Así es como ha ido acumulando reconocimientos (se llevó el Goya y el Gaudí por la banda sonora de ‘Blancanieves’ en 2013), colaboraciones de lo más dispares (desde Maria de Medeiros hasta Isabel Coixet, con quien está trabajando en su próxima película como compositor y actor) y una obra en solitario repleta de hallazgos y casi imposible de resumir en unas pocas palabras. Es el reflejo de una vida fascinante, la de un barón que no necesita vivir de su sangre aristócrata y reivindica a figuras tan personales como Leonard Cohen y Tom Waits.
La canción francesa siempre ha sido una de sus mayores influencias, desde que de pequeño su padre le arrancaba de la cama para ir a fiestas donde se escuchaban rancheras y a Jacques Brel. Asegura que el francés, como idioma, ha sido para él natural al cantar, casi más que el español o el catalán. Por eso quizá suena tan pertinente este disco atemporal, donde compagina canciones propias con versiones de Charles Aznavour, Henry Salvador y Gilbert Bécaud.
Acostumbrado al sarcasmo y los juegos de palabras, en este caso Alfonso de Vilallonga abraza con todas las consecuencias la canción de amor, empapando de romanticismo estas canciones. Una pena que el virus vaya a golpear por tiempo indefinido los conciertos en España, porque debió ser memorable (a tenor de las críticas) el que ofreció hace unos días en Barcelona junto a una súper banda formada por Marco Mezquida (piano), Pau Figueres (guitarra) y Juan Pastor (contrabajo).
José Fajardo
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