Arandel no es el primero que lleva la obra del mítico compositor alemán al territorio de la música electrónica, pero sí ha sido el último y uno de los más solventes. Lo ha hecho con el flamante “InBach” (InFiné, 2020), un ejercicio que nació de una colaboración entre el productor francés y el Musée de la Musique, en el que se le dio acceso a instrumentos antiguos de principios del siglo XX.
Con esos artefactos y con su dogmático manifiesto por el cual Arandel hace música electrónica sin samplers ni secuenciadores; ha conseguido redimensionar y llevar al territorio del clubbing más minimal: por momentos, se acerca al sonido midi del Tetris; en otros, recuerda a Matthew Herberts; en otros, incluso, se acerca a cierta arquitectura folktrónica; en algunos, consigue llevar el universo neoclásico de Nils Frahm o Hauschka al de unos Kraftwerk del Siglo XXI; en otros, redimensiona el mítico “Preludio Número 2 en do menor” en una suerte de reversión perversa de La Casa de la Pradera; pero, siempre, Arandel pone de manifiesto que hay músicas que, por mucho que pasen los siglos, siguen siendo líquidas y transformadoras, se usen los materiales que se usen.
Alan Queipo
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