendo túneles que conectan el jazz de vanguardia, la actitud punk, los guiños al dub o a la música incidental, a la caza de un groove con Síndrome de Tourette.
Con apenas un contrabajo y una batería, Rosin de Palo se presentan como los herederos menos fieles del legado reciente y aún vivo de los catalanes Za!, aunque también hay mucha conexión con aquella escena de finales de los años ’80 y principios de los ’90 que, heredada de la no wave, dio a luz a proyectos como Mar Otra Vez, Mil Dolores Pequeños, Demonios Tus Ojos o 713avo Amor, entre otros.
Mucho de ello hay en este cancionero urgente en donde se inventan un tribalismo de un indigenismo imaginario (“TXÁ TXÁ UNBE UMBÓ”), una oda pseudo-sacra para meditaciones psicodélicas (“Trilo”), una música incidental para pitufos maquineros (“Chúpalagambalamosca”), un hard-rock casi asiático (“Aquí está tus Satoshis”), un bakalao jazzero de vocación rasta (“Un trifásico (Cortito de café y con poca leche)”) o un funk vocal (“Hardineros del Funk”).
Alan Queipo.
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