Su música siempre ha jugado con la provocación y el impacto visual, con la mezcla imposible entre el terrorismo sonoro (a través de ruido electrónico) y la utopía pop. Con su cuarto disco, el primero de una serie donde irá mostrando diversas facetas del arte contemporáneo (en este caso se centra en el hedonismo desde su óptica particular), logra al fin sublimar todas estas pretensiones.
El problema (o el acierto, según se mire) es que la música de Arca cada vez parece más apta para un museo de arte moderno que para un uso convencional, ya sea escuchándola en casa, en una sala de conciertos o de fiesta en la discoteca. Se ha dicho que este era su disco pop pero no hay nada de eso en canciones donde deconstruye el reggaetón hasta hacerlo añicos (‘Mequetrefe’) o en el corte con Rosalía, quien queda reducida a un holograma casi imperceptible (‘KLK’).
La barcelonesa no es la única colaboración, también aparecen Björk recitando entre tinieblas un poema de Antonio Machado (‘Afterwards’), la cantante y DJ británica Shygirl (‘Watch’) y la artista escocesa SOPHIE (‘La Chíqui’). En todos los casos Arca desfigura a los invitados, con mayor o menor acierto, llevándoselos a su terreno: esa indefinición que es propia de la música que aún no existe, ritmos de un futuro que quizá nunca llegue.
Jose Fajardo
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