¿Qué le ocurrió al bolero?
Así fue el momento que cruzó los destinos del bolero y de la balada y de los desencuentros que surgieron después.
Los tiempos cambian, la música inevitablemente va a ser transformada por las nuevas generaciones, por los acontecimientos sociales, culturales y económicos. Sin importar si nos gusta o no, los cambios van a ocurrir. La posguerra trajo consigo una renovación en todos los géneros musicales: el jazz cambió y dio origen al bebop, un estilo que permeó tanto la música latina como el rhythm and blues, predecesor del rock and roll, cuya base instrumental sostiene casi toda la música popular que escuchamos hoy en día en la radio.
La tecnología aplicada a la música hizo que pasáramos de lo acústico a lo eléctrico, después a lo electrónico, y de los pequeños recintos a los espectáculos multitudinarios y ahora al streming.
En el caso del bolero hubo una evolución dentro del propio género que coincidió con el surgimiento de otras corrientes musicales contemporáneas. El filin cubano trajo consigo un nuevo criterio interpretativo inspirado por Frank Sinatra, entre otros. Así el joven Lucho Gatica creó un nuevo paradigma para los cantantes solistas con una voz diferente a la de tenores de voces potentes que controlaban el mercado desde la década de los años 30.
El revuelo que trajo Gatica fue tan grande que por toda la década de los años 50 se habló de la rivalidad artística entre el chileno y cantantes como Alfredo Sadel, quien representaba a la vieja guardia. En esos años el rock and roll y los instrumentos eléctricos marcarían de forma decisiva el gusto del público, dando origen en el ámbito latino al movimiento de la Nueva Ola.
La balada que se hace popular en las décadas siguientes evolucionó a partir de una variante del rock and roll, llamada slow rock o rock lento. En cuanto al contenido de sus letras pasó de las versiones al español de las canciones de moda de Elvis Presley y The Platters a temas propios basados en la tradición creativa del bolero.
La música generada en los festivales europeos de San Remo y Benidorm fue decisiva en la internacionalización de la Nueva Ola con Mona Bell y Doménico Modugno a la cabeza. Entre 1959 y 1960 muchos boleristas entre los que se encontraba Vicentico Valdés, incluyeron en su repertorio canciones “modernas” de rock lento, quizás abonando el terreno para un posible cambio de estilo en un futuro no muy lejano, toda vez que el rock se hacía más popular entre la juventud.
El cantautor Bobby Capo obtuvo uno de los mayores éxitos de su carrera al componer la balada o slow rock, Llorando me dormí, grabada en 1960 junto a la cantante Nueva Ola Violeta Rivas, en un acto que puede ser considerado simbólico al unir dos épocas.
Sin embargo, todavía el bolero marcaba una fuerte influencia en la música romántica a nivel mundial. Muchos boleros formaron parte de la banda sonora de películas de Hollywood y llegaron a la revista Billboard Hot 100, como es el caso de Cuando vuelva a tu lado de María Grever, (What a Difference a Day Makes en inglés), interpretada por Dinah Washington, quien además ganó un Grammy con esta pieza en 1959 como Mejor Interpretación de Rhythm and Blues.
Entre 1960 y 1965 se hicieron populares una larga lista de artistas fundamentales para el bolero: Felipe Pirela, Roberto Ledesma, La Lupe, Javier Solís, Marco Antonio Muñiz, Blanca Rosa Gil, Orlando Contreras, Gilberto Monroig y otros. Sin embargo, se hizo evidente un agotamiento creativo que necesariamente devendría en cambios a muy corto plazo.
Después de 1966 el panorama fue mucho más claro y el bolero, como estructuralmente se le conocía, cedió a la formula rítmica contemporánea de la balada que ya contaba con intérpretes y compositores propios como Armando Manzanero, quien hábilmente tejió un puente entre los dos géneros. El fenómeno Manzanero fue el punto de quiebre para que los boleristas más importantes hicieran cambios significativos en sus repertorios. Los que no evolucionaron reducirían su capacidad de llegada a un nuevo público.
Hubo mucha polémica todos esos años. Una parte de la crítica especializada interpretó lo que ocurría como un fenómeno de pérdida de identidad de lo latino.
En el tiempo el bolero continúo vigente como canto amoroso que describe el complejo mundo de las emociones humanas. La balada por su parte goza de un lenguaje instrumental que pareciera ser más universal y flexible. Ambos géneros no habrían podido desarrollarse sin la bidireccionalidad de aportes musicales.
NOTAS DEL EDITOR
La polémica ha alimentado desde entonces las discusiones entre los puristas de la música latina y quienes aceptan con mayor agrado las combinaciones e influencias. En el mundo de la salsa, por ejemplo, bolero y balada fueron tema de discusión porque ambos ofrecían una voz romántica al interior de los distintos álbumes de diferentes artistas. Cada disco de salsa tradicional siempre tuvo un bolero entre sus canciones, pero en muchos casos incluyó baladas en lugar de boleros.
Según Sergio Santana en su libro Mi Salsa Tiene Sandunga Y Otros Ingredientes, la balada fue vista como una intromisión por parte de los salseros más ortodoxos, defensores del bolero. Lo curioso es que esta ortodoxia difiere de la posición de la mayoría de artistas, quienes siempre encontraron en la balada una fuente de inspiración melódica muy interesante por sus matices pop, R&B y de rock and roll. Es el caso de Joe Quijano o Bobby Cruz, para no ir más lejos.
El tropicalismo global del Siglo XXI, en cambio, tiene menos prevenciones. Todo es bien recibido y funciona en un ámplio abanico de posibilidades. Hay quien ve al bolero más cercano al jazz a la hora de fusiones, y hay quien ve a la balada más cercana al soul cuando se buscan mezclas. Pero ambas, a los ojos de las nuevas generaciones, forman ya parte de una tradición única en la canción latina, aunque sus caminos al comienzo haya sido diferentes.