Rafael Hernández, el hermano de Victoria
De como un compositor muy talentoso y una mujer emprendedora cambiaron la música latina.
Rafael Hernández Marín hizo parte del Ejército de Estados Unidos que combatió en Europa durante la Primera Guerra Mundial, pero no estuvo en el frente. Por el contrario, animó a la tropa en el frente occidental europeo como trombonista de la banda de guerra del regimiento 65 de South Carolina. La aventura no era extraña en él, así como tampoco ese instinto de supervivencia que lo acompañaba. Hernández había sido tabacalero, aprendiz de maquinista, ayudante de circo y finalmente músico, llegando a dominar el violín, el trombón, la trompeta, el piano y la guitarra. Por eso, y porque era muy pobre, se fue de casa muy joven para no volver más.
Cuando acabó la guerra, pasó por una banda militar en Atlanta, hasta que le dieron la baja como sargento y se puso a trabajar en Nueva York en una fábrica de camas donde perdió la mitad de un dedo. Fue entonces cuando un oficial que había sido comandante suyo, lo llamó desde Cuba para que dirigiera la orquesta del Teatro Fausto. En ese entonces a Rafael Hernández le interesaban los valses y los danzones, pero en La Habana descubrió el bolero y decidió dedicarse a la composición. Su primera creación fue Guané, dedicada a una novia de juventud. Cuando salió de Cuba en 1925, fundó en Nueva York el Trío Borinquen con Antonio Mesa (luego Manuel Jiménez) y Salvador Ithier, pero el carácter fuerte de Hernández no pudo con el temperamento de Jiménez y se dijeron adiós.
Pero vayamos un poco más atrás.
Rafael era hijo de José Miguel Rosa Espinoza y María Hernández Marín, trabajadores tabacaleros ambos. José Miguel era también un guitarrista destacado en Aguadilla, donde tuvieron a sus hijos: Rafael, Victoria, Jesús y Rosa Elvira, quienes por insistencia de su abuela materna, Crisanta Marín, estudiaron música. No hay una versión oficial sobre las razones que hicieron que la familia llevase el apellido materno y no paterno; incluso hay una entrevista donde Rafael dice que su padre se llamaba Gaspar, lo que hace pensar en un padre adoptivo y una decisión matriarcal.
Lo cierto es que en 1919, cuando Rafael volvió de Francia pidió una reagrupación familiar y los Hernández junto a Crisanta Marín, se mudaron a Nueva York. Al año siguiente Rafael se fue a Cuba y la emprendedora Victoria asumió las riendas de la familia. Comenzó a trabajar como costurera en una fábrica durante el día, en tanto que daba lecciones particulares de piano en las noches. Gracias a su empuje tuvieron el dinero suficiente para adquirir un negocio propio.
Gabriel Oller, el famoso productor discográfico, fundador de Coda y SMS, le contó a Max Salaxar, que en aquella época, los puertorriqueños de Nueva York eran diferentes a los de hoy: eran puertorriqueños empedernidos. Vivían según sus costumbres, hablaban español y sólo comían comida de su país. Era como una gran familia. Aunque hubo algunos problemas con otras personas, nos convertimos en vecinos amistosos con los judíos, quienes aprendieron a hablar español. La gente judía era nuestra única influencia externa. Los puertorriqueños se apegaron a su propia cultura hasta principios de la década de 1940; nos americanizamos en algunos aspectos para poder competir en el mercado laboral.
Pero esa especie de ghetto no era el único handicap para Victoria. La historiadora Virginia Sánchez Korrol afirma que en ese tiempo era inaceptable que las mujeres latinas “respetables” se relacionaran con la música popular, tan dada a la noche y al cabaret. Su lugar estaba en el hogar, siendo instadas a que se casasen pronto y dependieran de los ingresos del marido. No fue el caso de Victoria, quien se convirtió en una de las primeras mujeres emprendedoras latinas de Nueva York. Según Sánchez, sólo habían dieciséis mujeres puertorriqueñas que operaban negocios en Estados Unidos a finales de los años 20.
Aunque a nombre de sus hermanos, Victoria compró en 1927 la citada tienda por 500 dólares y abrió allí Hernández Music Store en el East Harlem (El Barrio) en Madison Avenue a la altura de la calle 114. Más tarde y debido al éxito del sitio, que se convirtió rápidamente en un lugar de encuentro de la cultura latina, se trasladó a un local más grande dos calles más arriba. En el local se vendían cilindros Edison, discos de 78 rpm, guitarras, partituras e instrumentos de percusión menor. Además se daban clases a músicos.
