"Escuché toda la música posible. Desde los Rolling Stones hasta The Who. También Pink Floyd, Led Zeppelin... Fantásticos, sí, pero yo con mi música no me inspiré en la realidad material que vemos para cristalizarla, sino que traté de buscar siempre lo que no se ve, ese 94% que los expertos dicen que existe aunque nosotros no veamos". Estas declaraciones fueron el último regalo de Franco Battiato antes de morir. No fue sólo un artista; fue mucho más que eso. 

"La fe no significa nada. Hay que tener experiencia directa con las cosas. Yo tuve muchas experiencias místicas desde los años setenta, por eso admiro a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. El sufrimiento para mí siempre fue una bendición porque me ayudó a eliminar el ego. Sólo así encontré el camino divino... Por supuesto, la música me ayudó porque significó un gran conductor de energía. No olvidemos cuantos artistas rock y jazz se mezclaron con religiones orientales para, precisamente, encontrar la salvación. Los Beatles, por ejemplo". 

Cuando se ha realizado el primer San Remo sin Franco Battiato -también dejó su sello allí-, el Festival de la canción italiana ha rendido tributo al Nietzsche de la música, un nihilista que siempre quiso cancelar cualquier horizonte, quitar todos los diques posibles al mar. Como Einstein, como Giordano Bruno. Felicidades maestro. Gracias por haber extirpado las etiquetas, los estilos o géneros de la música. Por haber pintado cuadros y dirigido alguna película, por pasar de lo experimental al pop, de la música electrónica a la clásica para trascender hasta el infinito y más allá.