CodaRecords_ChanoPozo

 

Y aquí estoy yo a 500 pies de altura y despegando del JFK en busca de la velocidad ideal de crucero, que será cuando se apaguen las luces y pueda poner esta maleta, que pesa un quintal, en el portaequipajes como Dios manda.

Mi vuelo va rumbo a Madrid y aparte de los cientos de cosas que llevo desperdigadas por ahí, cuelga de mis manos un maletín negro de 35×20 que no puede tocar el suelo ni golpearse contra los asientos. Es incómodo, pero también es incómodo que te miren y que esté a punto de venir la azafata a echarte la bronca con su teoría de la mesa plegada y el espaldar vertical en todo momento.

El maletín contiene discos de 78 revoluciones por minuto, una velocidad anticuada en el proceso de reproducción de un disco y que dejó de usarse cuando aparecieron los “modernos” equipos de sonido a mediados de los años 70. Oficialmente dejaron de grabarse en 1959, pero la gente los mantuvo vivos en sus casas hasta que las agujas cambiaron con la llegada de esos equipos. Aquellos discos de 78 necesitaban un gran peso encima para poder sonar y no esas liviandades propiciadas por el long play y el sonido stereo.

No son discos común y corrientes los que llevo. Se trata de grabaciones originales de Chano Pozo y Arsenio Rodríguez hechas para los sellos Coda y SMC. También hay otras joyas cubanas de Puchito, Panart, Montilla y alguna cosa de las primeras que realizó Sidney Siegel para su sello Seeco. Si algo les pasa posiblemente no se pueda encontrar una copia igual en el mundo. Han costado horas, días, semanas, meses, años de búsqueda más allá de su valor en el mercado, que es bastante.

Van envueltos en sus respectivas bolsas y en plástico de burbujas de tres capas. Y claro, está el sistema acolchado del maletín… Pero no es suficiente.

Los discos de 78 se fabricaron con acetato de celulosa, cuyo gramaje mínimo recomendado los hizo tan quebradizos como una pastilla de chocolate y tan proclives a la vibración y los cambios climáticos como el vidrio de un ventanal. En gran medida esa fue la razón para que a comienzos de los años 50 se cambiara dicho material por el vinilo. Pero luego llegaron otros formatos y ese cambio no alcanzó a prosperar. De acetato o de vinilo, ese maletín es delicado.

El avión ha alcanzado los 1.500 pies. Se apaga la luz del cinturón y yo descanso. Ahora tengo que poner el maletín arriba y esperar a que el avión esté próximo a aterrizar en la T4 de Barajas para repetir la operación. Después tendrá el maletín que seguir su ruta y yo la mía. De esta última ni hablo, pero la del maletín es curiosa.

Lo primero que tendrá que hacer es adaptarse al clima que lo recibe y casi por añadidura a la humedad. Nueva York es muy húmedo y Madrid es seco. Le queda una semana en un lugar no expuesto al sol antes de que sea abierto. De lo contrario le pasará lo que a un Dj parisino, quien realizó este mismo periplo: al abrir su maleta los discos se partieron solos.

No es algo que suceda siempre, pero los especialistas recomiendan poner en el recinto un humidificador o deshumidificador según el caso con variaciones del 10%. Hay gente que no se preocupa tanto. Envían sus discos de 78 por carga en cajas dobles de cartón con plástico de burbuja y separadores entre cada uno y con base, techo y paredes de icopor. Pero la mayoría, como son pocas cantidades, suelen viajar en maletas metálicas de discjockey.


Yo me quedé en los años 50

Poco a poco los discos de 78 van dejando de existir. Algunos suelen aparecer en anticuarios o en museos. Quienes tienen auténticas victrolas los exponen. Quienes poseen muchos vinilos suelen tener unos cuantos arrumados en un rincón. De buen estado, imposible. ¿Objetos de culto? Bueno, si. En algunos casos hasta límites absurdos.