Y en esos Music Store Victoria instaló, para que los aspirantes a músicos ensayaran, una pequeña habitación con un piano, lo cual tuvo mucha acogida entre la comunidad. Tener un piano era un lujo, por lo que músicos reconocidos y en ciernes como Joe Loco o Tito Puente, iban a ensayar allí. Y fue en esa habitación donde Rafael, además de componer varias canciones nacionalistas, interpretó por primera vez, en diciembre de 1929, su célebre Lamento borincano (“Sale loco de contento con su cargamento para la ciudad”), que se conoció popularmente como El jibarito. Y curiosamente fue el nuevo grupo de su amigo Jiménez el que lo tocó por primera vez.
EL JIBARITO
En 1930 tras disolverse el Trío Borinquen, Rafael fundó el Grupo Hernández, que pasaría a llamarse Conjunto Victoria (también conocido como Cuarteto Victoria), en honor a su hermana, mecenas, y representante. Ese conjunto lo integraban Rafael Hernández, dirección y guitarra; Francisco López Cruz, primera guitarra; Pedro Ortiz Dávila, Davilita, primera voz; y Rafael Rodríguez, segunda voz. El sentido nacionalista de Rafael era notorio e igualmente la aceptación que tenía. De allí el éxito de Preciosa (“Preciosa serás sin bandera, sin lauros ni glorias, preciosa, preciosa te llaman los hijos de la libertad”).
Por ese conjunto y cuarteto pasaron los mejores músicos folclóricos de Puerto Rico y Cuba: Bobby Capó, Mirta Silva y Panchito Riset, entre otros. Intentó ingresar Pedro Flores, pero Hernández lo descartó, antes de establecer como nueva sede a Ciudad de México, sin duda, la plaza más fuerte de la música latina en 1932. Allí dirigió la orquesta del Hotel Grillón, convirtiéndose, de paso, en figura, porque compuso una buena cantidad de números que causaron sensación: Perfume de gardenias, Tabú y Campanitas de cristal (“Lindas campanitas de cristal que alegran mis horas de dolor. Sonar, sonar, sonar sólo para mí, sólo para ti”).
El cuarteto lo alternó con diversas agrupaciones que surgieron debido a las necesidades laborales o de giras. Hernández tuvo un grupo y una orquesta que alternó para cumplir compromisos con los sellos discográficos RCA Victor, Columbia y Brunswick, tanto en Nueva York como en Ciudad de México.
México fue una segunda patria para Rafael. Llegó allí por el éxito sin precedentes que había despertado una composición suya, Capullito de alelí (“Lindo capullo de Alelí, si tu supieras mi dolor, correspondieras a mi amor y calmaras mi sufrir”), contratado por Sal de Uvas Picot. Se radicó en Puebla. Grabó mucho, apareció en televisión e hizo cameos en películas como El gendarme desconocido y Aguila o sol. En México se casó con María Pérez y tuvo tres hijos, que se criaron con Alejandro, nacido en Puerto Rico. Justamente a la isla volvió en 1934 acompañado de un gran espectáculo musical y una revista de 23 artistas que antecedía al show de Carlos Gardel.
Según le contó Victoria a la periodista Gilda Miró, todas las atenciones fueron para Gardel. Entonces a Rafael no le dieron las atenciones que debieron haberle dado. Desde entonces nació la idea que en México lo querían más que en su patria. Demostraciones había. Cuando le preguntaron a Agustin Lara qué era un bolero, este respondió: si quieren saber lo que es un bolero escuchen Campanitas de cristal.
De todas maneras a finales de los años 40 Rafael Hernández ya era visto como el mayor representante del nacionalista puertorriqueño. Con esa imagen inició una larga por Sudamérica, donde volvió a tener problemas con un músico suyo. Esta vez, la víctima de su carácter era Bobby Capó, tan carismático como misógino. Mientras tanto, en México resonaban el múltiples versiones, todos sus éxitos: Desvelo de amor, Que te importa, Tu no comprendes, Canción del dolor y El cumbanchero. Luego de la gira surgieron: Amigo, Desesperación y No me quieras tanto.
Escribía música y escribía letra al mismo tiempo, contaba Victoria. Él no escribía la música y después le ponía la letra, no. Él ponía una línea de música y le ponía la letra hasta que terminaba ahí mismo. Y él no sacaba un sólo número. Hubo días en que sacaba cinco y seis, una tras otra. Entonces, cuando terminaba me decía: bueno, dame un peso que necesito, y ya me saqué todo eso de la cabeza. Él me pedía todas las mañanas un peso.
