Harlem no siempre fue un barrio negro. Cuestión de permisos, estatus y racismo, los grandes negocios del lugar eran regentados a comienzos de siglo XX por blancos y para blancos. Así sucedía con el Lafayette Theater en la Séptima Avenida con 132 y con el Hurtig and Seamon Music Hall de la 125 entre Séptima y Octava; lo que derivó en segregación, en riñas continuas y en un decreto final de la alcaldía neoyorquina que garantizaba el derecho a divertirse en las salas de teatro sin distingos de raza. Cuando las cosas empezaron a cambiar llegó Frank Schiffman.

Hijo de inmigrantes austríacos, Frank Schiffman se había dado a conocer en el updown de Manhattan como promotor cinematográfico, una boyante actividad a pesar de los rechazos de la Iglesia y las asociaciones católicas. Convencido de las bondades del cine como diversión barata, Schiffman adquirió el Lafayette atrayendo desde el comienzo a un público heterogéneo en edad, sexo, credo y recursos. Pero muy pronto se dio cuenta que la música generaba más dinero y puso sus ojos en el Harlem Opera House de la 125 y en el Hurtig and Seamon Music Hall, que estaba justo al lado y que en ese momento funcionaba como centro de burlesque y pantomima de relativo éxito.

El Hurtig había pasado por diferentes dueños desde su edificación en 1913 y el más reciente de ellos era un conocido de Schiffman, Sidney Cohen, presidente de la Motion Picture Theater Owners of America. Hasta él acudieron Schiffman y su socio, Leo Brecher, y lo convencieron de dejárselo en arriendo. El problema, les dijo, era que el Hurtig ya no se llamaba así. Le había cambiado el nombre en el registro y le había puesto Apollo Theater con el fin de facilitar la memorización callejera. Magnífico, dijo, Schiffman, “el Apollo será entonces el mejor teatro de Harlem”.

Y así fue. El viernes 26 de enero de 1934 el Apollo Theater abrió sus puertas como “teatro negro de variedades” con la banda del célebre saxofonista Benny Carter como invitada de honor. A partir de entonces se programaron entre tres y cuatro conciertos por mes, y hacia final de año hasta seis o siete. Brecher se dedicó a las cuentas y Schiffman a la dirección artística, y para ello contrató a un maestro de ceremonias llamado Ralph Cooper, un conocido actor de radio a quien se le ocurrió una idea: hacer noches amateur para nuevos talentos todos los miércoles. Fue todo un suceso y la fama del Apollo creció como la espuma.

Todos querían tocar en el Apollo, todos querían ir a los shows del Apollo. Su ubicación en el barrio lo convirtió en la prueba de fuego para todos los artistas. Si triunfabas en el Apollo, podías triunfar en el Cotton o en el Savoy. El Apollo no tenía el glamour de estos (apenas un escenario con tablado de dos niveles y muchas cortinas de colores), pero su programación era superior. En 1941, antes de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, pasaron por allí 39 grandes bandas a cual más estelar: Count Basie, Louis Prima, Earl Hines, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Fats Waller, Cab Calloway o Lionel Hampton.

Para entonces Sidney Cohen había fallecido y su socio, Morris Sussman le vendió a Schiffman parte de sus acciones. La idea conjunta fue fusionar el Apollo con el Harlem Opera House, ampliando su capacidad y su impacto social.

No todo fueron éxitos, por supuesto. La programación se estancó en 1945 por problemas legales. La sangrienta guerra entre los capos de la mafia que regentaban diferentes locales nocturnos en Harlem salpicó al Apollo y mermó la presencia de público. Luego llegaron los años 60 y con ellos la desaparición de las grandes bandas. El Apollo dio un viraje hacia el soul y el rhythm & blues, pues a los grandes artistas del jazz, ahora con pequeños grupos, les iba mejor en clubs-restaurant de Manhattan. Pero Schiffman sabía hacer las cosas y James Brown se convirtió en la nueva estrella del local atrayendo a toda la comunidad afroamericana. Lo mismo sucedió con Mongo Santamaría y el público latino del East Harlem.

Los alrededores del Apollo también se transformaron. De los 16 teatros musicales que había en Harlem cuando esta sala comenzó, todos desaparecieron, en su mayoría reconvertidos en tiendas de ropa y electrodomésticos del boulevard Martin Luther King. Frank Shiffman murió en 1974 y aunque sus hijos ya se habían hecho cargo de la gerencia, los 70 y 80, la programación dependía mucho de ciertas noches estelares. Lo salvó el estar en el circuito turístico de Nueva York y el cariño de los músicos hacia su historia. Por el Apollo pasaron Aretha Franklin, Bob Marley, John Lennon (concierto para Attica) y Stevie Wonder.

Parte de esa memoria es la que pretende rescatar su administración en una jornada de tres noches en febrero de 2013. La idea es transformar el Apollo Theater en el Apollo Club Harlem para así rememorar el ambiente de las grandes bandas de la Era del Swing. Se trata de un proyecto del reconocido coreógrafo Maurice Hines, quien estará al frente de un espectáculo que combinará música, baile, humor y el espíritu de aquellas noches de aficionados. “Me siento orgulloso de poder liderar a un elenco impresionante de artistas que ayudarán a la audiencia a revivir la gran historia del teatro”, ha dicho Hines.

La big band la dirigirá David Berger y entre las estrellas invitadas destacan la diva Dee Dee Bridgewater, la cantante Cécile McLorin Salvant, los bailarines Storyboard P y Dormeshia, y el coro Hot Steppers. Además, se transformará el escenario en una sala con mesas y sillas para 250 comensales que podrán beber y comer como en los viejos tiempos.

El programa Tanga, de Radio Gladys Palmera, emitirá próximamente un especial sobre el Apollo y esta idea que pondría feliz a Frank Schiffman.

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