Medio siglo de 1968, el año que hizo ‘boom’
El año que nació como ensayo revolucionario y terminó como umbral de entrada en la paranoia colectiva cumple cinco décadas.
Todo empezó en el Tíbet. O acaso en el fondo de los océanos, en otra galaxia, en un plano incógnito del ser. Todo está empezando ahora mismo y entra en combustión cuando lo dices, lo piensas, lo consideras, lo conviertes en eslogan. Dado que todo muere al nacer, no vamos a llegar a ningún sitio y no hay donde esconderse. No queda otra que moverse. Tú lo sabes y yo también: el tránsito es el único hogar posible. Lo aprendí en 1968, cuando todo estaba a segundos de la detonación, un boom definitivo, una esquela firmada por Dios.
Mayo 1968, París
Entonces, en 1968, yo tenía 13 años y una naciente conciencia de teenager. Leía a Stevenson y Twain, escuchaba a los Beatles, los veneraba en el sagrario de mi cuarto. Tenía una bicicleta, un par de zapatillas Keds y tres o cuatro amigos. Era un buen alumno. En la aldea, en un prado que se inclinaba hacia el río, me tendía bajo los manzanos y me entregaba al sueño. Aunque no lo recuerdo, no es descabellado pensar que en algún momento de aquellas ensoñaciones me imaginé como un preadolescente perdido en las calles de París, Praga, Berlín y México DF.
Los diarios, la televisión y la radio proclamaban que estaba sucediendo una revolución joven, sin cúpula dirigente, de estructura horizontal, anarquizante.
Las paredes, al parecer, contaban la historia, por una vez, como si de un poema se tratara: “Bajo los adoquines, la playa”, “Prohibido prohibir”, “Sed realistas, reclamad lo imposible”, “Te amo, decidlo a pedradas”…
Pero el año culminó como uno de los peores. Geoffrey O’Brien explica el avance de la paranoia en en la crónica de psicogeografía Tiempo de soñar. episodios de los sesenta:
—Las matanzas y discusiones sobre matanzas discurrían sin tregua (…) La muerte, fuera por asesinato, suicidio, brutalidad policial o intempestiva explosión de material revolucionario, se había convertido en una forma de puntuación. Los amigos se sorprendían entre sí enumerando listas de muertos.
Tampoco lo civil salió bien parado, ni siquiera en Francia, donde la huelga general de dos semanas convocada por estudiantes y sindicatos —la alianza era en sí misma un éxito— obtuvo una victoria numérica: nueve millones de personas secundaron el paro, el mayor de Occidente en toda la historia, pero el triunfo no se concretó en avances tangibles. Otra cosa es el espíritu: las reglas del juego político cambiaron y el poder entendió que las recompensas del consumo y de la sociedad del espectáculo no eran suficiente para narcotizar a las masas.
La música de 1968 fue mucha y divergente. John Lennon ofrecío una opción moralista:
Mejor libera tu mente
Si te manifiestas con pancartas de Mao
No vas a convencer a nadie de ninguna manera
Unos años después hizo donaciones millonarias al IRA.
Los Rolling Stones se mostraron dados a sacar rendimiento al lucrativo Satanás y clamaron sobre la culpa entendida como obra colectiva:
¿Quién mato a los Kennedy?
Después de todo fuimos tú y yo
(…)
Al igual que cada policía es un criminal
Todos los pecadores son santos
Y cara o cruz son lo mismo
Apenas a unos surcos de distancia, en el álbum Beggar’s Banquet, Jagger también se caracterizaba como agitador sedicioso:
El verano está aquí y es un buen momento para pelear en la calle
¿Pero qué puede hacer un pobre muchacho
Excepto cantar en una banda de rock and roll?
Porque en la adormilada ciudad de Londres
No hay lugar para un luchador callejero
La canción contiene una parábola sobre el baile de máscaras al que tanto y con tan buena fortuna comercial han jugado los Stones. Street Fighting Man tuvo una primera versión con otra letra, Pay Your Dues, una tonadilla sardónica sobre las multas judiciales impuestas a Jagger y Richards por consumo de drogas. Con el buen ojo mercantil de siempre, la pareja cambió el tema, que ni siquiera había entrado en el corte inicial para el álbum, para dedicarlo ahora al mayo francés.
Van Morrison – Cyprus Avenue
La aristocracia del poprock no se postuló para tomar parte en el asalto a los palacios del poder, pero siguió comulgando con el código hippie pese a que ya mostraba síntomas de caducidad. En otra obra alegórica, el escocés Donovan editó Hurdy Gurdy Man, que compuso en un retiro en la India ante un gurú de feria que engatusó a los Beatles, algún beach boy y la actriz Mia Farrow. Pese a que la pieza, en la que colaboró George Harrison, invoca la sabiduría eterna con una canción de amor entonada por un avatar de Buda, el susurrante tema, cantado con una vibración esquiva, se convirtió en un sinónimo de atrocidad y asesinatos recreativos en la película Zodiac (David Fincher, 2007).
Can documentary
La playlist que he montado para intentar explicar 1968 aúna tantos cortocircuitos sonoros como el año en sí: una encrucijada entre la radiante atmósfera del flower-power y la sicodelia de 1967 y la oscuridad frenética del speed, la heroína y los días convertidos en noches de 1969. El contacto de los músicos con el ideario anárquico y libre de la rebelión de mayo corporizó en la música experimental y espástica del colectivo alemán Can, uno de los grupos con huella todavía hoy perdurable en la electrónica y el ambient.
En el Reino Unido la drástica propuesta del heavy estaba asomando —con bandas como el Jeff Beck Group, en el que cantaba Rod Stewart— y al otro lado del Atlántico nacía, acaso por reacción complementaria, el dulce country rock cósmico con el álbum Sweetheart of the Rodeo, mutilado en principio por celos profesionales de los Byrds, que eliminaron las pistas del recién fichado cantante y compositor Gram Parsons, una de las voces más sensibles del country y un precursor del género que se ha llamado americana. Más de veinte años después, con Parsons muerto, devolvieron al mundo las versiones originales de las canciones. Canta un cadáver, pero son muy hermosas.