Lo pensaba cuando comparaba su destino con el de The Band, grupo hoy mitificado. Puede parecer un paralelismo raro pero, en realidad, tienen insospechadas coincidencias. Ambas agrupaciones venían de la periferia (Toronto, Birmingham) y eran orgullosamente conscientes de sus diferencias con los colegas capitalinos. Ambas bandas se forjaron en el campo, en una convivencia destinada a definir su música.
Como The Band, Traffic contaba con varios compositores. En el caso de los ingleses, el genial Steve Winwood, el problemático Dave Mason, Jim Capaldi y, ocasionalmente, Chris Wood. Como los canadienses de Woodstock, también tenían una amplia paleta sonora: eran multiinstrumentistas y cambiaron de orientación a lo largo de su vida creativa.
Y hasta aquí llegan las similitudes. Traffic fue inicialmente una banda pop, con querencias psicodélicas. Con la marcha de Dave Mason a Estados Unidos, el proyecto recuperó algo del espíritu rhythm and blues que marcó a Winwood en sus orígenes. Pero había gusto por experimentar, lo que podía traducirse en recrear una enigmática balada folclórica (“John Barleycorn”), en acercamientos a ritmos del Tercer Mundo o en desarrollar los temas sin mirar al reloj; a su modo, Traffic se anticipó al movimiento de las jam bands.
Sus glorias son, creo yo, evidentes: música compacta pero con pies ligeros, juguetona pero seria. Apuntaría que conviene escuchar sus discos con atención (es decir, con auriculares): tuvieron la bendición de contar con uno de los mejores productores de aquella época, Jimmy Miller, luego lanzado al lado oscuro por su relación con los Rolling Stones. Del grado de respeto que logró Traffic da testimonio el detalle de que, cuando Miller ya no estuvo disponible, tomó su puesto el propio director de la compañía Island, Chris Blackwell. Si disfrutan con esta degustación, busquen sus discos enteros. Están, qué cosas, tirados de precio.
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