Victoria siempre ejerció como matriarca de la familia, aún con sus hermanos casados. No era imposición, era que ellos acudían a Victoria en busca de ayuda y consejo. En El Barrio la conocían como La Madrina. Yo era la manager de Rafael, decía, yo era la que me entendía en contratos.
La obra de Rafael Hernández abarcó todos los ritmos, pero especialmente la guaracha y el bolero. Sus canciones han tenido la peculiaridad de sentirse propias en otros países. Por ejemplo, en Cuba se considera que varios de sus boleros son cubanos. En México se cree que tienen un estilo mexicano (lo cual puede ser cierto, pues muchos los compuso allí) y en Puerto Rico, por supuesto, se le asume como su mayor compositor.
Tras 18 años de vida en México y continuos viajes a Nueva York para grabar, Rafael Hernández regresó definitivamente a Puerto Rico. El nacionalismo de su obra se debió a un pensamiento radical, pero también a su amistad con el líder político Luis Muñoz Marín, presidente del Partido Popular Democrático y Presidente del Senado de Puerto Rico. Muñoz Marín nombró a Hernández director de la estación radial WIPR de San Juan en 1947, pero éste no se encontraba bien de salud y dejó pronto el cargo, convirtiéndose en consultor musical. Ya era una celebridad.
Los años 60 fueron tiempo de homenaje a su figura. En 1961 John Fitzgerald Kennedy lo invita a La Casa Blanca y lo recibe con una frase que sería legendaria: Bienvenido mister cumbanchero. Los premios se suceden sin parar. La Universidad Interamericana de Puerto Rico le otorga el Honoris Causa en Humanidades, el Banco Popular puertorriqueño le hace un homenaje nacional, enlazando una cadena de televisión y un centenar de estaciones de radio en toda la isla. Pero a duras penas, Hernández pudo agradecerlo. El compositor luchaba contra el cáncer.
En diciembre me escribió María, contaba Victoria. Que Rafael ingresaba al hospital. Estoy hablando de 1964. Orinaba sangre. Entonces le hicieron una operación exploratoria y le encontraron que tenía un tumor en la vejiga.
Rafael Hernández falleció el 11 de diciembre de 1965 a los 69 años en el Hospital de Veteranos San Patricio, en Puerto Nuevo. Las honras fúnebres fueron en el Capitolio y el entierro fue multitudinario. Dejó como legado 2.000 composiciones oficiales y más de 300 inéditas. Fue un hombre entregado a la música en cuerpo y alma.
Posiblemente Hernández sea el más importante compositor de boleros de la historia junto a Agustín Lara. Los dos fueron tremendamente influyentes y versátiles, y además llevaron el ritmo romántico a puntos donde no se le conocía. Como músico, lo traicionó siempre su férreo carácter, pero la obra es inmortal, y de ello dan cuenta al menos cien versiones de cada una de sus conocidísimas canciones. Por citar sólo un ejemplo, Cachita (“Oyeme cachita, tengo una rumbita pa’ que tu la bailes como bailo yo”).
¿Y Victoria?
Victoria se convirtió en representante de artistas latinos y de nexo de algunos de ellos con casas discográficas como Decca. Fue por ese trabajo que conoció a Gabriel Oller, también puertorriqueño, también empresario y también dueño de una tienda de música, el Spanish Music Center. ¿Rivales primero y socios después, amigos, pareja? Lo cierto es que Victoria y Gabriel acabaron juntos. El no quiso competir con la tienda de Victoria y creó un sello discográfico, Dynasonic Test Records en 1934.
En 1939 Victoria le vendió la tienda de Madison Avenue al productor de discos Luis Cuevas, quien le puso Almacenes Hernández. En 1941 Victoria instaló una nueva tienda en Prospect Avenue en el South Bronx y le puso un nombre más facil de recordar, Casa Hernández. Pero en 1965 con la muerte de Rafael y ella comenzó a perder interés en la tienda, delegando en Johnny Cabán su administración. En 1969 Hernández vendió la tienda al compositor y empresario Miguel Angel Amadeo, quien la renombró como Casa Amadeo y la convirtió en la tienda de música más antigua de Nueva York. Hoy es objeto permanente de turismo y sigue ubicada en un histórico edificio neorrenacentista diseñado por James F. Meehan, patrimonio de la ciudad.
Gabriel Oller fundó Coda Recordings en 1945 y tres años más tarde fundó SMC, retomando las iniciales de su antiguo Spanish Music Center. Con el paso del tiempo el y Victoria se separaron. Gabriel se fue a vivir a Las Vegas, donde murió y ella pasó el resto de su vida entre Nueva York y San Juan. Victoria Hernández falleció en Trujillo Alto, Puerto Rico, en 1998 a los 101 años de edad.