Lo que llevan casi tres décadas haciendo los uruguayos sí vale la pena. Y aunque es evidente que da la sensación de que el momento en el que sus canciones más populares ya están escritas y adheridas al córtex de dos generaciones (la de sus primeros cuatro discos, sobre todo); lo cierto es que el combo montevideano ha seguido fiel a su estilo, pero da la sensación de que, tras un periplo en el que los álbumes de estudio se les habían dejado de dar bien, ahora vuelven a sumar clásicos que pueden llegar a ser indispensables en sus directos.
Es su octavo álbum de estudio, este “Discopático” que acaba de ver la luz, y que reivindica el concepto de disco, a la vez que, de alguna manera, también lo hace de una manera de hacer, pensar, consumir y vomitar música. Hay a quienes se les ha dado bien adaptarse a los nuevos tiempos, pero no es el caso de La Vela. No es casualidad que dejen versos como “por favor, solo quiero chocar contra un libro enorme, pero tengo que hacerme viral, aunque me deformen” en canciones como “Tesoro”.
Hay nervio en la primera parte del álbum: un nervio analítico y eléctrico, que deja algunos nuevos clásicos (“Contra el viento”, “Plan de fuga”, “Tesoro”) de ese rock rioplatense que tan bien han sabido imprimir en sus primeros álbumes; también bajadas de tempo (como en “En tu suelo”, que es la “Zafar” o la “Mi semilla” de este disco); y hasta licencias que los acercan al rap-rock (cuentan con el rapero Arquero en “La Pastilla”) o la reivindicación de un nuevo rock alterlatino de acento dylaniano (en su colaboración con Aterciopelados en “Tormenta”). Parecían cansados y rendidos, pero alguien ha vuelto a encender a La Vela Puerca, y aún les queda mucho por alumbrar.
Alan Queipo.
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