Y si bien quizás aquel “Las crónicas del viento” de hace más de una década fueron su punto más irregular creativamente hablando, su etapa más liberada y autárquica parece haber encontrado la horma de su zapato en su flamante nuevo álbum. “Criptograma” no solo es el cuarto ejercicio de estudio que publica a través de su propio sello (Viento Azul), sino que es el primero que graba en su propio estudio, recuperando ciertos tics y maneras de aquel Aristimuño de sus primeros álbumes: equilibrando la balanza entre el trabajo doméstico, las programaciones electrónicas y la dinámica que le da su banda, los Azules Turquesas, que llevaban sin grabar en estudio con él desde “Mundo Anfibio”, publicado hace ocho años.
De ahí que este nuevo cancionero, de corte más oscuro que luminoso (excelente para profundizar en las sombras del encierro confinado) deje trazas de todos esos mini-Lisandros que coexisten en él: el de la montaña de loops (“Levitar”), el que suena a los Radiohead de “Hail to the Thief” (“Loop”), el que se acerca al León Gieco más combativo y folk-rockero (esa suerte de canción protesta que firma junto al rapero WOS: “Comen”), el que suena al Spinetta más buceador (“Sombra 1”), el que suena sinfónicamente cantautoril (“Hoy no fue ayer”, junto al icono de la música incidental e instrumental Lito Vitale), el que busca mirar la música tradicional desde la mirada de Bon Iver (“Baguala 1”), el que resuena a un cruce entre The Postal Service y Fito Páez (“Nido”)… pero, el que siempre, pero siempre, suena a Lisandro Aristimuño.
Alan Queipo
Inicia sesión con tu usuario Gladyspalmera o con una de tus redes sociales para dejar tu comentario.
Iniciar sesión