Marina Herlop canta en el idioma de un país que no existe; estructura las canciones en base a un género que ella misma construye y deconstruye; utiliza unos materiales que habitualmente se usan en otros términos; imagina la música desde un lugar en el que el metaverso es, incluso, un sitio demasiado cercano y conocido para nosotros.
“Pripyat” es la, de momento, sublimación de la artista catalana (a la que se sigue catalogando como ‘pianista’): una coral de cables y pequeños cortes digitales en las que la onomatopeya resuena pop, pero en donde el único marco de referencias en el que se la puede ubicar, habitan otros incatalogables: desde la comparación evidente con Björk hasta el trabajo de producción de El Guincho en “Alegranza”, la manera de trabajar las voces de artistas como Juana Molina o Wildbirds & Peacedrums o la belleza del caos ordenado de artistas como Hyperpotamus o Animal Collective.
Aunque haya pasajes en los que resuene casi a música sacra (“Kaddisch”) y hasta haya tramos de algunas canciones (“ubuntu”) que parece que nos quiere invitar a bailar en algunos segundos; nada de lo que habita en “Pripyat” forma parte de los cánones de la música ortodoxa: hay atajos constantes, injertos digitales en lo orgánico y viceversa, arquitecturas imposibles en donde las líneas de voz, los sonidos metálicos de las programaciones y los embistes a un piano que se vuelve rugoso y neoclásico, virtual y de madera, proyectan en un álbum que puede ser el inicio de una nueva civilización sonora.
Alan Queipo.
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