Neobolero
¿Y si el bolero acaba adelantando por la derecha al reggaetón y se convierte en el nuevo-viejo pop?
Todos tenemos una idea de bolero en la cabeza: desde los que crecieron escuchando los clásicos de Armando Manzanero o Antonio Machín en las medianías de mitad del siglo XX; los que crecieron en la España de Rocío Dúrcal y Bertín Osborne; hasta los que recuperaron el legado de estos y otros clásicos en la voz de Luis Miguel o Alejandro Fernández; o incluso los que se pasaron los años ’90 aplicando mal la palabra, comprándose las cintas y los dobles CD Bolero Mix con las canciones que más te hacían cabecear en el aire en la década del bakalao.
Es normal que cada cual tenga una idea de lo que es el bolero, porque no hay una etimología clara ni una sonoridad concreta e inalienable: aunque tenga influencias que van del Caribe a los gitanos, la ranchera, el mambo o la bachata; cuando hablamos de bolero nos referimos a esa canción melódica de acento hispanoamericano, generalmente romántica y con ese aire a música de estándar latinoamericana. Por buscar una equivalencia con la música occidental, el bolerista sería algo así como un crooner latino.
Y a pesar de que se entienda como un género antiguo (en parte lo es: nació en Cuba a finales del siglo XIX y encontró su mayor punto de popularidad a principios de la segunda mitad del siglo XX), la recuperación de la música tradicional latinoamericana por parte de la nueva generación de artistas, e incluso la puesta en marcha de observatorios musicales (en México se creó hace dos años el IPFBM, el Instituto para la Preservación y Fomento del Bolero en México) están consiguiendo que la canción melódica latina, o el bolero, cobre una nueva dimensión: más ambiguo que nunca, el bolero (o las trazas de bolero) de la nueva generación de artistas pop y folk hispano-latinos se encuentra cada vez más en las melodías que entonamos.
Encontramos bolero en la omnipresente canción de apertura de la universal serie Narcos que compuso Rodrigo Amarante en una suerte de bolero carioca; en lideresas indiscutibles de la canción melódica alterlatina como Natalia Lafourcade (quien incluso dedicó un álbum entero a Agustín Lara, uno de los grandes estandartes), Mon Laferte, Lila Downs o Carla Morrison (algunas de las últimas reinas globales del pop latino); en quienes se atreven a acercar el bolero a cadencias caribeñas (desde Caloncho a Álex Ferreira o Juan Pablo Vega); quienes lo transmiten desde una mezcla de sarcasmo folk ultralatina (proyectos argentinos, sobre todo: desde Kevin Johansen a Sofía Viola o Las Taradas); o quienes lo relacionan con el desarrollo de la canción de autor, como puede ser el caso de Jorge Drexler, Chetes o Nacho Rodríguez.
Pero también hay bolero incluso en territorios mainstream como Operación Triunfo: el caso de Ana Guerra, una artista que en las primeras galas parecía destinada a ser de las primeras expulsadas, encontró en la canción latina (sobre todo en sus interpretaciones de La Bikina, Lágrimas Negras o Por debajo de la mesa), consiguió poner de moda entre el público adolescente estilos como la ranchera o el bolero romántico.
Incluso en la facción indie nos encontramos trazas de bolero: proyectos que exploran las órbitas sintéticas (Elsa y Elmar o León Larregui en solitario), la telenovela sintética (Lucas Martí), la música de baile latina moderna (Pedrina y Río o Centavrs), el folk raruno occidental (Devendra Banhart), la canción pop (Gepe), el alt-folk-country (Gaby Moreno), el jazz-pop (Zenet) o incluso quienes se erigen como nuevas folclóricas (De la Puríssima o Camila Moreno) o quienes se animan a acercar el bolero a la raíz de la música de raíz española (Las Migas o Sandra Bernardo).
¿Y si el bolero acaba adelantando por la derecha al reggaetón y se convierte en el nuevo-viejo pop?