Ese es el espacio que ocupan los casi tres cuartos de hora que dura el “Patrimonio Inmaterial de la Nada”: un espacio hipnagógico, ambiental pero, sobre todo, espectral. Esa es la palabra que mejor define las texturas con las que juega Ezmeralda en este disco; pero espectros autóctonos. Y es que, aunque el tratamiento y la producción juegue con esa música ambient, drone y lowercase orgánica, lo cierto es que los ritmos que se manifiestan detrás aluden a cierta música ritual, tribal, que se acerca a una cumbia fantasmal en algunas canciones, a cantos tribales, a folclore ancestral.
Se habla de “peregrinaciones al sol, marchas oscuras de espíritus cumbieros, estados de éxtasis místico alcanzados a través de meditaciones de YouTube, ascensos al cielo de leyendas vallenatas” y mil alegatos que sí, son ciertos. Pero la realidad es que Ezmeralda ha alcanzado este nivel de consciencia sonora cazando no solo su ‘yo’ interior, sino también desarrollando una imaginación tan poderosa que nos lleva de viaje a través de una suerte de post-mundo alegórico, tan cierto como ficticio.
Alan Queipo.
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