Salif Keita, Griot Supremo (Latam Tour, octubre 2015)

Por Ángel Perea Escobar. Publicado el 5 de octubre de 2015 

Publicamos este artículo en alianza con Afropicks

 

 musicólogo y periodista colombiano Ángel Perea Escobar nos hizo el honor de presentar Salif Keïta en el marco de su gira en America Latina: Salif Keïta Latam Acoustic Tour, 03 de Octubre – Paraty (BR) MIMO, 06 de Octubre – Buenos Aires (AR), 07 de Octubre – Santiago de Chile (CL), 10 de Octubre – Bogota (COL), 13 de Octubre – Quito (EC), 16 de Octubre – Guanajuato (MX), 18 de Octubre – Mexico DF (MX), 20 de Octubre – Merida (MX).

La historia de Mali, el país de Salif Keïta, uno de los más importantes artistas de la escena contemporánea de la música africana y mundial, es tan profunda y milenaria que con frecuencia se confunde con el mito y la leyenda. Sede de un poderoso imperio africano que surgió temprano en el siglo XIII, su hegemonía se extendió por más de tres siglos.

Su gloria también proviene de la fundación de ciudades magníficas, como Timbuktú (o Tombuctú), en la que floreció una extraordinaria civilización de la que emergieron y a la vez confluyeron potentes fuentes culturales. En tanto la díáspora musulmana avanzó y se consolidó en el occidente de África, Timbuktú se convirtió en el más importante centro de estudios islámicos del continente.

Un hecho histórico que se confunde con la leyenda, es por ejemplo la fabulosa “Peregrinación del emperador Kanga Musa desde Malí a La Meca”, viaje que inspirado en motivos místicos, fue en realidad una monumental expedición cultural que perfiló buena parte del medioevo africano meridional.

En su viaje, que involucró centenares de acompañantes con muy diversas funciones, Kanga Musa no solo llevó parte de sus inmensas riquezas materiales –estudios recientes han determinado que Kanga Musa quizás haya sido el hombre más rico de todos los tiempos- sino el tesoro que el emperador consideraba más importante: la cultura. La centrífuga cultural en la que se constituyó su viaje estimuló el intercambio de saberes, ciencias, artes, literatura y otros bienes culturales.

Nacido bajo un mal signo

 

El imperio maliense sin embargo, había sido fundado por el militar mandinga Sundiata Keïta, del cual desciende directamente el moderno artista Salif Keïta.

Aunque tal linaje era según la tradición un impedimento mayor para que el joven Keïta siquiera pensara en convertirse en artista, oficio reservado para una casta milenaria y singular que se conoce con el nombre de “Griots”. Término que hace ya parte del léxico universal que identifica aspectos claves de las culturas africanas.

Sin embargo la palabra griot no es original de alguna lengua africana sino que deriva de la transliteración francesa “guiriot” de la palabra portuguesa “criado”, singular masculino de “sirviente”. En las lenguas de África occidental los griots se llaman con un sinnúmero de nombres: jeli en las áreas manté del norte; jali en el sur; guwel en lengua wolof; gaulo en pulaar, lengua fula, entre muchos otros.

Los griots son una casta endogámica, solo contraen matrimonio con otros griots y obedecen a antiguos códigos que algunas veces no son de abierto acceso a la población general.

Los griots son en primer lugar una casta hereditaria pero también por lo general una clase distinguida, por sus labores como guías y maestros que no hacían parte de la nobleza, eran más bien componentes de una clase trabajadora especial. Muchos griots eran viajantes, llevaban en su memoria las crónicas y las noticias del país o del reino y su llegada a una provincia, aldea o ciudad era motivo de alegría popular. En algunas partes, aún si los griots gozaban de un obligado reconocimiento, pero eran de aquellos bardos nómadas, no eran admitidos del todo en el conjunto social, impartían sus conferencias magistrales o sus recitales líricos de historia épica lejos del centro de la población. Es clásica la imagen del griot difundida por la literatura o el cine africanos, actuando su fantástico teatro bajo la sombra de inmensos árboles baobabs, que muchos africanos consideraban sagrados, rodeado de niños y jóvenes adolescentes que escuchan, absortos, felices.

Un tipo particular de griot era en la antigüedad consejero de los reyes y los altos dignatarios, y en tanto conservaban la memoria y las constituciones de los reinos eran también los historiadores oficiales. Cada familia real tenía su griot correspondiente encargado de preservar, transmitir y enseñar la tradición. Los reyes solían elegir entre los griots a los tutores de los jóvenes príncipes. En la jerárquica sociedad de África pre-colonial, entendida la jerarquía como aquel “orden sagrado”, el griot era alguien de la mayor importancia, porque era él quien registraba no solo la cultura sino además los principios fundamentales del buen gobierno de los mandatarios.