Joe Bussard, poseedor de una colección de 50.000 acetatos de 78 rpm y dueño del sello Fonotone, cree que la música murió en 1933 cuando él tenía un año de vida. No le convencen ni los nuevos sonidos, ni los nuevos artistas, ni los nuevos formatos. Su mundo pertenece a otro tiempo y sus palabras me hacen recordar las de Cristóbal Díaz Ayala cuando cedió su colección de acetatos y vinilos a la Universidad de Florida: “yo me quedé en los años 50”. Algo similar, aunque no tan radical, pensaba el recordado Hernán Restrepo Duque, cuya colección está ahora en poder del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia.

De todas maneras, en estos dos personajes (Bussard y Díaz) se resume el futuro de los discos de 78: o van a colecciones privadas o van a parar a instituciones. Nadie sabe que es lo mejor. Si son colecciones privadas tienen la posibilidad de ser reeditados y venderse en otros formatos. La ciudad de Medellín, otrora meca de la industria discográfica, es hoy en día fuente de pequeñas casas disqueras que venden cd’s y mp3 provenientes de viejas colecciones de 78. Pero un día, cuando deje de ser un negocio interesante, todo se irá al carajo.

Si van a instituciones se conservarán, sin duda, pero el proceso de curaduría, catalogación, clasificación y digitalización es lento como la burocracia misma, y de allí a ponerlo al servicio del público… pueden pasar años. De todas maneras, lo importante es que no se pierdan, porque a estas alturas del paseo esos discos de 78 rpm son obras de arte, piezas de la historia misma del siglo XX. Y como dice Frank Stokes, el personaje de George Clooney en Monuments Men: “Pueden exterminar a toda una generación, arrasar sus casas y aún así el pueblo se repondría. Pero si destruyen su historia, si destruyen sus logros, es como si nunca hubiese existido”.


Material para bombarderos

Ahora llevo el maletín hasta San Lorenzo del Escorial a la Colección Gladys Palmera. Ya no va en mis manos pues todo el trayecto es asfaltado y sin sobresaltos. Pero ahora se me ocurre pensar en la cantidad de discos que se habrán roto por no viajar en las condiciones apropiadas, por no tratarlos como una porcelana más que como un plástico. Miles, millones que acabaron en contenedores o que fueron reciclados para esta u otras industrias.

Durante la Segunda Guerra Mundial (para volver al tema de Monuments Men) el acetato de celulosa se utilizó para diferentes componentes de los aviones de combate, lo que redujo ostensiblemente la fabricación de discos y de otros materiales no bélicos. Lo mismo ocurrió con el acetato de vinilo, aunque este sería utilizado para contener medicamentos enviados al frente. Pero además, las casas discográficas fueron presionadas por el Gobierno de Estados Unidos a entregar sus stock de acetatos y vinilos para que fueran reciclados. Algunas de esas casas tuvieron que cerrar.

Pero miren como es la vida; el reciclaje se convirtió en una forma de subsistencia para la industria del disco. Al igual que la editorial, cuando pasa el tiempo y se acumulan las consignaciones no vendidas a librerías, y se recicla el papel; la discográfica hace lo mismo volviendo a sacar nuevos discos tras un proceso de limpieza y depuración. En Estados Unidos fue algo habitual y estandarizado, y en Cuba estuvo obligado por las circunstancias económicas… Al menos es lo que afirman las fuentes oficiales.

El reciclaje hizo que la industria sobreviviera, pero también redujo la posibilidad de encontrar copias bien conservadas en el mercado. Los discos en buen estado se fueron valorizando con el paso del tiempo y al ser tan escasos se convirtieron en objetos de culto y coleccionismo, especialmente los de 78 rpm, que son los más antiguos.


Una tromba marina

Hay dos coleccionistas de música latina en 78 que aún no han decidido sobre el futuro de las mismas. Por el momento, las disfrutan. Ellos son Isidoro Corkidi y Matt Dillon.

