Los Zafiros están heridos de sombras esta noche
Traen el ímpetu de su juventud, los deseos de ser algo en la vida, y convertir la noche y el canto en ese viento fresco que la gente necesita.
Se ha corrido la voz y ya a esta hora hay mucha gente aquí, en la entrada del Cabaret Nacional, en San Rafael y Prado. Algunos dicen que hoy cantarán Los Platters. Otros juran que es un grupo jamaicano, que tienen muchos calipsos en su repertorio. En realidad, ni son Los Platters, ni vienen de Jamaica, sino del barrio de Cayo Hueso, en el Centro de La Habana. Son cinco mulatos que se hacen llamar Los Zafiros.
Hay motivos para que la gente los confunda esta noche con The Platters. Sus voces son como las de un coro celestial. Es un caso raro en la música cubana, que cuatro hombres lleven una dulzura y un ritmo tan intensos, acompañados solamente por una guitarra. Y tienen otro punto en común: cantan una versión de My Prayer (Mi oración), del compositor Georges Boulanger, del repertorio del quinteto norteamericano.
Es la voz de Ignacio Elejalde la que lleva esta plegaria hasta el cielo:
Cuando llega la luz, / y los pájaros duermen.
Cuando ya sale el sol / yo comienzo a cantar
esta oración / tan feliz / que rogar / y rogar.
Esta linda oración / que no quiero entender
y esta gran sensación / rogar.
Ir pidiendo perdón / por el perdido amor / que hay en mi corazón.









Tampoco saben que un día, tal vez sin quererlo ni esperarlo, sin pretender otra cosa que hacer que la noche de Cuba brille más, y que cantarle al amor sea algo importante, van a alcanzar eso que los poetas llaman, un poco livianamente, la inmortalidad. Por mucho que el destino y la política haya querido borrarlos de la faz de la tierra, de su tierra, nadie los olvida.
Tal vez por eso en cada esquina, en cada rincón de la isla, se escuchan sus voces con esta declaración:
He venido a decirte / que te sigo queriendo.
He venido a decirte, / que te sigo amando,
que quiero estar contigo / cada día más y más.
He venido a decirte / que nada ni nadie,
podrá separarme, / ni podrá arrancarme / de mi alma tu amor.










Esta fresca noche de marzo están los cuatro: Leoncio Morúa “Kike”, que conoció en el barrio a Miguelito Cancio, ex-integrante del Cuarteto Rivero. Sumaron luego a Ignacio Elejalde, bailarín de una compañía cubana que viajó a Portugal y otras ciudades europeas, ya de vuelta a La Habana, y Eduardo Elio Hernández “El Chino”, judoca y chapista, sin experiencia alguna como cantante. Tuvieron un guitarrista y compositor, Oscar Aguirre, que se marchó a trabajar al exterior. Hoy estrenan nuevo guitarrista en este Cabaret Nacional. Se llama Manuel Galbán, y con él y las voces mágicas del cuarteto, La Habana se ilumina de otra manera cuando cantan:
Habana. // Habana. // Hermosa Habana
lindo es tu Prado, / lindas son tus calles, / bello es tu mar.
Habana, / a ti llega mi canto, / como el gemir de violines
que solo tocan para ti.





Traen el ímpetu de su juventud, los deseos de ser algo en la vida, y convertir la noche y el canto en ese viento fresco que la gente necesita. Triunfan y suben como la espuma. Tuvieron la suerte de comenzar bajo la experta mano de Néstor Milí, reverenciado en aquel barrio, el hombre que puso en boca de Celia Cruz al Yerbero más famoso y moderno de la música cubana.
Es Néstor mismo quien pone en sus bocas un tema que será otro éxito, La caminadora, que dice:
Caminando por las calles / del pueblecito natal
con su tipo espiritual / ella va luciendo el talle.
Con la bata remangá, / sonando sus chancleticas,
los hombres le van detrás, / a la linda mulatica.
Son cinco estrellas en la noche. Todavía en aquellos años La Habana vibraba, y la gente salía a vivir la noche, a divertirse, y Los Zafiros traían ese aire de mundo que ya comenzaba a escasear, todo ligado a una profunda cubanía. Calypso y rumba, bolero, filin, conga y aires de samba.
Todo junto, todo auténtico. Usaban trajes prestados, pero con una elegancia que hacía pensar que no se perderían jamás las buenas costumbres. Y en cada entrega, en radio, teatro y cabarets, una sinceridad conmovedora. Como en ese argumento con música que es una declaración de amor que nadie olvida:
He venido a decirte / que te sigo queriendo.
He venido a decirte / que te sigo amando.
Que quiero estar contigo, / cada día más y más.






Y llegó también la televisión para llevarlos más lejos. Son cuatro voces y una guitarra, su lema por entonces. Y una gracia tremenda, una complicidad que hace que la gente los quiera enseguida. Kike, Ignacio, El Chino y Miguelito, acompañados por la guitarra de Galbán recorrerán la isla y viajarán después a Europa. Y en el corazón de Paris, el teatro Olympia, donde sorprendieron gratamente al público francés, a pesar de que estaban rodeados de otras estrellas del Grand Music Hall de Cuba: Celeste Mendoza, Elena Burke, la Orquesta Aragón, Los Papines y Pello El Afrokán.
Sobrevivieron unos pocos años más, instalados en el corazón del pueblo cubano, pero un día comenzaron las extrañas señales que amenazaban con borrarlos. Eran como de otra época que ya no cabía en aquel presente, y mucho menos en el porvenir. Los alcoholes, las madrugadas, los desenfrenos, los alejaron de todo, lentamente. Y uno a uno empezaron a morir.
Teníamos tanto que vivir. // Teníamos tanto que sentir…
Era el resumen / que soñé, / fue la alborada que pedí,
era vivir sin el temor llenos de aliento…
Y me traicionan otra vez / llenos de cruel contradicción
mis sentimientos.
El final físico de Los Zafiros estaba escrito en el cielo: “Los excesos con que habían vivido terminaron por pasarle factura. Ignacio, el tenorino de la voz de cristal, falleció a causa de una hemorragia cerebral en 1982. No tenía más que 40 años. En 1983 lo siguió Kike, minado por la cirrosis, a una edad similar a la de Ignacio. El Chino pasó sus últimos años muy enfermo. Murió en 1995, a los 56 años, en el mismo hospital donde fallecieron Ignacio y Kike. Miguelito murió lejos, mucho después”.
Galbán, el guitarrista, que se olió muy pronto el final, lo dejó dicho: “Nacieron para cantar, pero no supieron vivir”. Dicen que algunas noches, de entre los arrecifes del malecón, se oye un mensaje:
Por tu amor soy capaz / de enfrentarme a cualquiera.
Por tu amor soy capaz / de dar mi vida entera.
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