La importancia popular del griot o jeli reside en que es un depósito de la tradición oral, un narrador de historias y de la historia de una región, una provincia, un país o un imperio. Canta, recita, declama, actúa, también es un poeta que además interpreta el sonido del mundo que conoce, recrea la música de la historia.

Es obligación del griot conocer de estricta memoria la mayor cantidad de canciones tradicionales, mientras también debe tener la habilidad de improvisar sobre eventos actuales, incidentes de azar y todo aquello que le rodea. Su ingenio también puede convertirlo en un crítico cultural, social o político agudo e implacable, mientras usan los poderes de su arte de modo satírico.

Aunque la intervención colonial produjo una hecatombe que destruyó gran parte del antiguo mundo africano, todavía hoy, cuando los medios y la política modernas y las formas de literatura occidental han sustituido tanto de aquella magnificencia, los griots se encuentran en muchos lugares de África contemporánea, como en Gambia, Guinea, Mauritania, Senegal y están presentes entre pueblos fulani, hausa, songhai, tukulóor, wolof, serer, mossi, dagomba, árabes mauritanos y mandinka, malinké, bámbara.

El instrumento tradicional que el griot utiliza para cantar la gloria y la pena de los pueblos es la famosa kora, cuyos maestros han provenido históricamente de familias de jelis.

Un privilegio del que Salif Keïta no era precisamente legatario directo. Sin embargo un destino que confundía genética y cultura marcó el rumbo de Keïta, quien había nacido albino, una condición hundida en la oscuridad de la tradición mística y mítica, que entre los suyos consideraba el albinismo como un mal signo, virtualmente lo condenaba a un cruel ostracismo social. El joven Keïta creció en medio de un sentimiento de alienación, al que contribuía una deficiente visión que incluso le impidió convertirse en profesor.

La música fue lo único que pudo rescatarlo de una vida solitaria y hacia finales de los años 60 se trasladó de su natal Djoliba a la capital Bamako para iniciar un camino en el que haría historia.

Desde hace rato que estoy por acá y pago mis deudas

© Salif Keïta

Muy pronto y luego de los años en los que según los bluesmen “se pagan las deudas”, empezarían a marcarse los hitos de su carrera; su ingreso a la Rail Band que patrocinada por el gobierno animaba las veladas del Buffet Hotel de La Gare, en Bamako, su ingreso a la histórica agrupación Le Ambassadeurs junto al líder, guitarrista y compositor Kante Manfila. La rápida extensión del prestigio del grupo más allá de las fronteras de Mali y el aprecio que el legendario presidente de Guinea Amhed Sekou Touré convirtió en la “Orden Nacional de Guinea”, la más alta distinción honorífica del país.

Hacia finales de los años 70, cuando Keïta, refugiado en Abidjan, capital de Costa de Marfil debido a los graves problemas políticos de su país, compuso una de sus más emblemáticas creaciones, la épica Mandjou, un relato en la mejor tradición griot, que narraba la historia del pueblo de Mali, y al mismo tiempo, si justo comprendemos al griot clásico como un cantante de alabanzas, una exaltación del líder Sekou Touré.

Mandjou, una hermosa e inquietante pieza, presentaba lo que era ya la marca de estilo sonoro de Keïta con el uso de la guitarra, el órgano y el saxo. Junto a los músicos que lo habían seguido al exilio cambiaron el nombre de la banda por Les Ambassadeurs Internationales, aunque apenas comenzando la siguiente década, en 1980, Keïta se instaló en Estados Unidos patrocinado por un rico hombre de negocios maliense, allí grabó Primpin otro de los números con los que cimentó las bases de su pronto reconocimiento internacional.

Soul Makossa

 
Salif Keïta hace parte de lo que podríamos llamar la segunda ola de grandes artistas africanos destacados en la escena mundial en la mitad final del siglo XX, tras los sucesos de artistas como Miryam Makeba, Hugh Masekela, Manu Dibango y Fela Kuti, movimiento que Fela caracterizó de modo brillante con su poderoso proyecto de África 70.

La incipiente irrupción de Keïta en la escena mundial se produjo justo cuando la industria musical occidental se inquietaba por el vacío que el fallecimiento de Bob Marley, reconocido como la primera súper estrella del “Tercer Mundo” dejaría en la escena, y que con cierta desesperación comenzaba a buscar, principalmente en las músicas del Caribe y África, la “próxima gran cosa”.

En 1984, las campanas doblaron para quienes vagaban como almas en pena en el fantasmal mundo de los negocios musicales, coincidiendo con la novedosa emergencia de una nueva categoría industrial que Peter Gabriel en Inglaterra había intuido como “World Music”, con el rotundo triunfo de Salif Keïta en el Festival de Musiques Métisses de Angoulême, en Francia.