IsidoroCorkidi_GladysPalmeraCorkidi adquirió una colección entera y le costó un riñón llevarla hasta su casa en el oeste de Cali. Y con lo de riñón no me refiero al dinero sino al peso que ha provocado que el suelo de su apartamento se resquebraje. La dificultad añadida de conservar tanta joya junta. Dillon, en cambio, destina el escaso tiempo que le dejan sus proyectos televisivos (como la serie Wayward Pines que rueda en Vancouver), para buscar discos de 78 de música cubana entre sus proveedores y contactos en Los Ángeles y Nueva York. Eso si, Dillon no tiene problemas con el suelo en su apartamento de Park Avenue.FranciscoFellove_MattDillon

Pero así como estas se sostienen con el cariño de sus dueños, hay otras dos que tuvieron tristes finales. La primera me atormenta mientras subo a El Escorial.

Carlos y Fernando EletaCarlos Eleta Almarán, famoso autor del bolero Historia de un Amor y tío de Alejandra Fierro Eleta aka Gladys Palmera, alcanzó a tener en su vida una enorme cantidad de discos de 78 rpm. Eleta los coleccionó por obra y gracia de su amor por el bolero, de su enorme cantidad de amigos músicos, y de su vinculación a la radio, pues creó junto a su hermano Fernando la Corporación Panameña de Radiodifusión en 1954.

Con semejantes antecedentes la colección no era moco de pavo, pero resulta que el Caribe es traicionero y a comienzos del siglo XXI una tromba marina azotó al país y anegó todas sus pertenencias, discos incluidos. En medio de la tragedia la orden fue recuperar lo que se viera en buen estado, y las carátulas, claro, daban pena. Pensando que el interior estaría igual, los discos se botaron perdiéndose todo aquel acervo en un camión de la basura.

La otra historia es más dramática e intentaré transcribirla según el relato que en su momento hizo el periodista y coleccionista Max Salazar, cuyo nombre aparece en uno de los discos que llevo en el maletín:

Gabriel Oller, productor, promotor y representante de artistas puertorriqueño, fue una de las figuras sobre las que se edificó la música latina en Estados Unidos. Gracias a su trabajo en el Spanish Music Center y en el sello Coda gente como Machito, Miguelito Valdés, Arsenio Rodríguez o Chano Pozo pudieron hacer las cosas que hicieron. Gracias a él nacieron las Batallas de Bandas y las transmisiones radiales en directo de los conciertos de músicos latinos. Todo músico nuevo en la ciudad acudía a Oller, toda banda necesitada de un reemplazo acudía a Oller, todo empresario necesitado de una banda acudía a Oller. Llegó a ser el hombre más influyente de la música latina en Nueva York.GabrielOller

Pues bien, tras 85 años bien vividos Gabriel Oller se retiró y se fue a vivir a Las Vegas con su “hermano” y socio Vicente Tatay. No fue una decisión a la ligera. Oller padecía Alzheimer y no tenía descendencia. En el verano de 1988 Oller caminaba por un boulevard y cuando quiso cruzar la calle un auto lo atropelló y lo mató. Vicente heredó las propiedades y pertenencias de Oller y cuando Vicente ya no pudo asumirlas, un sobrino suyo, Andrés Tatay, heredó todo: una casa y un enorme almacén de seis plantas donde estaban guardadas las cintas, cilindros, masters, acetatos y vinilos de años y años de ardua labor de promoción y producción. Era verdaderamente el arca perdida de Indiana Jones.

Y no todo eran discos. También habían fotografías, negativos, contratos de grabación, cesiones de derechos, partituras y letras de canciones de puño y letra de gente como Noro Morales, José Curbelo, Bobby Capó, Pedro Flores, Pupi Campo, Olga Guillot, Tito Rodríguez o Tito Puente. El sobrino de Tatay, sin darse cuenta de lo que tenía entre manos, vació el almacén y tiró todo a la basura perdiéndose aquello para siempre.

He llegado, y el maletín sano y salvo… ¡Ufff!

José Arteaga

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