No es raro que trabajen con un artista como Adán Jodorowsky en sus álbumes, casi un séptimo miembro invisible que se va manifestando según las inquietudes que el sexteto argentino tenga en cada uno de sus discos. Y si en sus exitosos “BACH” y “Paranoia Pop” se creaban una suerte de armazón donde exploraban las cavilaciones del pop-canción tanto desde la mirada de un indie evolucionado (en “BACH”) y de una parodia cuasi-funk (en “Paranoia Pop”), en “El Big Blue” vuelven a la cáscara de la canción, con un minimalismo y una manera de abrigar los temas especialmente cálido y sin artificios de ningún tipo.
Hay algo de universo compartido entre los Babasónicos de “Infame”, los Zoé de “Programaton” o el Emmanuel Horvilleur de “Mordisco” y el culto a la canción melódica de los años ’60 y ’70, de artistas como Leo Dan, Sandro o Leonardo Favio. Se percibe cuando se desatan libremente en medios tiempos casi disco-funk como “Mi fiesta” o en odas casi beat como “Cállame”, “La última vez” o “Una propuesta”, que suenan como himnos perfectos para una fiesta de 15 (popular celebración de la adolescencia femenina en Argentina).
Por poner un ‘pero’, hay cierta monotonía de registro, de cadencia, de ritmo, incluso de melodía, que hermana demasiado algunas canciones. ¿Es eso un hándicap? Si se escucha el disco del tirón, da la sensación de que han creado un clima, en donde el concepto de “big blue”, entre cálido y nuboso, representa muy bien ese hábitat. Y quien dice “clima” también podría decir un sonido propio: que todos los problemas sean ese.
Alan Queipo.
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