En ese año Keïta se había mudado a París en donde una vibrante escena de grandes músicos africanos francófonos hizo explosión. Era la hirviente época del famoso suburbio parisino africanizado de Montreuil, con estrellas de la talla de Mory Kante, Touré Kounda, Tabu Ley Rocherau, Ray Lema, Papa Wemba y Manu Dibango, entre otras leyendas.

Todos estos prodigios –en un proceso que había ocupado casi tres décadas- virtualmente crearon la moderna música pop de África francófona, agregando y mezclando elementos de la música de Guinea, Costa de Marfil, Mali, Senegal, así como de la diáspora; afrocuba y Norteamérica.

En el caso de Seita, su guisado también condimentó ingredientes de España, Portugal y más tarde Francia.

En 1987, mientras ascendía el prestigio de la etiqueta de “World Music”, respaldada por la producción de artistas cimeros, incluso no pocas veces como una marca elitista, a la que tenía acceso una audiencia global exclusiva, la sofisticada mezcla africana de jazz, funk y pop le brindó Salif Keïta la puerta de entrada al firmamento de la música mundial.

Su álbum Soro el primer disco cantado en malinké (lengua que se habla en Mali, Costa de Marfil, Senegal y Guinea), producido por la gran figura Ibrahim Syla, grabado luego de la participación de Keïta en la campaña humanitaria pro-etíope que impulsó junto a Manu Dibango, se constituyó en un suceso de gran repercusión.

Enseguida, su tremenda banda celebró en Londres los cumpleaños de Nelson Mandela junto a Youssou Ndour, la estrella de Dakar, y el gran Rey Lema.

Koyan el álbum producido por los legendarios discos Island, una obra de comentario social en el que adelantó meditaciones sobre el asunto de la inmigración, impulsó su gira por Europa, África y el Caribe.

No tardaron en llegar estelares colaboraciones con luminarias como Santana, Wayne Shorter y Joe Zawinul, en el espectacular álbum Amen de 1991; y la banda sonora de la película L´Enfant Lion.

La producción a mediados de los 90, ya consolidado como figura estelar, del elegante compilado The Mansa of Mali. O más adelante, el trabajo con músicos afroamericanos de talla superior como Vernon Reid de la banda Living Colour, productor del álbum Papa, la grande jamaiquina Grace Jones o un poco más acá en el tiempo la sensación del jazz joven Esperanza Spalding o los fabulosos remixes de Frederic Galliano en el 2002, sobre su álbum “Moffou”, con el que obtuvo un tremendo éxito.

Salif Keïta, como un genio impredecible, nunca ha anunciado sus intempestivos cambios de estilo o aproximación, cuando el público se ha convencido de que es un artista que se vale de instrumentación eléctrica y electrónica, sorprende con una producción de música tradicional clásica como en Folon, un conmovedor ensayo sobre los niños albinos, o una revisión del repertorio de la Chanson francesa que trae hasta sus dominios interpretando a clásicos del género como Le Forestier, Gainsbourg, Berger, Higelin, con instrumentos africanos como el balafón y la kora. Aunque también colaboraciones con el prestigioso Gotan Project y el músico Philippe Cohen Solas.

Uno podría decir que Salif Keïta es de varios modos una especie de Miles Davis de Mali. Sus bandas son alineaciones de músicos brillantes, desde Rokia Traoré hasta Richard Bona. Keïta se ha hecho conocer por su delicada habilidad como improvisador aunque concentra buena parte de su poder en su estilo de cantar como la honda llamada del muecín, urgido por la extraordinaria potencia de sus impresionantes bandas.

Aunque algunos de sus esfuerzos en el plano de la acción social no han dado los frutos esperados, como cuando se presentó a elecciones luego de haber regresado a Bamako, en 2007, otras de sus iniciativas, como la Salif Keïta Global Foundation son eficientes en llamar la atención sobre el grave problema representado en la discriminación de las personas albinas, con particular observación en los niños, que continúa arraigado de modo atávico en algunas expresiones de África.

Salif Keïta, en su dilatada carrera de casi cincuenta años al frente de la escena, y quien ha reclamado la máxima dignidad de los milenarios artistas africanos en su papel de griot supremo, ha contribuido de forma extraordinaria a poner en el mapa mundial la música y la cultura modernas de África occidental, en su complejo pasaje contemporáneo.

Su música, en cuya actitud es evidente la determinación para proteger sus prioridades culturales, es el reflejo del “joie de vivre” africano, su profunda filosofía y su hermosa mística espiritual, pero también de los problemáticos procesos post-coloniales que bregan por restaurar al hermoso y glorioso continente dador de tanta belleza, en el más brillante y trascendente horizonte de la aspiración humana.